Esa noche, como era de esperarse, Peter no durmió conmigo. Tampoco sabía si había dormido con ella. Bajé a desayunar y ahí estaba Missi, con su celular en la mano y una gran sonrisa. Extrañamente, Elizabeth no estaba.
—Hola, querida. Qué mal te salió la jugada —dijo Missi.
—Hazme el favor de no dirigirme la palabra —respondí con firmeza.
—Oh, vaya. Pobre de ti, enamorada de un hombre que no te quiere y embarazada de quién sabe quién.
—Con mi hijo no te metas, así que mide tus palabras porque soy capaz de cualquier cosa.
—¡Uy, qué miedo te tengo! Si me pones la mano encima, te va a ir mal. Peter no confía en ti y todo lo que yo le diga, lo va a creer.
En ese momento, Missi se acercó a mí, me tomó del brazo y empezó a gritar.
—¡Ayuda!
—¿Qué está pasando aquí? —preguntó Peter, entrand
