Olivier había tenido un día de perros. Nada había salido como lo tenía planificado. Había tenido un accidente de regreso a casa que la dejó increíblemente adolorida y a medida que pasaban las horas el dolor de sus heridas se hacía más intenso, pero ella podía soportarlo, no era la primera vez y menos sería la última que tuviese que soportar un dolor como ese. Lamentablemente para ella la casa donde vivía no era el mejor lugar para descansar.
—¡ERES UN IMBÉCIL! —se escuchó gritar a una chica en el piso de arriba.
Un chico rubio y fornido salía de una de las habitaciones superiores. Se trataba de Jackson, su primo. Una vez más estaba peleando con su gemela. A pesar que ambos se parecían tanto en el físico como en personalidad, no se llevaban nada bien para sorpresa de muchos. Bueno, al menos no dentro de la casa, pues ante la gente siempre aparentaban ser los hermanos más cariñosos, de hecho, toda la familia siempre actuaba como la familia perfecta, cuando en realidad todos eran superficiales, egoísta, avariciosos y se odiaban entre ellos.
Oli suspiró al verlos pelear. Parecía que era su manera de recibirla cada día. Esa casa jamás estaba en silencio. Siempre había alguien gritando. Esta vez parecía ser acerca de algo relacionado con el novio de su prima, que resultaba ser también el mejor amigo de su primo.
—FUE TU CULPA QUE STEVE ME DEJARA –escuchó gritar a su prima.
«Esa pareja había roto y vuelto como 10 veces tan solo ese mismo año», pensó Oli poniendo los ojos en blanco.
Decidió alejarse de aquel drama y tratar de continuar con su día. Estaba cansada y adolorida, así que se dirigió a la cocina. Al llegar saludó amablemente a todas las personas allí, caminó con calma hasta el armario, buscó su delantal y se acercó a la chef para ayudarla con la cena.
Para el mundo exterior, Oli era una más de las empleadas del servicio doméstico de la mansión. Todos los trabajadores allí conocían la historia de la chica, sabían que ella era m*****o de esa familia, pero era un secreto que debían mantener. De hecho, a todos se les hacía firmar un contrato de confidencialidad en cuanto ingresaban a la nómina de la casa.
Los Jones se habían encargado muy bien de ocultar a Oli y no querían que su secreto saliera a la luz, así que ante cualquier ajeno a la familia, Oli era una chica más que trabajaba para ellos, lo que no sabían era que a diferencia de los demás empleados, ella no podía simplemente renunciar e irse cuando se cansara de los gritos y maltratos. No solo no tenía dinero, pues era la única que no recibía un sueldo, sino que además, debía todos los gastos que sus tíos decían haber hecho en ella y peor aún, no tenía a donde ir.
La verdad es que Oli no tenía otra familia y tampoco amigos con quien relacionarse. Solo conocía a la gente que trabaja con ella en esa horrible mansión, pero nunca había confiado en nadie lo suficiente como para pedir ayuda o por lo menos contarle lo que le había tocado vivir cada día.
— Oli ¿dónde está mi ropa? —preguntó su prima de forma altanera luego de terminar de pelear con su hermano.
Katherine se encontraba en la puerta de la cocina esperando una respuesta. Oli miró a su prima con cara de susto. Lo había olvidado. Habían pasado tantas cosas ese día que había olvidado pasar por la tintorería. Katherine al ver su rostro entendió de inmediato lo que había ocurrido.
—¡MAMÁ! —gritó tan fuerte como pudo.
—¿Qué ocurre? —apareció por la puerta una señora arrogante y con cara de disgusto.
—La estúpida de Oli se olvidó de mi ropa, esta noche tengo una fiesta importante ¡NECESITO MI VESTIDO VERDE!
—Deja de gritar Katherine —le regañó—. Has hecho que otra vez me duela la cabeza.
—No es mi culpa mamá, todos están en mi contra, quieren acabar con mi vida social ¡PERO NO SE LOS VOY A PERMITIR! —gritó con furia.
—¡TE DIJE QUE DEJES DE GRITAR! —Katherine la miró asustada—. Tienes un montón de vestidos, ponte cualquiera para la fiesta.
—No es cualquier fiesta mamá, necesito el vestido verde porque… —su madre la interrumpió colocando una mano frente a ella en señal de que se callara.
—Ponte el que sea.
—Pero mamá…
—Usa el vestido rosa que te compró tu padre. Ese que tiene las joyas incrustadas. No te lo has puesto —los ojos de Katherine se iluminaron de golpe.
—Está bien mamá —respondió con una sonrisa dándole un beso en la mejilla a su madre quién permanecía con el rostro serio. Katherine se dio media vuelta para irse, pero antes de hacerlo se giró nuevamente hacia su madre—. ¿Qué haremos con Oli mamá? ¡Se merece un castigo por no cumplir con su trabajo! —exclamó tranquilamente. Oli tragó duro al escuchar aquellas palabras.
—Yo me encargo.
Katherine se retiró con una sonrisa de la cocina mientras su madre caminaba hacia Oli a paso lento y silencioso. Lucía como un depredador acechando a su víctima. La tensión en el ambiente se hizo más fuerte. Todos los presentes sabían que ocurriría, pero nadie se atrevía a hablar.
—Fuera —ordenó de repente. Todos los empleados dejaron lo que estaban haciendo y salieron de la cocina lo más rápido que pudieron. Oli intentó hacer lo mismo—. TÚ NO —soltó antes que la chica pudiese escapar.
Oli se detuvo y respiró profundo a esperar a que su tía se acercara a ella. Cuando la tuvo en frente intentó abrir la boca para explicarse, pero ésta la mandó a callar.
—Tú no aprendes ¿verdad? —reclamó en tono serio.
La mujer se volteó hacia el armario junto a ella y de una de las gavetas sacó una correa que tenía guardada. Oli respiró profundo en cuanto la vio. No dijo nada, ni siquiera se movió. Permanecía mirando al frente como un militar raso a quien le han ordenado mantenerse firme. Unos segundos después Oli se encontraba recibiendo decenas de correazos sin razón alguna de parte de su tía Cleotilda. Esta le gritaba e insultaba, pero la chica se mantenía firme y eso molestaba aún más a la mujer quien no dudó en descargar toda su furia contra ella. Al terminar su labor, se retiró dejando a Oli tendida en el suelo.
Durante aquella paliza la hebilla de la correa había golpeado contra la pierna de Oli, la misma pierna que se había lastimado durante el accidente. Le dolió horrores y no pudo continuar de pie, así que terminó cayendo al piso sin poder levantarse, pero aun así, evitó llorar. Soportó el dolor hasta el último instante. Fue solo cuando Cleotilda salió de la cocina que Oli soltó aquel nudo que guardaba en la garganta. Lloró desconsoladamente por varios minutos hasta que se calmó.
—Debo salir de aquí —se repitió.
Sosteniéndose de la pared, logró ponerse de pie. Respiró profundo intentando soportar el dolor. Caminó como pudo hasta donde se guardaban los remedios en aquella casa. Lo único bueno de su “familia” es que derrochaban tanto el dinero que en todas partes habían armarios con gavetas llenas de comida, medicinas, ropa e incluso un montón de cosas inútiles. Tomó un frasco de analgésicos, lo abrió y se tomó un par de pastillas. Decidió llevarse el frasco con ella. Lo necesitaría. Esta vez no iba a poder soportar el dolor ella sola.
Caminó como pudo por el pasillo hasta su oscura habitación. Era la que estaba más alejada. Para cualquier otra familia que hubiese vivido ahí, aquel cuarto habría sido el lugar designado para guardar las cosas viejas y dañadas que nadie quería. Quizás no estaba tan lejos de la realidad. Ella no sería vieja, pero si estaba dañada y nadie la quería. Con ese pensamiento se recostó en su cama, sabía que ya por hoy nadie la buscaría, así que simplemente se acurrucó con el pequeño peluche de conejo que tenía e intentó dormir. Mañana sería otro día.