Esa misma tarde Violeta tuvo que quedarse a hacer horas extra. Tenía que acabar unas presentaciones que su jefe le había pedido para el día siguiente y no las tenía ni empezadas. Cuando Joaquin fue a buscarla para irse a casa, Violeta le comentó el asunto y le pidió que se fuera él por delante. Ella pediría un Uber tan pronto como acabara, aunque no esperaba que fuera antes de las once.
Trabajó dos horas sin parar, concentrada en su labor y repasando mentalmente la historia de Natalia. No podía evitar excitarse al recordar aquellas palabras de su amiga: «la corrida fue la mismísima hostia». ¿Con el puto Marcos, el tío más asqueroso de la empresa? ¡Por dios, Natalia…!
Se encontraba a solas en su despacho, la cabeza gacha sobre el teclado, cuando por la puerta asomó la cabeza de Adrian. Eran las ocho y media y no entendió que hacía el chico allí a esa hora. El resto de compañeros se habían marchado hacia dos horas como mínimo.
—Me voy, jefa… —dijo el chico.
—Vale…—respondió ella sin mirarle—. Hasta mañana.
—A no ser que pueda ayudarte en eso tan complicado que parece que te trae mártir. Lo digo… por la cara de esfuerzo que pones… espero que no te enfades…
El becario se había cortado a mitad de la frase. Había querido ser ocurrente y se temía que se había pasado tres pueblos. Violeta suspiró y se echó para atrás en la silla. Se acarició el cuello, que le dolía por la fatiga de mirar al monitor del PC durante tantas horas.
—No sé… no creo… —repuso—. A no ser que seas un experto en vectorización de imágenes…
—¿Vectorización?
—Sí, eso, vectorización —bostezó Violeta sin hacerle mucho caso—. Si consigo que estás dieciocho malditas imágenes entren en sus espacios reduciendo sus vectores, habré terminado por hoy. A quince minutos por imagen, te puedes imaginar… Bueno, tranquilo, ya sé que de esto tú ni idea, pero ya te enseñaré otro día. Hala, vete a casa y ya hablaremos mañana.
Adrian se acercó hacia su mesa y, girando la pantalla, observó las imágenes que Violeta tenía preparadas para tratarlas digitalmente. Sus movimientos eran lentos y tímidos, como sin querer molestar. Violeta se contuvo al observar cómo le tocaba la pantalla. Intuía que si mostraba el cabreo que sentía por aquella violación de su PC, el chaval saldría corriendo de la empresa como alma que lleva el diablo y tal vez no volvería a verle. No obstante, se sintió generosa y le dejó hacer. Al fin y al cabo, cinco minutos más o menos no le supondrían demasiado en aquella noche de trabajo.
Tras una observación de un par de minutos, Adrian se atrevió a hablar.
—¿Me dejas que pruebe una cosa?
—¿Probar? —repitió ella.
—Sí, es solo…
—Joder, Adrian, no sé si debo… Llevo todo el día trabajando en esto y solo faltaría que me lo jodieras y tener que volver a empezar.
—No te preocupes, antes de nada haré una copia de seguridad de los archivos.
—Bueno, vale… —respondió, recordando que el chico se merecía una oportunidad. No en vano le había dado una lección a Marcos, el tío más cerdo de la oficina.
Violeta se levantó y Adrian ocupó su silla. La joven le comentó lo que necesitaba y Adrian empezó a trabajar. Tomó el ratón en su mano y lo apretó con una seguridad aplastante. Manipulaba con soltura la flecha por la pantalla y, tras ejecutar la copia de seguridad que había prometido, se dedicó al tratamiento de la primera imagen.
Ingresó una dirección de Internet en el explorador y cliqueó rápidamente sobre las opciones adecuadas, al tiempo que respondía a preguntas que un programa desconocido para Violeta le iba presentando.
En dos minutos, Adrian emitió su veredicto:
—Ya está la primera imagen.
—¿Ya…? —Violeta silbó asombrada—. Deja…
Revisó con unos clics que lo que decía Adrian era correcto y le devolvió el ratón al chaval. En quince minutos más todas las imágenes estaban convertidas y preparadas para ser insertadas en el espacio reservado para cada una de ellas. La documentación que Violeta había preparado durante la tarde estuvo completada en los cinco minutos siguientes.
—¡Jo-der! —exclamó Violeta—. ¿Por qué nadie me ha dicho que eres un dios de la informática?
—Bueno, yo…
Adrian se levantó y le sonrió con la mirada esquiva. Violeta no entendía la timidez del chaval. Un chico alto, moreno y con unos ojos negros que quitaban el sentido, en un mundo normal corresponderían a un perfil más «Marcos». Supuso que se debería a que era su primer día y le perdonó su cortedad. De todas formas, el hecho de haberse atrevido a putear al adjunto del director en su primer día de trabajo… ufff… Cojones sí que tenía el chaval, tenía que reconocer.
—Me has salvado la vida… —sonrió mientras apagaba el ordenador—. Te has ganado una copa… ¡Yo invito!
La negativa del chico la pilló por sorpresa.
—Te lo agradezco, pero mejor otro día.
—Vale, no pasa nada —intentó disimular su decepción—. Supongo que no querrás hacer esperar a tu novia.
El chico sonrió y se ruborizó.
—No, no es eso… —replicó—. No tengo novia.
Esa noticia sí que la extrañó. El chico estaba de toma pan y moja. ¿Qué diablos le pasaba con las chicas? ¿Sería gay?
—¿Entonces…? ¿Ni un solo chupito de lo que sea?
—Veras… Es que mañana tengo un examen y voy a pasarme la noche estudiando. Te lo agradezco, de veras…
—Vale, pues otro día… ¿hecho?
—¡Hecho! —respondió con su sonrisa tímida.
Unos minutos más tarde salían por la puerta del edificio de oficinas y cada uno se iba por su lado. Adrian hacia la parada del metro y la joven en un Uber que ya la esperaba.
*
Violeta miró su reloj según subía en el ascensor. Eran casi las nueve y media, mucho antes de lo que había planeado llegar a casa. ¡Vaya descubrimiento el del becario Adrian! Aquel chico era una joya y le iba a facilitar la vida muchísimo.
Soñaba con quitarse los tacones tras un día tan largo como aquel. Besaría a Joaquin al llegar, como solía. Y, después, quizá abrirían una botella de vino, pedirían algo de cena y verían alguna película romántica. Y, ¿por qué no?, harían el amor sobre el sofá. No podía evitar la calentura que le subía con solo pensar en la historia de su amiga, así que tal vez jugaría con su novio a ser Natalia con Marcos —sin que él lo supiera, por supuesto—. El morbazo de la escena en su mente era más que notable.
Quiso dar una sorpresa a su novio y, en lugar de pulsar el timbre, abrió con su llave la puerta del apartamento. Una música proveniente del salón la recibió. La había escuchado desde la escalera, pero nunca habría imaginado que salía de su casa. Reconoció la canción; se trataba del tema francés «Je t’aime, mois non plus», un símbolo del siglo XX que consistía básicamente en los gemidos de un polvo musicados.
No entendió por qué Joaquin había puesto aquella vieja canción. Reparó, además, en que la luz del salón estaba atenuada, permaneciendo la estancia en total penumbra. Se bajó de los zapatos de tacón y se acercó a la entrada.
—¿Joaquin…? —dijo sin levantar la voz.
No hubo respuesta. Solo unas risas que se oían bajo la música. La puerta del salón se hallaba entornada y Violeta la empujó lo suficiente como para introducir su cabeza por la abertura.
Lo que allí encontró fue a su novio, de espaldas. Ante él se hallaba su prima Laura. Parecían bailar al son de la música vintage.
Sonrió y se disponía a entrar para darles una sorpresa cuando la pareja se giró unos grados hacia la derecha. Violeta a punto estuvo de gritar por la impresión.