Prefacio
—¡Firma el divorcio! —Alejandro gritó con desdén mientras abotonaba su camisa frente al espejo.
Sofía apretó las sábanas para intentar cubrir su cuerpo, mientras las lágrimas corrían por sus mejillas. El frío del aire acondicionado erizaba su piel, y erguía sus pezones descubiertos. Sí, había pasado la mejor noche de su vida, ¿pero a qué costo? El hombre que amaba y con el que se había casado un año atrás le estaba pidiendo el divorcio, como si nada, como si la noche anterior no le había hecho el amor hasta cansarse.
—¿Por qué? Dame una razón Alejandro, ¿dime por qué me odias? —Alejandro la miró con rabia.
¿De verdad no sabía por qué la odiaba tanto? ¿De verdad no sabía todo el daño que causó ella en él?
—No te victimices, —dijo mirándola con burla—. Sabes perfectamente porque te odio.
Sofía sollozó. No, no sabía por qué él la odiaba tanto, cuando ella había sido la mejor mujer; complaciente, obediente y sumisa, o, era esa la razón, ¿será que Alejandro odiaba a las mujeres que se dejaba dominar por él?
Sofía quería entender que había hecho mal, pero para este punto no había nada que entender, porque Alejandro Lombardi era el hombre más cruel y despiadado que existía sobre la faz de la tierra.
—Yo… yo te amo —dijo ella en susurro ahogado.
Alejandro se sonrió con ironía.
—Pero yo no… mírate —la jaló por el brazo y la puso frente al espejo— ¿Quién podría amar a un monstruo como tú?
Sofía sintió como todo su corazón se rompía. Ella debió hacerle caso a su abuelo, no debió casarse con ese hombre tan cruel, pero, ella quería cambiar su corazón frío, estaba segura de que lo iba a lograr, pero se equivocó.
—Yo… yo pensé que te gustaba —dijo de pronto.
—Ja, ja, ja, no, no me gustas, ni me gustarás nunca, solo fuiste parte de un entretenimiento a la mujer que realmente amo es a Sara.
—¡¿Mi hermana?! Pero ¿por qué? Somos gemelas, ¿por qué no te gusto yo?
—¿Será por qué ella no tiene la cara quemada como tú? ¡¿O porque ella en realidad es una mujer dulce, y buena, no una zorra como tú?! —gritó molesto.
Esas palabras dolieron en el corazón de Sofía, estaba cansada de suplicarle amor. En todo ese año de matrimonio él no había hecho más que hacerla sufrir, y ella siempre estuvo ahí, pensando que él cambiaría algún día y se daría cuenta de su error, pero ahora al verlo ahí, mirándola con odio, Sofía entendió que Alejandro Lombardi nunca iba a lograr amarla.
Caminó arrastrando las sábanas ante la mirada incrédula de Alejandro, que no podía creer que de verdad Sofía se había cansado de él.
—Te dejaré libre, y espero que nunca te arrepientas de esto —dijo ella tomando los papeles sobre la mesa y firmándolos enseguida.
Salió de ahí semidesnuda y con el corazón en la boca se fue a su habitación.
—Debiste saber que esta sería la última humillación que te haría —sollozó mientras se vestía.
Se miró en el espejo, y no pudo evitar recordar la noche que había pasado con él, había sido tan apasionado, había sido tan amoroso que Sofía creyó que de verdad había una esperanza para su matrimonio.
—Seguramente le recordé a Sara, por eso me hizo el amor así —miró su rostro marcado por la cicatriz que le había hecho su hermana de niña, y sonrió con tristeza—. Eres un monstruo, un monstruo que algún día se vengará de todos lo que te hicieron daño.
Tomó la maleta con pesar, y bajó las escaleras con el corazón hecho trizas, viendo algo que terminaría por destrozarla.
Alejandro estaba acostado en el sofá de la sala, mientras Sara, su hermana, besaba su cuello con las piernas enrolladas en su cintura.
—Hubieran esperado que me fuera —dijo apretando los puños.
—¿Para qué? Todos sabemos que soy la mujer que Alejandro ama —dijo Sara con una sonrisa.
Alejandro miró a Sofía con lástima, no entendía por qué tenía ese sentimiento de dolor, por fin, por fin la habían hecho pagar, entonces ¿por qué le dolía verla irse?
—¡Sofía! —gritó de pronto y Sofía pensó que se iba a arrepentir—. No dejes nada tuyo en mi casa —dijo lanzándole en la cara el vestido que le había quitado la noche anterior.
Sofía lo miró con odio, y una promesa llegó a su mente.
«Van a pagar todo el daño que me han hecho» fueron sus pensamientos
Salió de la mansión arrastrando su maleta y subió al auto que le había regalado su abuelo el día de su cumpleaños.
Comenzó a conducir sin rumbo fijo por horas, hasta que una idea llegó a su mente.
…
Alejandro quitó a Sara de encima de él. Quería creer que amaba a la mujer, y no entendía por qué a pesar de que él había sido su primer hombre, y que él creía amarla, no sacaba a Sofía de su cabeza.
Tomó la botella e ingirió de golpe todo el líquido en ella.
—¡Vete Sara, déjame solo! —gritó molesto.
—Pero, cariño, ahora que esa mala mujer se ha ido, lo más sensato es que me venga a vivir contigo —sugirió ella.
—Sí, hazlo, pero hoy no, hoy quiero estar solo —respondió.
Sara hizo una mueca molesta, sino fuera por lo que ella sabía, juraría que Alejandro se había enamorado de su tonta hermanita a fin de cuentas.
—No bebas mucho amor —dijo besando sus labios y Alejandro asintió.
La vio irse y después a pasos flojos por el alcohol caminó a la repisa, abrió la caja fuerte y sacó la foto de su hermano.
—Logré vengar tu muerte, no te debo nada —dijo mientras las lágrimas caían por sus mejillas.
Tomó la fotografía para luego dirigir sus pasos al sofá, llevando consigo la botella de whisky en sus manos.
Encendió la televisión y los que vieron sus ojos apretó su corazón por completo.
«El auto de la señora Sofía de Lombardi fue encontrado quemado en la vía principal. Dentro del auto fue descubierto una mujer totalmente calcinada. Las autoridades pertinentes están averiguando de quién se trata, pero por las pertenencias de la víctima se puede deducir que se refiere a la esposa del empresario Alejandro Lombardi»