Los dos primos no bailaban, ni mucho menos. El pantalón de Joaquin se hallaba algo bajado por delante, aunque por detrás no se podía intuir. Su v***a asomaba por la abertura y Laura le agarraba de ella con una mano mientras con la otra le amasaba los huevos. No había duda, Laura estaba pajeando a Joaquin con total desvergüenza.
«¡Joder…!», clamó Violeta para sí echándose hacia atrás y devolviendo la puerta a su estado inicial.
—Ya ves, no hay forma de que funcione ni con la música. Casi mejor que la apaguemos antes de que los vecinos tomen nota y le vayan con el cuento a Violeta.
—Vale, apágala, pero tranquilo, no desesperemos…
Joaquin apuntó al estéreo con el mando a distancia y detuvo el soniquete de suspiros con música. Violeta no salía de su estupor y miraba a la extraña pareja desde su escondite tras la puerta.
Sin dejar de mirar a los ojos de Joaquin, Laura se arrodilló ante él y se introdujo su m*****o en la boca. En ese movimiento, Violeta observó que el pene se hallaba flácido y comprendió a qué se refería su novio al decir que «no había forma de que aquello funcionara».
—Pero, Laura, ¿qué haces? —protestó el hombre—. No lo hagas, por favor… ¿No decías que te daba mucho asco chupársela a un tío?
—Ya, sí, eso dije… —respondió su prima con ojos lascivos—. Pero a grandes males…
Y siguió chupando como una auténtica maestra.
Violeta se santiguaba como había visto hacer a su abuela cuando era niña. No podía creerse lo que veía. ¿Joaquin y Laura tenían un affaire? ¡Imposible! Jamás lo hubiera imaginado. Su corazón le pedía entrar en la sala y montar la marimorena, pero la razón le sugería que esperase, que tendría que haber un motivo que justificara lo que estaba viendo.
*
Unos segundos después, la polla de Joaquin había revivido. La mamada de Laura había surtido efecto y ahora el m*****o del hombre se mostraba en plena forma. Y Violeta tenía que reconocer que aquel pene no estaba nada mal, por mucho que Natalia hubiese elogiado el de Marcos como la octava maravilla. Seguro que no sería para tanto. Aunque tampoco se comprendía a sí misma por no poder quitarse a aquel asqueroso de Marcos de la cabeza.
Una vez Joaquin estuvo preparado, Laura se deshizo de la falda y se bajó las bragas con premura. No había tiempo que perder, parecían decir sus gestos urgentes. Se acostó en el sofá boca arriba, se abrió de piernas y apremió a Joaquin para que se colocara sobre ella.
Violeta notaba como le palpitaba la entrepierna. Después de las aventuras del día, ahora encontrarse con esto le parecía demasiado. Se apretaba la vulva por encima de la falda para evitar sus latidos, pero sin conseguirlo. Y esperaba a ver qué era lo que ocurría allí, agarrada a la idea de que aquello no podía ser lo que parecía. Por si acaso, con el móvil se dedicaba a grabar la escena.
Por fin Joaquin se despojó del pantalón y, situándose entre las piernas de Laura, se resegó contra ella buscando la postura sin, por lo visto, encontrar el orificio deseado.
—A ver, déjame… —dijo su prima política y, metiendo la mano entre los dos, maniobró hasta quedar satisfecha y le pidió que empujara—. Así, despacio… eso es… adentro, afuera… adentro, afuera… hasta que se lubrique el agujero… Ufff… estupendo, ya está toda dentro… Ahora muévete despacio, ya te avisaré cuando tengas que moverte más rápido.
Violeta no se atrevía ni siquiera parpadear. «No, si al final sí va a ser lo que parece», se dijo desilusionada. De todas formas, el hecho de que aquel fuera el polvo más soso de la historia le hacía mantener las esperanzas. Agudizó el oído y se limitó a seguir escuchando.
—¿Seguro de que estás en periodo fértil? —dijo el hombre al cabo de unos segundos de culear sobre Laura—. A ver si no vas a estarlo y otro mes que esto no nos sirve para nada.
¿Otro mes? ¿Había oído bien? Violeta deducía de esas palabras que ese polvo no era improvisado, sino que era el último de una cadena de ellos que se repetía de forma periódica.
—Que sí, cielito, tranquilo —respondió Laura—. Además, mi temperatura está en máximos. No te preocupes, tu simplemente échame la leche dentro que del resto ya me encargo yo.
—¿Y tú crees que el niño se parecerá a tu marido? A ver si va a salir más a mí y Andrés termina por sospechar…
—Anda ya… —replicó su prima—. Aunque, bueno, Andrés y tú sois muy parecidos, al fin y al cabo sois primos. Seguro que el niño se parece a los dos y todo se quedará en la familia.
«Joder —pensó Violeta—. ¿Están buscando un niño?». Aquello era extraño de narices, pero era lo que se desprendía de su conversación.
—Menuda putada lo de Andrés, ¿no? —mencionó Joaquin tras unas embestidas más efusivas.
—Ya te digo… —replicó Laura con un suspiro de gusto—. Pero no me lo recuerdes. Mi pobre maridito, con lo que yo le quiero, mira que no poder tener una erección suficiente para terminar el acto y dejarme preñada… A lo más que llega es a correrse en la entrada, y así no hay quien pueda… Es una lástima, te lo aseguro, pero gracias a ti la cosa se va a solucionar. No sabes cuanto te lo agradezco.
Si Violeta aún tenía dudas, esas palabras las volatilizaron por completo. Su novio se estaba follando a Laura solo por hacerle un favor. Qué buen corazón tenía Joaquin, se reconocía.
—Yo lo que no entiendo es por qué no te sometes a la fertilización in vitro.
—Jo, Joaquin, si ya te lo he explicado mil veces —«¿Mil veces?», se dijo Violeta. «¿Cuántas veces habían follado aquellos dos?»—. Con los antecedentes de cáncer en mi familia, el chute de hormonas que se necesita para la in vitro es muy peligroso. Además, se te pone el cuerpo como un globo y yo no quiero perder el tipo. ¿A qué a ti te gusta mi tipín, cielito? Reconócelo.
«Me cago en la leche —protestó Violeta para sí». Podía perdonar a la muy pendón que quisiera tener un hijo y con la desesperación recurriera a su prometido. Pero que estuviera tonteando con él mientras tenía su polla clavada hasta el útero… aquello la ponía de muy mala hostia.
Se produjo un silencio en el cual solo se oía el lamento de los cojines del sofá al ser aplastados en cada embestida. Al cabo, Laura empezó a resoplar y pequeños gemidos escapaban de sus labios.
—A ver, Joaquin —dijo la prima desabrochándose la blusa y subiéndose el sujetador—. Dame una chupadita en los pezones, cariño.
—Hostia, Laura, eso no puede ser… Habíamos dicho…
—Anda, venga… déjate de remilgos… ayyy… uuyy… que gustito…
Joaquin chupaba de las tetas de su prima política y de cuando en cuando le mordisqueaba un pezón. Laura gemía a mayor volumen cada vez.
—Joder, Laura, ¿no te irás a correr, no? —le preguntó asustado Joaquin.
—Ay, cariño, no sé… tú a lo tuyo, que si me corro es cosa mía…
—¿Pero no habíamos quedado en que correrse durante la recepción del semen lo expulsaba hacia afuera y hacía más difícil la concepción?
—Bueno, no pasa nada, cielo… —cada vez que le llamaba «cielo» o «cariño», a Violeta se le subían los vapores—. Yo me corro antes de que me eches la leche y ya después, si eso… tú me rellenas el útero y así no hay problema.
«Hija de su…», se revolvía la sangre de Violeta a cada palabra bobalicona de la prima de Joaquin.
—No sé, Laura, no sé…
—Venga, tonto, culea más rápido que ya me viene…
Él, obediente, se lanzó a bombear como un desesperado haciendo que los gemidos de Laura se convirtieran en auténticos gritos. La prima de Joaquin, y mujer de Andrés, presidente de la empresa donde Violeta y su novio trabajaban, se empezó a correr como una perra.
Un minuto después, Joaquin anunció que él también se corría y ambos se fundieron en un abrazo compulsivo. Violeta detectó con un enfado monumental que la lengua de la prima relamía la boca de Joaquin a la desesperada mientras con las piernas se enroscaba a sus caderas para unirse lo más posible a él.
*
Unos instantes más tarde, Violeta se hallaba en el portal de la finca esperando a que Laura saliera. Un ataque de vergüenza la había empujado a calzarse y a escapar de la casa para no ser sorprendida como una espía al acecho.
Mientras fumaba su tercer cigarro del día —lo máximo que se permitía eran cinco por jornada—, repasaba lo que había presenciado en el salón de su casa y se preguntaba si debía dejarlo correr o montar un escándalo.
Aquella relación entre los primos no parecía lasciva, sino un favor entre familiares. Si solo era eso, Violeta no debía sentirse engañada. Sabía que su novio no haría aquello con ninguna otra mujer, así que debía perdonar y callar.
Por otro lado, si cortaba con Joaquin por aquello, se alejaría de la vida lujosa a la que aspiraba. No, de ninguna de las maneras iba a renunciar a esa vida cómoda y regalada que se había ganado con esfuerzo. Incluso a pesar de no saber aún cómo iba a tener que pagar su sitio en la familia ante su patriarca Ramón.
En estos pensamientos andaba, cuando la luz de la escalera se encendió y oyó al ascensor bajar. Se abrió la puerta del elevador y vio salir a Laura con bastante prisa. Se escondió tras el mostrador del conserje y la dejó pasar.
Cuando Laura se disponía a abrir la puerta del portal, un mensaje de voz salió de su bolso: «bip, bip. Son las once de la noche. Hora de la píldora anticonceptiva». Ante los ojos descreídos de Violeta, Laura extrajo del bolso un blíster de pastillas, liberó una de ellas y se la tragó antes de salir del edificio y cruzar la calle a la busca de un taxi libre.
—¡Hija de puta…! —susurró irritada al comprender que aquella asquerosa ponía la excusa de quedarse preñada con el objetivo llano y simple de beneficiarse a su primo.
Se sintió terriblemente cabreada… y decepcionada. Aquello cambiaba las cosas. Su novio tal vez era inocente, pero Laura era una hija de su madre… Aquello no podía quedar así, aunque quizá lo mejor sería no contárselo a nadie y guardar la información por si la necesitaba más adelante. Lástima no haber grabado el momento en el que el mensaje salía de su móvil al igual que había grabado la sesión de sexo entre los dos tortolitos sobre el sofá de su salón.
Sin más dilación, se subió al ascensor y en pocos segundos se disponía a abrir la puerta del apartamento. Tenía que fingir que llegaba en ese momento por primera vez.
A punto estaba de introducir la llave en la cerradura, cuando la pantalla de su iPhone se iluminó entre sus manos y pudo leer el mensaje de wasap que en ella aparecía.
RAMÓN: Recuerda que tenemos que terminar lo que iniciamos en la buhardilla el día de la celebración. Si no me llamas tú pronto, lo haré yo. No creas que vas a librarte de mí.
Violeta tragó saliva y empujó la puerta de su casa.