Al descubrir, por el rabillo del ojo, que una sombra alargada se erguía bajo el arco de entrada, Morgana se volvió. Por un segundo pensó que el pelirrojo había vuelto a ella para castigarla y sintió en el cuerpo la rigidez de la tensión. Se irguió. Con ojos entornados miró al desconocido y distinguió el rostro anguloso de un viejo. El hombre esbozó una sonrisa oblicua y dio un paso hacia ella. Morgana retrocedió. Creyó reconocer esa prominente nariz curva y esos ojos diminutos que se movían nerviosos de un lado a otro. ¿Era el mismo viejo que había visto esa noche? Miró las pelusas canas que coronaban la diminuta cabeza y el traje n***o que le hacía parecer una oscura vara de enebro. Sí, era el mismo viejo de aspecto libidinoso. Ajeno a los razonamientos de la muchacha, el viejo irguió