Relata Violeta
—¿Qué coños haces aquí…? —repetí al no tener respuesta.
—Verás… —replicó Marcos con chulería, pero en susurros—. Quería comentarte algo que quizá te interese. Tiene que ver con tu querido prometido. Pero antes, ¿un cigarro?
Lo rechacé con un gesto y me apoyé en la pared. El mareo me seguía rondando. De buena gana me hubiera sentado en el inodoro, pero el asqueroso subdirector se interponía en mi camino. Busqué con la mirada una vía de escape. El cubículo era espacioso, mucho más que los de los restaurantes «normales», así que el camino hacia la puerta se encontraba despejado. De todas formas, la frase que había soltado Marcos acerca de mi «querido prometido» había despertado mi curiosidad. No creí que pudiera irme de allí sin saber a qué se refería el tipejo. Justo lo que él había pretendido al decirla.
Marcos extrajo un camel de su cajetilla y lo encendió con parsimonia y en silencio. Yo miraba alucinada a aquel hijo de su madre, deseando al mismo tiempo que continuara hablando.
—¿De qué vas? —le espeté con malas pulgas—. ¿Qué pasa con Joaquin?
Unos grititos de hembra en celo nos llegaron desde el cubículo adyacente y Marcos señaló hacia el lugar del que provenían.
—¿Oyes esos gemidos?
—Sí —confirmé—. ¿Y qué…?
—Pues que proceden de las cochinadas que están haciendo la zorra de mi mujer y el cabrón de tu novio.
—¿Qué… coños… dices? —no quería creerle, pero la idea cuajó en mi cerebro entre los vapores del alcohol.
—Pues eso… —ironizó—. Que esos dos se han estado calentando el uno al otro durante la cena y ahora están echando un polvo al otro lado de la pared. ¿A ti no te molesta?
No supe qué responder, pero él lo hizo por mí.
—Porque a mí me toca los cojones que me pongan los cuernos a la vista de todos… Así que he pensado que tú y yo deberíamos vengarnos…
—Eso es una puta mentira… —repliqué con malas pulgas—. Te lo has inventado… Y yo me largo ahora mismo…
Eché a andar hacia la puerta y Marcos me tomó de un brazo. Antes de que pudiera darme cuenta me tenía sujeta contra la pared y una de sus rodillas me separaba los muslos. Cerré los ojos un segundo para evitar que el techo me diera vueltas y, al segundo siguiente, la boca de Marcos se hallaba en mi cuello, una de sus manos me pellizcaba un pezón y la otra me apretaba una nalga por debajo de la falda.
«Hay que ver cómo toca ese tío…». Las palabras de Natalia volvieron a mi cabeza. El escalofrío que me recorría todo el cuerpo, desde la punta de los pies hasta el último pelo de la cabeza, era tan placentero que mi mente me pedía claudicar. Las imágenes de Joaquin follando con su prima Laura se dibujaron ante mis ojos. Esto, unido a los ruiditos cada vez más explícitos del cubículo adyacente, estaban poniendo en riesgo mi resistencia.
¿Por qué no dejarme llevar como había hecho Natalia?, me preguntaba. Ella, según sus propias palabras, se lo había pasado en grande. Y no estaría traicionando a mi novio. Bueno, miento, sí le estaría traicionando. Pero él había empezado, ¿no? Así que quizá no contara como cuernos.
Marcos ya alcanzaba mi vulva por debajo de la falda, que me había levantado por encima de las caderas, y yo a punto estaba de rendirme al notar que me abría la boca con su lengua y me la relamía por entero, antes de introducírmela hasta la campanilla.
Pero entonces otra voz resonó en mi cerebro. En esta ocasión la voz provenía de mí misma cuando le decía a mi amiga: «Joder, Natalia, que se trata del cabrón de Marcos, ese hijo de la gran puta». Y de un empujón con manos y rodillas lo desplacé hacia atrás y lo alejé de mí.
—Aparta, asqueroso… —le dije—. Y no se te ocurra volver a tocarme, cerdo…
Sin más dilación, me ajusté las bragas, que a esas alturas ya estaban a medio muslo, y me estiré la falda. Tomé el bolso de la percha con toda la dignidad que me fue posible y abrí la puerta del cubículo, saliendo al exterior. Marcos me miraba burlón.
—Aaaaahhhhhh… joder… sí… así… —resonó la voz femenina en un quejido brutal, prueba de que en el cubículo adyacente se hallaban al borde del abismo.
A ese gemido le siguieron unos gruñidos masculinos ahogados. Me detuve en seco, presté atención y, aunque no podía asegurarlo con certeza, aquella voz gutural me pareció la de Joaquin.
Volví la cabeza. Observé la mirada lasciva de Marcos y su gesto con la mano como diciendo: «¿lo ves?». Y el olor dulzón del hombre me confirmó que las chicas que se lo habían montado con él decían la verdad: «Marcos olía a gloria».
Un clic resonó en mi cerebro. Me giré en redondo, me volví al cubículo y, empujando al cerdo asqueroso hacia atrás, volví a cerrar la puerta tras de mí.
* * *
Sin saber cómo había ocurrido, Marcos me tenía aprisionada de cara a la pared y resegaba su fuerte erección contra mi culo. Sus manos recorrían mi cuerpo como había ocurrido segundos antes y tal cual me había comentado Natalia. En efecto, era un hijo de su madre, pero sabía cómo calentar a una mujer.
La caída de mis bragas a los tobillos y la entrada de sus dedos en mi coño fueron hechos que debieron de ocurrir en algún momento, aunque no fui consciente de cómo sucedieron. El cerdo de Marcos estaba super caliente y la velocidad con la que me manejaba no me daba tiempo a reaccionar ante cada uno de sus asaltos.
Mi calentura, por otro lado, había subido de grados hasta alcanzar el fuego de un volcán, y deseaba que llegara el desenlace para poner a prueba la frase final de la historia contada por Natalia: «nos corrimos a la vez y fue la hostia, te lo juro». Me mordía la lengua, sin embargo. De ninguna de las maneras quería armar el escándalo que estaba montando la mujer de Marcos en el cubículo de al lado.
—¿Te vas a correr, cielito? —me preguntó el tipejo mientras movía sus dedos en mi v****a como un ventilador. Debía de haber notado el temblor de mis piernas.
—Joder… sí… —gemí—. Creo que… sí…
Entonces el canalla se detuvo. Coincidí en las ganas de estrangularle que me había comentado Natalia. Parecía que el muy cerdo esperaba a que estuvieras a punto para dejarte con la miel en los labios.
Tiró de mí y me sentó en el inodoro.
—¿Qué vas a hacer…? —le espeté alucinada—. ¿Vas a follarme?
—No, todavía no, querida… —replicó—. Primero voy a subirte al paraíso.
Me abrió las piernas y sujetándome los muslos en el aire, su boca se apropió de mis labios inferiores y su lengua se introdujo por el orificio vaginal.
Mientras, con un dedo me masajeaba el clítoris, trazando círculos y propinando golpecitos que me hacían tocar las puertas del cielo. Yo daba botes sobre la tabla del inodoro y arqueaba la espalda y el cuello, las manos sobre la boca para ahogar mis jadeos.
Tras un par de minutos de rechupetearme el coño, volvió a la estúpida pregunta de antes.
—¿Te corres ya, putita?
Me molestó el insulto, pero mis fuerzas para responderle habían desaparecido hacía rato y solo pensaba en estallar, fuera como fuera. «Joder, deja de hablar y sigue lamiendo, cabrón», recuerdo que pensé entre estertores.
—No, no… —mentí como una bellaca—. Aún me falta un poco… no pares…
—Vale… pues concéntrate que luego viene lo mejor.
Y siguió chupando.
Mi mentira dio resultado y, con su chupeteo experto, el punto de placer que había aparecido en el interior de mi v****a empezó a crecer y a crecer… Y la explosión fue brutal. Mis piernas se descontrolaron. Mi cuerpo botaba frente a su cara, empujando mi entrepierna contra su boca para que no dejara de lamer. Mi espalda pareció quebrarse y mi cabeza rebotó de forma consecutiva contra la pared.
Y el grito que escapó de mi garganta fue incontrolable.
—¡Joderrr…. Ahhhhhmmmm…. Hostia puta… me corro…!
Cuando mi orgasmo terminó, Marcos tenía expresión de enojo.
«Jódete, cerdo —me dije—. Te he engañado como sueles hacer tú con nosotras.»
Se incorporó sobre sus rodillas, se bajó el pantalón y los bóxer, y empezó a pajearse mientras esperaba a que me repusiera del letargo post orgasmo. Una de sus manos, la que no agarraba su pene, amasaba mis tetas por turnos.
Aún no me había recuperado totalmente, cuando el muy cerdo empezó a resegar su glande contra mis labios inferiores, enrojecidos e hinchados. La punta de su v***a se cubría del flujo que manaba de mi v****a, pintándola de blanco como si la hubiera metido en un bote de leche.
—¿Qué vas a hacer? —le pregunté alarmada.
—¿Tú qué crees? —dijo con soberbia—. Tú ya te lo has pasado bien, ahora me toca a mí. Y no me gusta que me engañen, que lo sepas.
Sus palabras chulescas de macho alfa comenzaban a hartarme. Una vez corrida hasta la médula, me sentía con fuerzas de darle un empujón y dejarle allí a medias. Que le dieran por saco al hijo de su madre.
De todas formas, pensé que sería mejor que le dejase expulsar la mierda que se le debía de haber acumulado en las pelotas, si no quería provocarle demasiado. Un hombre es mucho menos peligroso una vez que sus testículos se vacían. Así que me resigné, aunque sin renunciar a poner las reglas.
—Vale… si quieres follarme, fóllame… —le concedí—. Pero sin condón ni de coña…
—¿Cómo? —puso cara de sorpresa.
—¿Es que estás sordo? —le espeté—. Te he dicho que sin condón te vas a follar a tu puta madre…
Alcé la pierna y le apoyé el tacón de un zapato en el pecho, empujándole hacia atrás. Marcos apartó mi pie de un manotazo y me miró con odio. La chulería ya no le valía conmigo, y se había dado cuenta. Aun así, siguió en sus trece.
—Tú eres una vulgar zorra… —me apuntó con un dedo—. Y yo a las zorras me las follo como me sale de los cojones.
Sonreí tranquila. Sabía que tenía las de ganar, así que preferí mostrarme en calma y confiada, no fuera a llevarme una hostia si me mostraba histérica.
—Ah, genial… —dije echándome hacia atrás en el inodoro, las manos en la entrepierna para evitar sorpresas—. Pues ahora voy a ponerme a chillar como una loca y cuando te apliquen la lay del «sí es sí» te vas a acordar de esta zorra y de todas las que te has follado antes que a mí. Los próximos diez años vas a tener tiempo de recordarlas y de pajearte hasta que se te caiga la polla a trozos, subnormal…
Le vi tragar saliva y supe que mi mensaje le había calado. Estaba mintiendo, por supuesto, pero él no lo sabía. No iba a gritar ni aunque se cayera el cielo. No podía significarme. ¿Cómo explicaría que había entrado en el cubículo con aquel tipejo? Ufff, demasiado arriesgado. Aunque a él lo enchironaran por violación, yo iba a quedar en evidencia y mi vida de lujo podía ponerse en peligro.
—Joder, Violeta… —se quejó lastimero—. No tengo condones a mano… No me puedes hacer esto… Mira cómo me la has puesto… Me van a reventar los huevos.
Tenía que acabar con la escenita. La venganza contra mi prometido ya estaba más que cumplida, así que cuanto antes le permitiera terminar a aquel canalla, mejor para mí. Y para él.
—Si quieres te la puedo chupar —le dije tras un paréntesis—. Es lo único que puedo hacer por ti.
Su cara de cabreo no se redujo, pero al final claudicó.
—Vale, está bien… Pero chúpamela como dios manda, pedazo de puta.
La hostia que le propiné debió de hacer eco por todo el restaurante. Aun así, mientras Marcos se acariciaba la mejilla, le agarré la polla con las dos manos y me la metí en la boca.
—Hostia… —suspiró el cabronazo.