Habían pasado unos días desde el mensaje de Ramón y desde entonces no había vuelto a tener noticias suyas. Violeta no había osado llamarle ni responder a la misiva, y parecía que él tampoco se decidía a presionarla aún más. Al menos de momento.
El día en la oficina se había mostrado aburrido, con poco trabajo y mucha gente de vacaciones estivales. Veía a Adrian ir de un lado para el otro intentando agradar a todos y le daba un poco de pena.
—Querer llevarse bien con todo el mundo es la mejor forma de acabar mal con los unos y con los otros —pensaba Violeta. Pero la bonhomía del chaval, a la vez que su timidez, la conmovía sin poder evitarlo.
Natalia y Lines, por su parte, no comerían con ella aquel día, tenían obligaciones que atender a mediodía. Se sentía fatal, poder descargar las penas con sus amigas le permitían llevar la jornada con mejor ánimo.
Llegaba la hora del almuerzo y no se decidía si le apetecía comer con compañeros a los que habitualmente no frecuentaba, o si era mejor pedirse una pizza y comerla en soledad sobre el escritorio de su despacho.
Estaba a punto de marcar el número de Telepizza cuando la llamada en el iPhone interrumpió su gesto. La foto de su cuñada aparecía bajo su nombre en negrita: SOFIA. Violeta pulsó el icono verde del teléfono.
La conversación entre ambas duró el tiempo que tardaron en acordar un lugar y una hora para comer y charlar aquel mismo día.
Unos minutos más tarde, Violeta esperaba a Sofía sentada en la mesa del restaurante donde habían quedado. Leía y respondía con aburrimiento los wasaps del día, cuando su cuñada entró como un elefante en cacharrería.
Violeta noto su nerviosismo y la abrazó esperando que se tranquilizara, al menos mientras hacían la comanda. En aquel bar la conocían y no le hacía gracia que Sofía se mostrara tan alterada, como a punto de explotar.
Mientras esperaban, hablaron de cosas intrascendentes —el calor, las vacaciones, el trabajo…—. Una vez que las bebidas y las pizzas estuvieron sobre la mesa, Sofía se lanzó a la carga como un toro de Mihura.
—¿Se puede saber qué hacías el sábado de la celebración en la buhardilla de mi tío?
Violeta se quedó de una pieza. Se había esperado cualquier asunto tocante a la boda de su hermano Joaquin con ella, a sabiendas de que Sofía no aceptaba su relación. Su futura cuñada la veía como una «plebeya pobretona», muy lejos de la categoría de su familia. Pero hablar del patriarca de la casa no le apetecía en absoluto, y menos con aquella arpía.
—¿La buhardilla…? —replicó como haciéndose la despistada—. ¡Ah, sí! Ya recuerdo…
—¿Y entonces…? —insistió—. ¿Qué tienes que decirme sobre lo que te pregunto?
—Pues nada, chica… —hablaba con la boca llena porque sabía que era una patada al refinamiento de su cuñada—. Rocío nos dijo que Ramón nos esperaba a Joaquin y a mí para saludarnos. Si subí yo sola es porque ella entretuvo a tu hermano con no sé qué bobadas sobre inversiones.
—¿Te estás follando a Ramón?
La pregunta sonó como un disparo. Violeta no consiguió tragar el trozo de pizza que masticaba y tuvo que beber agua para no morir asfixiada.
—Yo no… —replicó con mala baba—. Pero tú sí, creo… Al menos, el condón que te llevaste a escondidas en la bolsa de aseo iba cargado de leche recién ordeñada.
Sofía se ruborizó, pero enseguida recobró la compostura.
—¿Y cuándo me fui, qué pasó? —insistió—. Porque no estoy sorda y escuché cerrarse el pestillo de la puerta. ¡Dime la verdad! Ramón te rompió el coño en cuanto salí de allí, ¿me equivoco?
La boquita de Sofía no parecía acompañar a la clase de que presumía, y Violeta sintió un frío helado recorrerle la espalda.
—¿Y si fuera así?
—Si fuera así tendrías que vértelas conmigo —amenazó Sofía apuntándola con un dedo—. Ramón es mío, ¿te enteras? Y si te metes por medio te vas a enterar de quien soy yo.
Violeta no salía de su pasmo. ¿Pero qué familia de mierda era aquella?, pensaba. El tío Ramón se follaba a su sobrina Sofía. Su mismo prometido se follaba a la mujer de su primo Andrés con la falsa excusa de quedarse preñada. Andrés, marido de Laura, no conseguía que la picha se le pusiera tiesa. Ah, ¿y qué decir de Rocío? Porque estaba claro que el día de la celebración se había compinchado con Ramón para retrasar a Joaquin y dejarla a solas con él en la buhardilla.
Pensó que Rocío era un buen hilo de donde tirar para hacer «cosquillas», y no lo dudó. Quizá si la mencionaba podría sacar a Sofía algo más de información sobre aquella ridícula estirpe de finolis incestuosos.
—¿Por qué no te preocupas de Rocío en vez de vigilarme a mí? —le espetó burlona—. Porque yo diría que es muy amiguita de tu tío Ramón, a la vista de la jugada que nos hizo ese día reteniendo a Joaquin por encargo suyo.
—De Rocío ya me cuido yo solita, ¿te enteras? —repuso Sofía con malas pulgas.
—Ah, ¿entonces ya no se la folla? —se tiró a la piscina sin saber si tenía agua.
La respuesta de Sofía volvió a sumirla en el asombro.
—No, esos dos ya no follan —respondió la prima. ¡Bingo! La piscina se hallaba a rebosar —. Que sepas que solo la echó un par de polvos y enseguida se cansó de ella. Ahora soy yo su preferida. Y no pienso renunciar a él… ni por ti ni por nadie.
—No… me… jodas… —fue lo único que alcanzó a decir Violeta ante la confesión de su cuñada.
—Estás advertida… —Sofía dejó unos billetes sobre la mesa y se levantó de la silla.
—Espera… —la retuvo Violeta—. ¿Todo esto es por dinero?
La expresión de Sofía mudó por completo y se volvió a sentar.
—¿Qué coño dices?
Violeta comprendió que había dado en el clavo.
—¿Te acuestas con él para conseguir mayor tajada en el testamento? —susurró con ironía—. Es así, ¿verdad? Te ha ofrecido dinero a cambio de sexo.
—Eso es una calumnia… —balbució Sofía y Violeta decidió remover el puñal que le acababa de clavar.
—Lo que no sabes es que a mí también me lo ha propuesto —soltó con más ganas de hacer daño que de informar.
La boca de Sofía se abrió en una mueca de sorpresa.
—No me lo creo… pedazo de zorra… —casi gimió su cuñada.
—Ah, ¿no? —replicó Violeta satisfecha con el revolcón que le estaba dando a la muy arpía—. Pues que sepas que me ha ofrecido traspasar a Joaquin un buen porcentaje de la parte de tu herencia si me lo sé follar como él quiere.
Sofía no conseguía cerrar la boca por el estupor, y el gesto de pánico de su entrecejo se acrecentaba por momentos.
—Le dije que no, que te follara a ti, que a mí no me picaba el coño tanto como para chupársela a un puto viejo… —hablaba con una sonrisa de triunfo.
Y sabía que mentía sobre lo que sentía por el cerdo de Ramón, aunque fuera de forma inconsciente. Era verdad que había sentido asco por el viejo desde que lo conoció y le hizo la sucia propuesta por primera vez. Pero cuando sintió entre sus labios y en su lengua el tacto suave de su oscuro glande, algo se había removido dentro de ella. Algo que no sabía que llevara dentro.
Porque hasta entonces el sexo para ella era accesorio. Un poder femenino para conseguir lo que quería de los hombres, pero de lo que nunca podría disfrutar, porque el disfrute no entraba en sus cálculos. Incluso, desde que descubriera el placer solitario en su adolescencia, apenas se había masturbado una docena de veces hasta el momento actual. Y si había perdido la virginidad y se había entregado a las dos parejas anteriores a Joaquin y a los pocos ligues de oficina, fue más por agradarles a ellos que por alcanzar la satisfacción propia.
No, en eso no mentía, el sexo para ella había sido un mal a tolerar para conseguir sus objetivos. Hasta ahora. Sin embargo, tras lamer el m*****o de Ramón mientras apretaba la carne del duro tronco de su v***a, algo se había transformado en ella. Y, no le cabía duda, era por esa experiencia que tampoco conseguía quitarse de la cabeza la historia de Natalia con Marcos. El asqueroso, pero a la vez atrayente, Marcos.
—Pero, ¿sabes qué? —continuó—. Ahora me lo voy a pensar. Con tal de joderte soy capaz de abrirme de piernas y dejar que me folle hasta que le duelan los huevos.