Sexo Duro

1478 Words
Retiré la piel que cubría el glande y lo relamí con la lengua, dibujando rizos sobre él. No pude evitar comparar el tamaño, el color, y sobre todo la textura con los de la v***a de Ramón. En proporciones ganaba la del tío de mi novio, pero en color y suavidad la de Marcos era bastante más agradable. Por otro lado, la entrepierna del tipejo al que estaba mamando olía maravillosamente. Resultaba evidente que el muy cerdo había previsto que acabaría la noche de una manera parecida y que se había perfumado a conciencia para quedar como un señor durante la faena. Por otro lado, se me hacía curioso el cambio que se estaba produciendo en mí. Yo, una remilgada que jamás se la había chupado a un hombre, ni siquiera a Joaquin, le estaba lamiendo la v***a y las pelotas a un tipo al que odiaba. Y era el segundo tipo al que se la mamaba en poco tiempo, si contaba la rápida lamida al tío Ramón. Otro tipo al que odiaba sobremanera, por cierto. Aquello era asqueroso y humillante, tenía que reconocerlo. No obstante, mover la cabeza adelante y atrás, salivando aquel pedazo de carne dura como una piedra y tocando mis cuerdas vocales con su punta, me estaba volviendo loca. Vale, nunca lo hubiera dicho, mamar en aquella postura degradante me mataba de gusto. Lo disfrutaba hasta el punto de ponerme de nuevo a más de cien y provocar que los goterones de flujo volvieran a resbalar por mi coño, poniendo perdida la tapa del inodoro así como mi flamante vestido. Dicho esto, hubo algo que no supe prever debido a mi ignorancia en cuanto al sexo «duro» se refería. Y es que existe un verbo al que entonces no estaba habituada: «follarse una boca». Hasta ese momento la mamada la había manejado yo. Era yo misma la que marcaba el ritmo, la profundidad, la saliva, el movimiento de la lengua. Yo era la puta ama. Pero, a partir de cierto instante, Marcos tomó el mando y me cogió por sorpresa. El canalla me sujetó por el pelo y comenzó a meter y sacar la polla de mi boca a una velocidad inusitada. —Mhhhe haggces daññhhoo —me quejé, pero al tipejo se la trajo al pairo—. Pagggraaa… pagggraaa… Introducía su falo hasta mi garganta, lo apretaba hasta notar que me asfixiaba y luego lo sacaba unos instantes para dejarme tomar aire. Las babas que fluían de mi boca, mezcladas con su líquido preseminal, resbalaban de mi barbilla y formaban charcos en el suelo. Cuando le comenzaron a temblar las rodillas, me asusté. Estaba a punto de correrse y, con la boca llena, no creía poder pedirle que no me pringara por entero. Aún quedaba tiempo de velada y no podía andar por ahí oliendo a lefa como una vulgar prostituta. —Me voy a correr, so puta, prepárate para tragarte mi leche… ufff… ya va… ya va… —anunció el tipejo. —No… espera… —Espera mis cojones… —se burló—. Toma aire, zorra, porque te la vas a comer entera. Joder… su puta madre… me voy… me voy… Y con un gemido ahogado empezó a disparar un líquido espeso e hirviente dentro de mi garganta. Su esperma sabía a castañas rancias y tenía un toque salado. Yo tragaba a la mayor rapidez que podía entre arcadas, con la seguridad de que si no lo hacía a tiempo, el siguiente chorro terminaría por ahogarme. Perdí la cuenta de los disparos y, por supuesto, no pude tragármelos todos. Gran parte del semen se quedó en mi boca y lo escupí hacia afuera casi vomitando en cuanto Marcos se echó un paso atrás y me soltó la melena. —Jajaja… —reía con voz contenida para no ser oído por las chicas que se escuchaban trastear en el lavabo—. Menuda puta de mierda estás hecha. Ni siquiera te gusta la leche. Podía haberle soltado un montón de improperios, pero callé para no retarle. No quería acabar en una fuerte discusión que nos delatara. Me limpié la boca y la cara con papel higiénico y toallitas húmedas que solía llevar en el bolso, mientras él ya se había colocado el pantalón y esperaba una ocasión propicia para largarse del cubículo. Cuando al fin me dejó a solas, me sentí libre. Me recompuse la ropa, a excepción de las bragas, que se habían pringado de todo tipo de esencias al andar rodando por el suelo durante todo el encuentro. Imposible de ser recuperadas, las envolví en papel higiénico y las guardé en el bolso. Me entretuve orinando hasta que se produjo un nuevo vacío en el exterior y me lavé la cara y retoqué el maquillaje frente a los lujosos espejos. Luego salí de los lavabos, simulando la mayor naturalidad que pude. Los gritos de los amantes del cubículo adyacente al nuestro aún resonaban a mi espalda cuando cerré la puerta al salir. * Violeta salió del lavabo y miró a la sala. Se sintió a salvo en aquel espacio lleno de gente que reía o brindaba sentados a sus mesas. La borrachera se le había disipado de golpe durante la escena en el cubículo. Suspiró y echó a andar con paso seguro, disimulando el sentimiento de culpa que la embargaba por lo que acababa de hacer. «¿Por qué tengo que sentirme culpable? —se decía—. El asqueroso de Joaquin aún sigue tirándose a esa zorra de Alej…». Y entonces lo vio. Su prometido se encontraba sentado en el lugar que le habían asignado para la cena. Y a Alejandra no se la veía por ninguna parte. Se llevó una mano a la boca justo en el momento en que su mirada se cruzaba con la del cerdo de Marcos, que le daba unos cachetes en la espalda a Joaquin como si le gastara una broma. El muy perro le guiñó un ojo y le dedicó una sonrisa con expresión divertida. «Te la jugué, querida», parecía decir su expresión socarrona. Violeta bufó para sí y tuvo que hacer un brutal esfuerzo para no correr hacia el canalla y sacarle los ojos delante de todos. Y sus nervios terminaron de estallar cuando en otro rincón de la sala identificó a Adrian, ahora con total nitidez. ¿Qué coño quieres tú, gilipollas?, le dijo con una mirada acusadora. El chico bajó los ojos y se esfumó en dirección a la puerta de salida del restaurante. —Pero, cariño, ¿dónde te habías metido? —le dijo Joaquin cuando ella se sentó a su lado—. Te he buscado durante un buen rato y no te encontraba. Ni siquiera me respondías a los mensajes y a las llamadas. Creí que te habías marchado a casa enfadada. ¿He hecho algo que no te ha gustado? Violeta notaba la mirada de Marcos en su cogote y adivinaba sin ver su sonrisa de triunfo. Las ganas de matarlo no hacían más que crecer. —Lo siento, cielo… —respondió—. No has hecho nada malo. He estado en el lavabo todo el tiempo. Me parece que he bebido demasiado. He vomitado y luego me he quedado dormida sobre el inodoro. El móvil me lo he dejado en casa, ¿recuerdas que te lo dije? —Es cierto, ahora lo recuerdo —replicó Joaquin—. Pero, por favor, si te pasa algo así dímelo y no me dejes en ascuas. Lo he pasado fatal. «Sí, claro —rumiaba Violeta sin hablar, volcando sobre su novio la rabia que sentía hacia Marcos—. Y también voy a avisarte cuando te pille follándote a tu prima Laura, no te jode». Aunque sabía que esa rabia no era más que una excusa para mitigar su remordimiento. Un par de horas más tarde, Joaquin y Violeta llegaban a casa. La joven iba asustada pensando que su prometido la pediría sexo y no sabría cómo decirle que no. El estómago se le revolvió al recordar el resultado de la velada. Sus bragas iban en el bolso manchadas con la lefa reseca de Marcos y sus propias babas. Su cara y el cuello también iban sucias de semen, aunque se había limpiado lo mejor que pudo. Necesitaba una ducha con urgencia para quitarse aquel olor apestoso, que hasta ahora había disimulado con litros de perfume y manteniendo cierta distancia con su novio y el resto de compañeros de cena. Pero si Joaquin sentía una urgencia y se lanzaba hacia ella sin poder esperar a que se duchara, o su novio era un completo gilipollas o se iba a oler la tostada y se iba a montar un lío de tres pares de narices. Afortunadamente, Joaquin había bebido tanto o más que ella y se quedó dormido antes de que la joven entrara en el lavabo.

Great novels start here

Download by scanning the QR code to get countless free stories and daily updated books

Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD