—¿Qué voy a hacer? —Se preguntaba Abigail mientras daba círculos por la amplia y luminosa recámara de su casa.
Las paredes estaban pintadas de un suave tono celeste que transmitía paz y serenidad. El aroma a flores frescas invadía el ambiente, proveniente de un jarrón de cristal que se encontraba en una mesita junto a la ventana, donde se exhibían unas preciosas rosas blancas.
Abigail, con su cabello castaño ondulado cayendo delicadamente sobre sus hombros, se sentía perdida y llena de incertidumbre.
Lo primero que pensó fue llamar a Alessandro y contarle de su embarazo, pero las cosas no eran así de sencillas.
Desconocía quién era el padre de ese bebé que se estaba formando en su vientre, lo que la sumergía en un mar de preguntas sin respuestas.
—Vas a hacerle un hoyo al suelo —pronunció Máximo, su padre de mirada cálida, quien entraba a la recámara como un rayo de luz en medio de la tormenta.
El marco de la puerta apenas rozó la madera, dejando entreabierta la posibilidad de una conversación íntima y sincera.
Abigail, con ojos llenos de lágrimas y una mirada suplicante, dirigió su vista hacia él en busca de consuelo.
—Papá, estoy nerviosa por los exámenes —pronunció apenas Abigail, mientras tomaba su mochila y se disponía a salir corriendo.
Su voz temblorosa revelaba la ansiedad que la invadía en ese momento.
—Princesa, sabes que puedes contar cualquier cosa conmigo. Dime, ¿qué te acongoja? Mi pequeña, ¿es por Alessandro? Él se ha alejado, pero no quiero verte deprimida por él. Alguien más llegará a alegrarte los días —Máximo estaba muy preocupado por el estado emocional de su hija en ese momento, ya que parecía al borde de la devastación.
—Papá, te amo tanto —pronunció Abigail, acercándose a Máximo con ternura y depositando un ligero y lindo beso en su mejilla.
El vínculo entre padre e hija era fuerte y amoroso, siendo una fuente de apoyo y contención en los momentos difíciles.
—Ve con cuidado, mi amor —dijo Máximo, estrechando a Abigail en un cálido abrazo y dándole un beso en la frente antes de que su hija saliera disparada de la habitación.
El sonido de sus pasos resonaba en el pasillo, desvaneciéndose poco a poco.
Abigail decidió ir en busca de Marco. Él vivía en una modesta casa, pero siempre había soñado con un futuro próspero y exitoso.
Los padres de Marco, don José y doña Gloria, habían depositado todas sus esperanzas en su hijo, esperando que él pudiera ofrecerles una vida mejor en un futuro cercano.
Al llegar a la casa de Marco, Abigail fue recibida por doña Gloria con una expresión ausente y apagada en su rostro.
La señora parecía sumida en sus pensamientos, manteniendo la cabeza baja y ocultando sus ojos tras unos grandes lentes de sol, incluso en el interior de su hogar. La atmósfera se volvía más tensa e intrigante a medida que Abigail avanzaba por el pasillo hacia la sala principal.
—Buenas tardes, doña Gloria —saludó Abigail con una sonrisa genuina, pero la señora no le regresó la mirada.
Su presencia parecía no importarle, sumergida en una especie de mundo paralelo de sus pensamientos y preocupaciones.
Abigail sabía que algo no estaba bien, pero decidió no darle importancia en ese momento, ya que su preocupación principal era encontrar a Marco y hablar con él.
—¿Buscas a mi hijo? —preguntó doña Gloria, captando por fin la atención de Abigail, quien asintió de forma automática, con los ojos llenos de curiosidad y ansias por saber qué estaba sucediendo en esa casa.
—Él está adentro, con su padre, viendo algunas cosas —le indicó doña Gloria, levantando ligeramente la mirada y señalando con la cabeza hacia el interior de la vivienda.
Abigail siguió a la mujer, atravesando el umbral de una puerta que daba acceso a lo que parecía ser un despacho.
El despacho estaba decorado con muebles de madera oscura y estanterías llenas de libros.
En una pequeña mesa de trabajo, don José y Marco se encontraban inmersos en una conversación intensa, analizando papeles y documentos. Al ver la presencia de Abigail, ambos soltaron la mirada y prestaron atención a la visitante.
—¿Está todo bien? ¿Qué haces aquí? —interrogó Marco, levantándose rápidamente de su asiento y mirando a Abigail con preocupación.
El padre de Marco, don José, no dejaba de ver a Abigail de arriba a abajo, como si quisiera descifrar algo en su mirada o en su aspecto físico.
—Gloria, ve y tráeme algo de beber para la señorita —ordenó don José a su esposa, sin apartar la mirada de Abigail.
La señora Gloria le dedicó una sonrisa ladeada a su esposo, sorprendida y complacida por el gesto de amabilidad que durante años no veía en él.
—¿Qué esperas, madre? Date prisa —pronunció Marco con firmeza, al ver que su madre aún seguía en estado de shock.
—No hace falta, ¿Marco, hablemos? ¿Tienes tiempo? —dijo Abigail, intentando calmar sus nervios mientras jugaba con el dobladillo de su blusa, tirando de él con desespero.
El jardín se convertía en el escenario de su confesión, de la incertidumbre que la atormentaba y de la necesidad de apoyo y consejo que esperaba encontrar en su amigo de toda la vida.
—Habla, dime: ¿Qué sucede? ¿A qué has venido?
Abigail dirigió su mirada hacia sus relucientes zapatos, lustrados con esmero. Luego, su mirada se posó en Marco, cuyos ojos reflejaban una mezcla de ansiedad y expectación. Finalmente, Abigail llevó sus manos alágiles rosadas a su pecho, sintiendo el latir acelerado de su corazón.
—Marco, no sé cómo decirte esto —mencionó apenas audible, tratando de controlar el temblor en su voz.
Sabía que la noticia que estaba a punto de revelarle podría cambiarlo todo, y no estaba segura de cómo él lo tomaría.
El silencio ensordecedor se prolongó, mientras Marco parecía desesperado por obtener una respuesta.
—Solo dilo, de una vez —pronunció, con un tono de impaciencia evidente en su voz.
Sus ojos, oscuros como el carbón, se clavaron en Abigail, esperando ansiosamente por sus palabras.
Abigail inspiró profundamente, tratando de encontrar la fuerza para enfrentar la reacción de Marco.
—Marco, lo que pasa es… Es que… Estoy… ¡Estoy embarazada! —Las palabras salieron en un susurro, apenas audibles.
El efecto fue inmediato: Marco se quedó momentáneamente en blanco, como si todo su mundo se hubiera detenido en ese instante. No sabía si dar un paso al frente para abrazarla o si retroceder rápidamente para procesar la noticia en soledad.
—¿Embarazada? ¿Cómo es posible? ¿No tomaste la píldora? ¿O no te estás cuidando con algún método? Abigail, no eras virgen, no entiendo cómo se te pudo pasar cuidarte —comenzó a recriminarle, su voz cargada de confusión y frustración.
Cada palabra era como una flecha que atravesaba el corazón de Abigail, haciéndola sentir culpable y desamparada.
—No vine para que me interrogues, Marco, solo vine a decirte, creí que era necesario que lo supieras —respondió Abigail, su voz apenas un susurro tembloroso.
Las lágrimas amenazaban con desbordarse de los confines de sus ojos, pero ella luchaba por mantenerlas a raya.
Marco, incapaz de contener sus emociones, se dejó llevar por la rabia y la confusión. Sus ojos buscaron desesperadamente respuestas en el rostro de Abigail, pero ella se limitó a bajar la mirada, incapaz de enfrentar la tormenta que se avecinaba.
—¿Estás segura de que yo soy el padre? —preguntó finalmente Marco, su voz cargada de angustia.
Abigail sentía cómo su corazón se encogía ante la incertidumbre en su voz.
—No… Marco, no estoy segura —susurró Abigail, sintiendo un nudo en la garganta.
Era la verdad, la realidad aterradora que se estaba abriendo paso en su relación.
En cuestión de segundos, el rostro de Marco se desfiguró, mostrando una mezcla de dolor y desconcierto. Sus manos se cerraron en puños, tratando de controlar la avalancha de emociones que amenazaba con desbordarse.
—¿Cómo que no estás segura? —Cuando al fin logró articular palabras, Marco dio un paso atrás, como si necesitara espacio para procesar la noticia.
Abigail, viendo su reacción, retrocedió instintivamente, buscando protegerse de la tormenta emocional que se avecinaba.
—Lo que pasa es que estuve con Aless unos días antes de estar contigo, Marco. Hay una posibilidad de que el padre de mi bebé sea Aless, y así como te lo dije a ti, quiero que él lo sepa. Quiero que sepa que es muy probable que pueda ser el padre de este bebé que estoy esperando —Abigail se esforzó por mantener la compostura, aunque su corazón latía desbocado dentro de su pecho.
Marco se dio media vuelta, ocultando su rostro de Abigail para que ella no pudiera ver el torbellino de emociones en sus ojos. Respiró hondamente, tratando de encontrar la calma en medio del caos que se había apoderado de su mente.
—¿Vas a ir a buscarlo? —preguntó finalmente Marco, su voz temblorosa pero firme.
Abigail, sin dudarlo un instante, respondió con determinación. Sabía exactamente lo que quería y si había alguna posibilidad de volver con Aless, ella quería intentarlo.
—Sí, iré a Londres a buscarlo. Tengo que decirle y ver qué vamos a hacer —respondió Abigail, procurando ser lo más sincera posible.
Marco no podía creer lo que estaba escuchando. El dolor y la incertidumbre se entrelazaban en su rostro, creando líneas de angustia que nunca antes habían estado allí.
—No creo que sea buena idea. Aless terminó contigo y dudo que le importe que estés embarazada, Abi. Yo puedo hacerme cargo del bebé, no me importa si no es mi hijo. Yo seré su padre —intervino Marco, su voz cargada de desesperación y anhelo.
Abigail agradeció sus palabras, pero no estaba dispuesta a tomar una decisión definitiva hasta saber quién era el padre de su hijo.
—Gracias por el ofrecimiento, Marco, pero no quiero tomar una decisión hasta no saber quién es el padre de mi hijo —respondió con determinación, sintiendo cómo los nudos de incertidumbre se apretaban en su estómago.
Marco suspiró con frustración, sintiendo cómo el mundo se desmoronaba a su alrededor.
—¿Cuándo piensas viajar a Londres? —preguntó finalmente, tratando de encontrar una solución en medio del caos emocional.
—Hoy mismo. Le he dicho a mi padre que haré tarea con una compañera, por la noche le llamaré para decirle que me quedaré a dormir en su casa. Por favor, no me vayas a echar más leña al fuego, Marco —respondió Abigail, suplicante en su mirada.
—Londres no está muy lejos de Alemania. No es como si pudieras irte en tren. Además, debes ir en avión si quieres llegar hoy mismo, Abigail. Iré contigo —propuso Marco, decidido a no dejarla enfrentar esa situación sola.
Abigail había pensado en hacer ese viaje en solitario, pero su necesidad de encontrar respuestas se enfrentaba a la inseguridad y el miedo. A pesar de sus recelos, no pudo evitar sentir un poco de alivio ante la compañía de Marco.
—No hace falta, Marco, de verdad. Además, no creo que sea buena idea que Aless me vea contigo —se negó rotundamente Abigail, buscando preservar cualquier posibilidad de reconciliación con Aless.
—¿Por qué no? ¿Vas a mentirle? Deberíamos ver qué vamos a hacer los tres. Puede que eso… Ese feto… Bebé que llevas dentro, sea mío o de él —insistió Marco, su voz llena de tal vez y preguntas sin respuesta.
Abigail lo miró fijamente, sintiendo cómo los cimientos de su vida se tambaleaban peligrosamente. Marco no estaba equivocado. Deberían enfrentar juntos la realidad que les esperaba.
—Aunque pongas objeciones, iré contigo. Así que compra los boletos de avión para dos—decidió Marco, tomando una determinación apoyada en la necesidad de respuestas y de un futuro incierto. Abigail asintió, comprendiendo que su presencia era importante para Abigail en ese viaje en busca de la verdad.