Luciano bajó del auto apenas este ingresó en el estacionamiento de su residencia. Velan caminaba obedientemente tras de él. El joven se dirigió de inmediato hasta su oficina, había mandado a llamar al jefe de seguridad.
– Hemos capturado al traidor señor –aseguró el hombre en cuanto Luciano entró en la habitación.
– Tráiganlo –pidió de inmediato. El sujeto asintió y se retiró del lugar.
A los pocos minutos el jefe de seguridad estaba de vuelta con el traidor. Lo obligó a sentarse en una silla para luego esposar sus manos por detrás de esta y amarrar sus pies. Al terminar la tarea, salió del salón junto a los demás miembros de su equipo. El prisionero observaba nervioso a Luciano quién se acercaba a paso lento. Sostenía un vaso de whiskey en una mano que movía de forma circular mientras mantenía sus ojos fijos en aquel hombre. Sorbió tranquilamente el líquido sin quitar ni por un momento la mirada del traidor sentado frente a él.
– Entonces… tú eres quien me ha vendido –exclamó Luciano de forma calmada mientras caminaba alrededor de la silla.
– No… no señor –respondió el hombre nervioso negando con la cabeza. Luciano no pudo evitar burlarse.
– Vamos a ver si eso es cierto –amenazó tomando una pequeña navaja que Velan había traído dentro de una caja de madera.
Luciano comenzó a hacer cortes pequeños sobre aquel hombre. Una muestra de lo que vendría después si no hablaba. El prisionero se resistió. Los cortes entonces comenzaron a hacerse más y más profundos a medida que el líder del clan perdía la paciencia, pero aquella pequeña tortura parecía no dar resultados. Luciano se estaba cansando un poco de la situación, así que ordenó a Velan que trajera lo que él llamaba la cajita brillante.
– ¿Quién dio la orden? –exigió saber el chico mientras esperaba por el regreso de la mujer. El sujeto negó con la cabeza aguantando el dolor de sus heridas– ¿Quién te pagó? ¡Habla! –le gritó con rabia, pero el hombre seguía sin querer decir nada.
Velan se acercó en ese momento con el equipo que Luciano había pedido. Se trataba de un pequeño aparato con una potente batería. De este salían dos cables con pinzas en las puntas. El joven se quitó sus acostumbrados guantes de tela blancos. No era algo que solía hacer, pero en ese momento no había ningún otro testigo más que Velan y el traidor, así que no importaba que vieran sus manos, después de todo, debía cambiar de guantes para llevar a cabo lo que tenía planeado. Luciano procedió a colocarse los de látex negros que le ofreció la mujer, encendió el dispositivo, tomó las pinzas y se acercó al hombre sentado frente a él.
Abrió y cerró las herramientas sobre el cuerpo del sujeto en varias ocasiones. Cada vez que realizaba la acción se producía una descarga eléctrica que hacía vibrar al detenido. La velocidad con la que Luciano aplicaba la descarga, así como la intensidad de esta, iba en aumento a medida que el preso se negaba a hablar. Aquel hombre resultó ser más fuerte de lo que parecía, pero Luciano no se mortificaba por la situación, sabía muy bien que solo era cuestión de tiempo para que soltara todo, pues la tortura a la que lo estaba sometiendo era difícil de soportar, así que el chico continuó con su trabajo de manera paciente y calmada hasta que el reo cedió.
– Está bien… Está bien –gritó mientras sollozaba– ¡Hablaré! –exclamó a gritos con la respiración entre cortada.
– Muy bien –respondió Luciano de forma tranquila mientras regresaba las pinzas a su lugar y le pedía a Velan que se retirara con el equipo- ¡Habla! –ordenó.
– Fue Max –confesó de inmediato. Luciano respiró profundo aguantando la rabia– Fue Max… Él fue quién me pidió que revelara su ubicación... Él me pagó para que le dijera a las 3 familias donde se llevaría a cabo la negociación –dijo finalmente con esperanza de que con eso podría liberarse. Luciano observó tranquilamente al topo de su bando sin emitir palabra alguna. Nadie más que él mismo sabía lo que estaba cruzando por su mente en ese momento.
Velan regresó con otra caja en sus manos. Ella ya conocía el procedimiento, no hacía falta que el chico le dijera que debía hacer. Por eso es que él la mantenía a su lado. Ella no solo era una sirvienta leal sino que además conocía muy bien todos sus modus operandi. La mujer siempre estaba preparada con lo que fuese que él necesitase. Nunca le fallaba. Luciano se quitó los guantes de látex y procedió a colocarse nuevamente sus preciados guantes blancos. El traidor permanecía nervioso observando cada movimiento que su jefe daba.
– ¡No por favor! ¡No por favor! –comenzó a suplicar en cuanto vio que Luciano se volteaba frente a él con una pistola en las manos– ¡No señor! ¡por favor perdóneme! ¡perdóneme! –repetía con desespero mientras lo veía acercarse con calma.
Luciano se colocó de pie frente al traidor. Mantenía un rostro serio e inmutable. Extendió su brazo con el arma para posicionar ésta sobre la cabeza del sujeto que comenzó a llorar desconsoladamente. Sin pensarlo mucho, Luciano tiró del gatillo acabando a sangre fría con la vida del ingrato hombre.
– ¡Maldición! –gritó con rabia tras ejecutar al traidor– ¡Qué asco! –se quejó molesto al ver como las salpicaduras de sangre y sesos producidas por el tiro le habían caído encima, ensuciándolo por completo.
Velan se apresuró a pasarle una toalla para que se limpiara la cara. Luciano lo hizo con rabia. Le entregó el arma a la mujer para que la guardara y posteriormente le lanzó la toalla de forma brusca.
– Manda a alguien a recoger este desastre. Iré a bañarme –ordenó a Velan, pero antes de salir de la habitación se volteó para dirigirse nuevamente a ella– Quiero que encuentren a Max y me lo traigan… también quiero que intercepten el trato clandestino que tiene. Necesito saber con quién se comunica y qué planea hacer… Ya me cansé de ese imbécil. Ya no pienso seguir aguantándome sus jueguitos –soltó molesto antes de salir de la habitación.