Cubierta solo por la larga camisa blanca que usaba para dormir y envuelta en una vieja manta, Morgana llegó hasta la cocina. Era un galpón cavernoso, hecho de piedra y cal, alumbrado tenuemente por unas cuantas lámparas de aceite. La luz se colaba por las diminutas ventanas de madera que sobresalían en relieve de los muros de piedra y caía tímidamente sobre una amplia mesa que se erguía en el centro del lugar. Hedía a humedad, a vapor caliente, a comida, a leña. Hacía frío y la temperatura continuaba descendiendo.
El fogón estaba recién encendido y la leña húmeda crepitaba entre los viejos rescoldos. Sobre el fogón había una vieja olla tiznada. El humo se elevaba por la estancia y la regordeta mujer, que luchaba por avivar el fuego, refunfuñaba quedamente mientras tosía una y otra
