Sabía que mamá haría cualquier cosa por mí, y yo por ella. Pero nunca imaginé cuán dolorosamente ciertas serían esas palabras hasta que me tocó vivirlas en carne propia. Cada sacrificio que hice por ella quedó tatuado en mi piel como una cicatriz que nunca desaparecería.
Dejar mi carrera en Economía fue el primer golpe. Su salud se deterioraba día tras día, hasta que no pudo seguir trabajando para mantenernos. Entonces, mi vida se convirtió en una carrera interminable de trabajos mediocres, cada uno con un sueldo más miserable que el anterior. Los turnos se alargaban cuando la EPS no cubría los medicamentos, y las horas se desvanecían mientras intentaba juntar cada centavo para pagar las medicinas que la mantenían con vida.
El día que nos echaron de la casa fue un golpe más. Vivimos años en ese lugar, lo único decente que nos quedaba en California, pero la enfermedad de mamá no solo consumía su cuerpo, también arrastraba todo lo que teníamos. Terminamos en un barrio marginal y con el miedo como nuestra única compañía.
Pero lo peor vino después, cuando me vi enfrentada a una decisión que nunca pensé que tendría que tomar. Elegir entre mi reputación como mujer o la vida de mi madre. Las medicinas que ella necesitaba eran demasiado caras, y el dinero nunca alcanzaba. La respuesta estaba clara, aunque me destrozara por dentro: siempre la elegiría a ella.
Así fue como terminé aquí, en el lado más oscuro de la vida nocturna de California. Las luces de neón del club brillaban con un resplandor enfermizo, mientras el humo de los cigarrillos llenaba el aire, sofocándome lentamente. Era mesera en este club, pero no solo se servían tragos. Los hombres venían a buscar algo más, algo que yo había aprendido a dominar: el arte del tubo. Bailar se me daba bien, y con el tiempo, el tubo se convirtió en mi única arma. Al principio, odiaba cada paso, cada mirada lasciva que sentía sobre mi piel. Pero pronto comprendí que ese era el lugar donde más dinero ganaba, y lo que más me mantenía alejada de la miseria absoluta.
Cada noche, mis manos se aferraban al metal frío, y mi cuerpo se movía como si fuera una extensión del club mismo. La música retumbaba en mis oídos, pero yo ya no la escuchaba. Solo podía pensar en mamá, en su débil sonrisa cuando le llevaba las medicinas. Cada paso en ese tubo era un sacrificio por ella. Pero dentro de mí, algo se apagaba con cada movimiento. Algo que temía no poder recuperar jamás.
Aquella noche, sin embargo, algo cambió. Mientras me preparaba para otro show, sentí una mirada que me heló la sangre. No era como las otras, no estaba cargada de deseo, sino de algo mucho más oscuro. Al levantar la vista, mis ojos se encontraron con los de un hombre en las sombras, observándome desde el rincón más oscuro del club. En sus ojos había algo peligroso que me inquietó.
Esperaba mi turno cuando mi jefe se me acercó, su presencia siempre cargada de una tensión desagradable.
—Te han pedido en privado. Hoy no bailarás aquí —susurró con esa voz que siempre escondía más de lo que revelaba.
Asentí lentamente. Ganaba más en los privados que en los shows públicos, pero, aun así, siempre me aseguraba de que el cliente entendiera sus límites.
—¿Le has dejado claro los límites?
—Los entiende perfectamente —contestó, pero antes de que pudiera sentirme aliviada, añadió—: Pero... tu madre se está debilitando, Mia. Ya es momento de dar el siguiente paso. Esta noche cobrarás tres veces más de lo que ganas normalmente, podría ser más si te dejas...
Se alejó con una sonrisa cínica, dejando en el aire el peso de sus palabras. Sabía lo que quería decirme, y en el fondo, yo también lo sabía. Esa propuesta ya había estado rondando mi mente la última semana. Mamá necesitaba empezar con la diálisis y nuevos medicamentos, mientras esperábamos que llegara su turno en esa maldita lista de espera que parecía no moverse nunca.
Suspiré, mi corazón luchando contra la razón.
El siguiente paso... ¿Estaba dispuesta a cruzar esa línea?
Sí.
El pasillo que llevaba a las habitaciones privadas siempre me ponía los nervios de punta. El silencio, apenas interrumpido por la música lejana del club, hacía que cada paso resonara con más fuerza. Llegué a la puerta que me habían indicado, mi corazón latiendo con fuerza en el pecho, y respiré hondo antes de empujarla.
Dentro, el ambiente era más íntimo y sofocante. Las luces eran tenues, los sillones de cuero estaban dispuestos en semicírculo alrededor del escenario pequeño, dominado por el tubo de acero. Sabía lo que tenía que hacer. Era algo que había hecho decenas de veces, pero esta vez se sentía diferente. La mirada de aquel hombre seguía grabada en mi mente.
Comencé el show. Mis movimientos eran fluidos, sensuales. Me deslicé por el tubo con la precisión que los meses de práctica me habían dado, cada giro, cada contorsión, estaba perfectamente calculado para atraer la atención sin perder el control. Sin embargo, mientras bailaba, sentía la presión de esa mirada fija en mí. No era como las de los demás clientes. Había algo en el aire, una tensión que hacía que el sudor en mi piel se sintiera más pesado de lo habitual.
El silencio en la habitación era casi ensordecedor, y el hombre apenas se movía mientras yo seguía con mi rutina. No podía verle completamente, pero sabía que él no se apartaba ni un segundo de mí.
Cuando terminé el show, bajé del escenario y me acerqué lentamente, recogiendo mi respiración. Estaba acostumbrada a lidiar con clientes que querían más de lo que yo estaba dispuesta a dar, pero este hombre... este hombre era diferente. Había una calma perturbadora en su quietud.
—Buen trabajo —habló una voz que hizo que mi piel se erizara.
Levanté la vista y lo vi de cerca por primera vez.
Era alto, de mandíbula fuerte, con una apariencia impecable que no coincidía con el ambiente decadente del club. Cada movimiento suyo, por mínimo que fuera, exudaba poder. No era solo un cliente más; era alguien mucho más peligroso.
—Gracias.
Él se recostó en el sillón, cruzando una pierna sobre la otra, como si analizara cada uno de mis movimientos y el silenció nos embargó.
—Tú eres Mia —dijo finalmente, su voz baja y firme, como si afirmara algo que ya sabía.
Tragué saliva, pero no me permití titubear.
—Sí, soy Mia.
El silencio que siguió fue interminable, hasta que finalmente se levantó del sillón, caminando hacia mí con pasos lentos y calculados.
—Te he estado observando, Mia. Sé lo que estás pasando... la situación con tu madre.
Mis ojos se abrieron con sorpresa y retrocedí.
—¿Cómo lo sabe? —Mi voz sonó más insegura de lo que me hubiera gustado. Nadie aquí debería saber sobre mi vida personal.
Él sonrió de lado, una sonrisa que no transmitía ninguna calidez.
—Tengo mis recursos. Sé que el tiempo corre en tu contra. Sé que necesitas el dinero para su tratamiento. Y sé que estás desesperada. —Hizo una pausa, dejando que sus palabras se hundieran en mi mente—. Eres exactamente lo que necesito. Por eso, te tengo una oferta.
Tragué saliva, pero no dije nada. Solo lo miré, esperando.
—¿Qué estarías dispuesta a hacer para salvar a tu madre?
El aire en la habitación se hizo aún más pesado. Sabía que esta conversación no iba a terminar bien, pero no podía dejar de escuchar.
—Haría lo que fuera necesario —admití, las palabras salieron antes de que pudiera procesarlas por completo.
Su sonrisa se amplió un poco más, satisfecho con mi respuesta.
—No te preocupes, no estoy hablando de venderte a ti misma... al menos no de la manera que imaginas. Solo tienes que fingir algo por un tiempo. —Se inclinó hacia adelante, sus ojos oscuros brillando—. Fingir ser la esposa de un hombre que acaba de morir.
Mi respiración se detuvo por un segundo.
—¿Qué? —susurré, incrédula.
—Un hombre murió recientemente. Su fortuna es inmensa, pero para acceder a ella, necesito que su esposa esté presente... Y ahí es donde entras tú. Fingirás ser su viuda, y ambos nos beneficiaremos. Tú tendrás el dinero suficiente para salvar a tu madre y comenzar una nueva vida, y yo resolveré mis asuntos. Fácil, ¿no?
Mis pensamientos corrían a mil por hora.
¿Fingir ser la esposa de un muerto? Parecía una locura. Pero la desesperación hacía que esa locura sonara tentadora.
—¿Y qué pasa cuando la gente empiece a hacer preguntas? —intenté mantener la calma, aunque sentía que mi mundo estaba a punto de colapsar.
—Deja los detalles en mis manos. Todo lo que tienes que hacer es jugar el papel, Mia. Y te aseguro que tu vida cambiará para siempre —su voz era suave, pero peligrosa.
Estaba atrapada entre dos opciones imposibles. Sabía que aceptar esa oferta podría llevarme a algo mucho más peligroso de lo que podía manejar, pero si no lo hacía... ¿qué pasaría con mi madre?
El silencio se hizo pesado, mientras lo pensaba. Y en ese momento, me di cuenta de que ya había tomado una decisión. No podía darme el lujo de decir que no.
—¿Y si no acepto? —susurré, aunque ya sabía la respuesta.
—No tienes opción. La pregunta no es si aceptas, sino cuánto tiempo tardarás en decir que sí.
No dije nada, simplemente me dediqué a observarlo, tratando de medir cada palabra, cada gesto. Mi corazón latía desbocado, y aunque mi cuerpo permanecía inmóvil, mi mente estaba en caos.
¿Cómo podría hacerme pasar por la viuda de un hombre? ¿Qué pasaría si alguien me preguntaba sobre él, sobre su vida, su pasado? ¿Cómo podría mentir, cuando siempre había sido pésima en eso?
Por Dios... yo era capaz de, en cuanto entrara en su funeral, gritar a los cuatro vientos que no era su esposa. ¡Qué clase de idiota sería!
Pero... la realidad era aún más cruel. Tenía que hacerlo, ¿verdad? No por mí, sino por ella. Mamá no podía esperar más. El dinero no iba a aparecer de la nada, y seguir doblando turnos en el club no iba a salvarla. Esta podría ser mi única oportunidad.
El hombre seguía observándome, sin prisa, pero con una determinación que me aterraba.
—Tengo una lista —afirmó con tono frío y controlado—. Mujeres bellas y desesperadas, todas en la misma situación que tú. Todas sin nada que perder. Así que, antes de que salga de esta habitación, necesito una respuesta.
Tragué con dificultad, sintiendo la presión aplastante sobre mí. Mi vida, la vida de mi madre, todo pendía de un hilo. No podía decir que no. Y lo sabía.
Finalmente, tomé aire, tratando de despejar mi mente, aunque la voz temblorosa en mi interior me traicionaba.
—¿Y qué... qué debo hacer exactamente? —murmuré, resignada, sabiendo que mi destino ya estaba marcado.
Una sonrisa de satisfacción cruzó su rostro. Él se inclinó aún más hacia mí, como un cazador que ha atrapado a su presa.
—Solo tienes que fingir —susurró, con una tranquilidad perturbadora—. Fingir que amas a un hombre que está muerto.