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2495 Words
  (Narra Bree Mond)   ― Buenas tardes, señor Elliot. ― Saludé al abuelo de Annie. Él había sido muy comprensivo, no quiso saber detalles de lo que había ocurrido conmigo, pero sí que me dio una amenaza certera. “Al primer problema te tendrás que ir” Sabía por mi madre que era una orden del juez que no podía permanecer más en Salty Beach, aun si lo disfrazó como una recomendación mientras esperaba a la fecha del juicio. Esa era la razón por la cual tenía que buscar otro lugar donde vivir, me darían una resolución del caso hasta bien terminado el verano. Faltaba un mes para eso. ― Bienvenida, Bree. ― El abuelo de Annie me señaló con un dedo y esbozo una sonrisa forzada. ― No te lo tengo repetir ¿cierto? Negué con la cabeza. ― No, señor. Todo bien entendido. ― Adelante, bienvenida a tu nuevo hogar. ― Antes de entrar admiré la cabaña por fuera. Era más grande de lo que creía. Dos pisos, un pórtico bastante amplio. Silloncitos afuera y una puerta de caoba bien gruesa. Tenía unos vitrales preciosos que simulaban unos lobos. Incluso en el piso de arriba había un balcón. Estaba impresionada. ― No quiero ofender pero, necesito preguntar. ¿Cómo pagaron todo esto? ― Annie me miró con cierto nerviosismo. El abuelo carraspeó y se detuvo en el umbral de la puerta. Hubo un silencio incómodo y pude escuchar como Annie susurraba un “Oh, no”. ― ¡Anciano, ya déjame vivir aquí! ― Gritó Dante. El señor Elliot se dio la vuelta y le señaló con un dedo. ― ¡Jamás! Los dos comenzaron a discutir acaloradamente. Annie se llevó las manos a las sienes y se comenzó a masajear con cuidado. ¿De qué iba todo eso? ― ¡Yo pagué por la construcción! ― ¡Y eso que! ¡Nadie te lo pidió! ¿¡Qué quieres, que te regresé el dinero!? Así que el tal Dante se pudría en dinero. Miré a mi prima mientras pensaba, “Annie, bien hecho, pescaste uno gordo”. ― ¡Solo déjeme vivir aquí! ¡Hay suficiente espacio! Cansada de todo eso, Annie le puso los brazos a su abuelo en los hombros y lo hizo darse la vuelta. ― Abuelo, no discutan ahora. No quiero asustar a Bree. ¿Asustarme? A mí todo eso me parecía divertidísimo. ― Vayamos dentro. ― Indicó Annie, abrió la puerta y dejo entrar a su abuelo primero, después me dejo pasar a mí y cuando Dante quiso entrar ella se colocó en la puerta y le impidió el paso. ― ¿Conejita? ― La llamó. ― Creo que es mejor que vayas a tu casa por ahora, el abuelo quedó de muy mal humor. Si te quedas otro rato… Su bilis empeorará. El suspiró y asintió con resignación. La abrazó con mucho cuidado y le dio un beso en la frente. Iba a vomitar si seguía viendo eso. ― Te veo mañana. ― Por su puesto. ― Annie lo despidió con la mano y cerró la puerta. Yo miré alrededor, la cabaña no era para nada como la imaginé, era demasiado lujosa. La sala era de del tamaño de mi cuarto y mi cocina juntos. Había incluso un candelabro sobre el techo, adornos sobre las paredes de madera y un tenue olor a café se filtraba por mi nariz. Unos sillones estaban frente a la chimenea de piedra. Del otro extremo estaba la cocina, con una mesa y sillas, todas de madera, había una barra que parecía ser de granito y en ella más cosas, un frutero, una cafetera, unas tazas. El refrigerador era de dos puertas y la estufa tenía un horno bien grande. Todo se veía increíble y hacia juego. ― ¡Guau! ― Exclamé y solté un silbido. ― ¿Qué te sorprende? ― Me habló el señor Elliot. ― Esta cabaña la diseño un imbécil que no sabe nada del bosque y la naturaleza. Solo es un derroche de dinero innecesario. ― Abuelo…― Lo llamó Annie, casi como si quisiera reprenderlo. ― Y que ni crea que va a poder vivir aquí, no me interesa si agregó más habitaciones. ― Tras decirlo se fue a la cocina y presionó el botón de una cafetera. Ese olor tentador me hizo esperar a que me invitara un poco de ese café. ― ¿Quieres ver la que será tu recamara? ― Me invitó Annie mientras señalaba con la cabeza unas escaleras que llevaban a la planta alta. Mientras subíamos pude notar que no había más que cuadros decorativos de paisajes y animales en las paredes. ― ¿Por qué no tienen fotos? ― Después de preguntar me mordí la lengua. Pero que tonta. ― Todo se perdió en el incendio. ― Dijo con voz baja. Me sentí tan mal por haberle hecho semejante pregunta más estúpida. Al subir las escaleras llegamos a un pasillo que se dividía en dos. Annie comenzó a darme indicaciones. ― Por este lado, ― Señaló a su izquierda. ― está el cuarto del abuelo, aquí enfrente. ― Abrió una puerta que estaba justo delante. ― es el cuarto de baño. Al fondo está un cuarto libre. ― ¿Ese es el cuarto que quiere el perro sarnoso? ― Annie carraspeó. ― Lo siento, quiero decir “tu novio”. ― Sí… Bueno, técnicamente el obligó al arquitecto a agregar más habitaciones. Gracias a eso, ― me señaló con un dedo para que me acercara. Y con una sonrisa de satisfacción me guio hasta la habitación del fondo del lado derecho. ― Esta es tu nueva recamara. Cuando entré vi que era una habitación hermosa. Estaba muy acostumbrada a cosas sencillas, unas sábanas ligeras, un almohadón y una cortina que cubría una ventana en la que apenas cabía cuando me escapaba por las noches. Pero esto, esto era muy diferente y me gustaba. Para empezar la cama era dos veces el tamaño de la que tenía en Salty Beach, tenía unas gruesas colchas de color marrón y montones de almohadas, ni siquiera sabía qué hacer con tantas. Había un pequeño escritorio con su sillita a juego, unas lámparas preciosas en cada costado de la cama, una alfombra blanca con forma de oso, era falsa, pero se veía bien. Y lo mejor de todo, en la ventana sin duda podía entrar y salir con facilidad y eso era porque era más una puerta y daba directo al balcón que había visto antes. Afuera había una mesa con 4 sillas. Estaba más que asombrada. ― ¿Te gusta? ― Me preguntó Annie. Yo asentí, ya que no tenía palabras. ― Y yo estoy aquí enfrente. Mi pieza está cruzando el pasillo. En ese momento una idea me cruzo por la cabeza. ― Annie. ― La llamé. ― Tu novio quería esta recamara para él, ¿cierto? ― ¿¡Cómo lo sabes!? ― Su sorpresa solo me confirmó lo inocente que era. Yo me carcajeé con ganas. ― ¡Es un enfermo! ― Exclamé mientras Annie me miraba con visible confusión. ― No te entiendo, Bree. ― Annie, es obvio, una habitación justo enfrente de la tuya. ¿No te parece…Sospechoso? ― Ella se lo pensó un rato y cuando la vi sonrojarse supe que lo había entendido. ― ¡No sería capaz! “Oh, sí. Sí que sería capaz.” Pensé pero elegí no decírselo. Annie me ayudo a desempacar y me mostró que pegado a una pared estaba un mueble amplio en el que podía guardar todas mis cosas, a decir verdad no eran muchas. ― Esto no te va a servir aquí. ― Me dijo Annie mientras elevaba un vestido amarillo. ― No podrás usarlo, te dará frio. ― Bueno, estamos en “verano”. Supongo que ahora si puedo usarlo. ― Annie entrecerró los ojos e inspeccionó a fondo el vestido. Hacía frio, pero no era para tanto. Miré a Annie y vi que ella usaba las típicas botas, suéter holgado y jeans. Aunque vivía aquí, parecía no estar tan acostumbrada al frio como me imaginaba. ― Tal vez. Habrá que probártelo y salir con él. Salgamos mañana, te enseñare todo Green Cold. ― Por supuesto. ― Accedí encantada por la invitación. Tenía curiosidad por ver todo el lugar. Esa noche cenamos unas patatas al horno con un trozo de carne de res, la comida era muy buena pero yo extrañaba mi filete de pescado recién atrapado. El señor Elliot me invitó una taza de café y me supo a gloria. ― ¡Esto está exquisito! En casa no acostumbramos el café, hace demasiado calor como para tomarlo. ― ¿Verdad que sí? ― Annie me miró con expectación. ― Dania lo tostó, es su receta especial. Tiene una cafetería muy popular en el pueblo. Mañana iremos, ¿te parece? ― Encantada de conocer al ángel que hizo esto. ― Dije y sostuve la taza en alto. Esa noche me fui a dormir con pesadez, me sentía feliz por ver a Annie y pasar tiempo con ella, pero cuando estuve sola, mis pensamientos viajaron a casa, a Edgar y Kelly. ¿Estarían molestos? Llamé a mi madre para avisarle que había llegado con bien, pedí hablar con los enanos pero ellos no quisieron coger el teléfono. Seguro que si estaban enojados. Me hice un ovillo en la enorme cama, incluso la sentía extraña. Entonces supe que hacer con tantas almohadas. Las coloque a ambos lados de mí y las miré, fingiendo que eran mis pequeños hermanos. Los extrañaba y mucho. Juré que nadie me vería llorar, pero estaba sola y aun sentía mucho dolor, así que supuse que estaba bien soltar algunas lágrimas. No recuerdo cuando me quedé dormida, pero al día siguiente desperté como una pluma, mi cuerpo se sentía ligero. Bajé en pijama y me senté en la mesa. Annie llevaba unos pantalones holgados a cuadros y cuando se acercó para colocar un poco de huevo en mi plato soltó un grito ahogado. ― ¿Dormiste así? ― ¿Así como? ― Me miré y no encontré nada raro, solo unos shorts cortísimos y una camisa vieja. ― ¿No te dio frio? ― Ah…Esto. No, creo que es la costumbre por dormir así en la playa. Pero dormí muy bien, las colchas son calientitas y la cama súper cómoda. ― Eso es bueno. ¿Quieres uno o dos huevos? ― Tres, por favor. ― Annie se rio pero cuando yo no hice ninguna otra expresión se dio cuenta que lo decía en serio. Al final la ayude a cocinar lo demás. El abuelo de Annie bajo poco después, cuando me miró me di cuenta que desaprobaba mi pijama. Aun así no dijo nada. Subí a prepararme para nuestra salida. Me di un baño largo, no quería salir. El agua me golpeaba la espalda y se sentía delicioso. Me sequé el cabello, me enfundé el vestido amarillo y encima una chaqueta de mezclilla. Me calcé unas botas, las únicas que tenía y me di otro baño en perfume. ― ¿Lista? ― Llamó Annie a través de la puerta. Yo abrí e hice una pose sexy. ― Estoy lista ¿cómo me veo? ― Annie abrió la boca y me levantó un pulgar en señal de aprobación. ― Te ves perfecta. Bajamos las escaleras y vimos al señor Elliot leyendo un periódico, lo bajó y nos miró a ambas. ― No vayan a llegar muy tarde, niñas. Las dos asentimos y salimos por la puerta, nada más abrir y ahí estaba plantada el perro sarnoso esperando a Annie con visible ansiedad. ― ¡Dante! ― Annie corrió en su dirección y él la levantó del piso para abrazarla. ― Te ves hermosa, ― Le dijo. Después la bajo despacio y me miró a mí. Se llevó una mano a la nariz e hizo un gesto. ― ¿Qué en tu casa no conocen el uso correcto de los perfumes? Con que así nos íbamos a llevar. ― ¿Y en la tuya no conocen el uso correcto de las correas? Porque no la traes puesta, perro. ― ¡Tú! ― Annie le colocó una mano en el pecho. El respiró profundo y apartó la mirada. Esa la ganaba yo. Cruzamos el sendero en silencio, nos subimos a la camioneta, que ahora sabía era de Dante. El abuelo de Annie tenía estacionada frente a la cabaña una vieja Ford del 79, bastante bien cuidada a decir verdad. ― ¿A dónde vamos primero, conejita? ― Vayamos con Dania. Llegamos a una cafetería, la vitrina dejaba ver un mostrador y varias mesas.  El piso era de madera lisa y cuando abrieron la puerta sentí un delicioso aroma, era como el del café de la noche anterior, pero más intensificado. ― ¡Hola, Dania! ― ¡Hola muchachos! ― Ella los saludó y salió hábilmente del mostrador. Dania era una mujer hermosa, de tez clara y melena oscura, sus ojos eran de un color muy parecido a la miel. Era más baja que yo pero caminaba con mucha elegancia. Que mujer. ― Dania, ella es mi prima, Bree. Bree, ella es Dania. ― Yo le di la mano de inmediato en cuanto Annie termino de hablar. ― Es un gusto conocer en persona al ángel del café. Déjeme decirle que su café es la cosa más rica que jamás he probado. Dania me miró con entusiasmo y con cierta vergüenza me dio las gracias. ― No es para tanto. ― Dijo y sonrió. ― ¿Dónde está Konrad? ― Preguntó Dantes después de que hubieran terminado de presentarme. ― Llegara pronto, ¿quieren sentarse? ― Nos ofreció ella. Annie nos llevó escaleras arriba a una terraza lindísima. Había mesas con sombrillas, aunque no les veía la necesidad. El sol era tan débil que apenas nos quemaba y eso que eran las 11 del día. Cuando nos sentamos, Dania nos trajo un café y pastel. Yo estaba que me moría entre sorbo y sorbo. Y cuando me engullí un trozo de pastel, realmente me morí. Dania no era un ángel, era una Diosa. ― Dante. ― Una voz gruesa y sensual atrajo la atención de todos, Dante se levantó y se acercó al dueño de esa voz. ― Konrad. ― Lo saludó. Konrad, Konrad, Konrad. Resonó en mi mente el nombre de ese hombre, era mayor que yo pero no era ningún impedimento. Era más que guapo, era sexy. Una voz gruesa, ojos azules penetrantes y una barba bien cincelada. Konrad tenía que ser mío. Tampoco olviden guardar esta historia en su biblioteca al darle click al corazón, así me ayudan a darla a conocer a más personas.
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