Al día siguiente nos levantamos como de costumbre, solo que esta vez no fuimos directo a la oficina.
Peter me llevó a un concesionario para comprarme el vehículo que me gustara.
—Quiero que escojas el que más te guste —dijo Peter.
—Peter, no es necesario que hagas esto —respondí.
—Lo es, no puedo aceptar que mi esposa no tenga su propio vehículo.
—Amor, de verdad no era necesario, pero sé que no vas a dejar que me vaya sin uno.
—Así es, amada mía.
Peter besó mi mano de manera muy tierna.
Elegí un carro color blanco de muy buen gusto, y no podía creerlo. Ese día llegué en mi propio vehículo a la empresa.
Traté de guardar mis emociones durante el día. Cada vez que Peter pasaba por mi escritorio no podía dejar de mirarlo, era como verlo en cámara lenta.
Después de tanto trabajo, ya
