La vieja calentó agua en las ollas y le colocó un puñado de raíces, hojas de abrojo y aceite de almendra. Pronto, un vapor oloroso saturó el aire. Morgana, muda, observó a la anciana. La vieja mujer se paseaba de un lado a otro por la cocina cogiendo unos trapos que semejaban toallas. No murmuraba palabras y, de vez en cuando, miraba de reojo a la muchacha.
De improviso, dos hombres ingresaron a la cocina. La viejecilla se secó las manos con un trapo y les ordenó:
—Lleven la tinaja a la habitación de la niña, y déjenla cerca del fuego.
Quedamente, los hombres tomaron la cuba y la llevaron en andas hacia el pasillo. Morgana, ensimismada en sus propios pensamientos, se arrebujó en la manta y clavó la vista en el piso. Entonces escuchó unos pasos, provenientes del corredor, pero no les pr
