Mientras conducía a la casa de Dayana, Robert pensaba en su esposa. Pensaba demasiado en ella, su cuerpo había quedado muy caliente y le gustó la manera en la que Alice respondió al beso o cómo se movía cuando él tocaba sus pechos o ponía su cara entre ellos. Aún sentía sus pezones a cada lado de sus mejillas, tan cálidos y suaves. ¿Podría ser que en una semana ella aceptara de verdad tener sexo con él o tendría que hacerlo como siempre lo hacía? Disfrutaba mucho de aquel modo, a pesar de que el placer siempre era momentáneo, pero…admitía que necesitaba que Alice mostrara algún interés por él, que al menos su cuerpo expresara que sentía, que le gustaba y no esa frialdad con la que siempre lo recibía en el acto. —¿No le gusta como lo hago o qué?—se preguntó algo atormentado, por primera v