La puerta se abrió y ahí estaba Ares, de pie, frente a mí.
Sus ojos eran incomprensibles y su porte era firme, un poco dominante. Todavía con mi propio rostro retorcido por la sorpresa y la desesperación, traté de articular cualquier palabra que pudiera funcionar como una disculpa, pero ningún sonido salió de mi garganta. Mientras tanto, él seguía observándome en silencio.
Quería poder leer lo que estaba pensando. O, por lo menos, me hubiera gustado tener la fuerza en mis piernas para poder levantarme y correr lejos de ese lugar, pero ambas posibilidades eran igualmente imposibles.
Mi cuerpo entero estaba retraído en alerta, incapaz de obedecer las órdenes más básicas de mi cerebro.
Cuando mis ojos descendieron un poco de mala gana hasta que aterrizaron en el cinturón que sostenía en una mano, una nueva ola de miedo se apoderó de todas mis células.
La manera en que sostenía el cinturón de cuero, su postura, su mirada oscura e impenetrable y la cabeza de la serpiente tatuada en su pecho… todo eso desató una alerta de peligro que me hizo recuperar la respiración.
Entonces Ares dio otro paso en mi dirección y, con un movimiento suave, se agachó frente a mí. Descansó los brazos tranquilamente sobre sus muslos, balanceándose sobre la parte delantera de sus pies, y mantuvo el cinturón colgando entre sus piernas.
Cada mínimo movimiento suyo parecía haber sido calculado para aumentar la excitación que ya parecía tan insoportable, y aun así no podía salir de allí.
—Yo… —Comencé, completamente torpe, sintiendo mi voz temblar—. Lo siento…
Ares enarcó las cejas en un movimiento discreto, y luego en la comisura de sus labios se dibujó en una sonrisa torcida.
—¿Por qué te ves tan asustada, mi ángel? —preguntó, y vi su pulgar derecho deslizarse sobre el cuero n***o del cinturón que sostenía con la mano izquierda.
Mantuve mis ojos atentos a ese movimiento, hipnotizada, antes de que finalmente lograra mirar hacia arriba.
Ya no era el miedo de que mis padres descubrieran que estaba espiando a un huésped. Ya no tenía miedo a una réplica, o a un golpe.
Era algo mucho más primitivo, como si Ares fuera un depredador divirtiéndose antes de abalanzarse.
Y yo era su presa.
—No debes tenerme miedo, muñeca. —Continuó, pareciendo divertirse casi sádicamente con mi incapacidad de responder—. No te lastimaré… a menos que quieras.
Mis ojos no podían estar más abiertos y creo que no era saludable que mi corazón latiera tan intensamente, pero la forma en que me llamó muñeca desestabilizó todo dentro de mí.
Estaba hecha un lío, completamente drogada por la adrenalina, y esa era todavía la segunda frase que me dirigía.
—No debería estar aquí… —Fue la única cosa coherente que pude articular, después de muchos intentos fallidos.
Ares dejó que su lengua hiciera otra breve aparición cuando se humedeció los labios, moviendo la cabeza en un discreto acuerdo.
—Pienso lo mismo —dijo, todavía recorriendo el pulgar lentamente sobre el cuero del cinturón—. Pero ya has estado bastante tiempo aquí.
No sabía si el problema estaba en mí o si era natural sentir tanta tensión con cada cosa que me decía, pero no puedo negar cuánto me angustió la revelación de que había sido notada hace mucho tiempo, quizás desde el inicio.
Al mismo tiempo, no podía entender por qué me dejó observarlo durante todos esos largos minutos.
Sin querer, dejé que mis ojos curiosos volvieran a descender, atentos a la forma amenazadora en que sus largos dedos sostenían el cinturón.
—¿Hace cuánto tiempo… te disté cuenta? —pregunté, ansiosa.
Pero entonces soltó uno de los lados del cinturón y dejó que la hebilla de metal golpeara el piso de madera de forma sonora, lo que me hizo levantar la mirada en dirección a los suyos de nuevo en un movimiento asustado.
Su semblante continuaba apacible, indicando que el movimiento anterior no había sido un incidente.
—Mírame cuando te dirijas a mi —dijo, en un tono severo que anulaba cualquier deseo de desobedecer su orden.
Me estremecí, asintiendo desastrosamente.
—Ahora, dime. —Continuó, con un tono un poco más ligero—. ¿Qué estabas haciendo?
Ares no es el tipo de hombre obvio. No es fácil mirarlo y decir que está pensando, pero, en ese momento, tenía la más absoluta certeza de que él sabía exactamente lo que yo estaba haciendo allí. No me refiero a haberle ido a llevar una nota de otra persona, sino de haber pasado todos esos minutos mirándolo con tanta devoción.
Era como si yo estuviera a prueba y, entonces, elegí la verdad, por más vergonzosa que fuera.
—Eres… —Traté de decir, pero ninguna palabra parecía ser adecuada para terminar esa oración, así que comencé de nuevo, aun sintiendo que mi corazón podría salirse por mi garganta en cualquier segundo—. No podía dejar de mirarte.
Ares no pareció sorprendido por la respuesta, ni tampoco enojado.
No me parecería extraño que él repudiara escuchar ese tipo de cosas de una mujer, pero tal vez sería extraño si lo decía una chica de mi edad.
—¿Y por cuánto tiempo pretendías seguir mirando? —Fue lo único que preguntó, a pesar de todo lo que imaginaba que podía salir de su boca.
Esa, sin embargo, era una pregunta que no sabía responder, así que me quedé en silencio, pensando en una respuesta.
—Déjame replantear la pregunta —dijo, ante mi prolongada ausencia de palabras—. ¿Cuánto pretendías ver?
Una respuesta más que no podría dar sin dedicarme un tiempo para pensar, pero Ares ya parecía tener una idea muy clara de lo que debería decir.
—Dos piezas de ropa menos y estaría completamente desnudo —dijo, reavivando la certeza de que ya sabía que yo estaba allí durante el tiempo que comenzó a desvestirse—. ¿Es eso lo que querías ver, muñeca?
Parpadeé, aturdida.
Una nueva ola de calor se apoderó de cada partícula de mi cuerpo, pero no era vergüenza. Era algo más, algo que nunca antes había sentido, no con esa intensidad.
Por reflejo, apreté la nota de Alice todavía en mi mano. Ya no quería entregarla.
—Responde. —Insistió con voz firme, dejando en claro que no aceptaría mi silencio como respuesta.
Entonces balanceé la cabeza de arriba a abajo solo una vez, lentamente.
Y Ares sonrió. Una pequeña sonrisa, pero satisfecha y dolorosamente irresistible.
Aquel hombre sería capaz de volverme loca sin ningún esfuerzo.
—A-Ares. —Llamé, un poco insegura.
—¿Sí, mi ángel?
—Todavía quiero ver. —Revelé, sin poder controlarme después de haber sido embrujada por esa sonrisa, ese tatuaje y esa sensación que él despertó en mí.
Como si aun fuera posible, su mirada oscura se volvió más penetrante.
—¿Quieres? —preguntó, y sus ojos bajaron lentamente hasta mí cadera.
Curiosa, seguí el mismo camino hasta que mi visión encontró lo que Ares estaba observando con otra sonrisa torcida en sus labios. Y mis ojos se abrieron aún más al percibir que todo ese calor concentrado en mi ingle había tenido consecuencias muy visibles.
—Parece que ya has visto suficiente. —Completó, haciéndome sentir mi rostro arder por completo de pura vergüenza.
Entonces Ares se puso de pie y colocó su mano en la pequeña manija construida en la puerta, todavía mirándome con una mirada llena de diversión sádica.
—No seas tan ambiciosa, muñeca. —Luego de decir lo último, hizo que escuchara como le ponía el seguro a la puerta, con un ligero clic.
Todavía sin reaccionar, volví a sentir la vergonzosa humedad que se marcaba en mis pantalones de tela.
Sin siquiera tocarme, Ares me dejó excitada como nunca antes. No fue solo conmoción lo que sentí. Estaba completamente hipnotizada por ese hombre.
Entonces finalmente aflojé el agarre en mis manos y vi la nota escrita por Alice, sabiendo que su destino sería la basura. Ella tendría que perdonarme, pero Ares nunca leería esas palabras.