Catrina Vidal
La luz cegadora que entraba por el balcón de la habitación me daba directo en el rostro. Esperen… ¿balcón? Me senté de un respingo. “¿Dónde estoy?” Me pregunte impaciente, ahora me daba cuenta de que no recordaba nada de lo que paso la noche anterior. Mire hacía todos lados alrededor, estaba en una habitación de hotel. Pero… ¿Cómo fui a parar aquí? Fruncí mis labios. “¿Qué he hecho? ¡Dios mío¡, ¿Qué hice?” Restregué mis manos en mi cara. Me puse de pie y vi con terror unas manchitas de sangre sobre las sábanas. Nunca tuve relaciones con mi novio Carlos, me estaba guardando para cuando nos casáramos. Pasé saliva varias veces dándome cuenta que vine a perder mi virginidad con un completo desconocido que ¡no recordaba!
Comencé a entrar en pánico. Tenía recuerdos leves de lo sucedido la noche anterior, besos… sus labios. Fui directo hacía el espejo donde pude ver algunas marcas que aquel hombre dejo en mi piel. “Fue una noche salvaje” pensé, para nada estaba orgullosa de lo que había hecho. No podía creerlo, tenía que ser un error, pero lo había hecho por que las pruebas estaban aquí en mi cuerpo, en las manchas de las sábanas, en la ropa tirada alrededor de la cama.
“¡Pero que has hecho Catrina!” Me lamente.
Me di cuenta de que tenía que salir cuanto antes de aquella habitación, pero no podía hacerlo en este estado. Mi cabello estaba revuelto. El maquillaje perfecto que la estilista me había hecho el día anterior estaba todo embarrado por mi cara. Sentía mi piel pegajosa. Tenía que darme mínimo un baño. “¿Pero y si aquel hombre regresa?” me mordí el labio, no quería verlo. Aunque me intrigaba saber quien es. Había una sola cosa que recordaba de él y era ese aroma a vainilla amaderada que tenía incrustado en mi mente. Sólo eso recordaba.
Fui al baño, me di una ducha rápida. Eso me refresco muchísimo pero el dolor de cabeza que sentía aún no desaparecía. Con una toalla enrollada en el cuerpo y la otra en el cabello. Salí en busca de mi ropa. Era de mañana, sería raro salir con la misma ropa que traía ayer de este hotel que por la vista del balcón era el mismo donde fue el evento de Nubak. Antes no me había percatado de una bolsa de papel blanca con logo de Gucci que estaba sobre la cama. Fui ahí de inmediato llevándome la sorpresa de que en su interior había un vestido amarillo, no era mi favorito, pero parecía de mi talla, en el interior había también una caja de pastillas y una botella de agua con una nota que decía:
«Ponte el vestido y tomate las pastillas te harán bien. P.d. Soy doctor».
Arrugue mi frente al releer como tonta varias veces la tarjeta. Él era doctor. Bueno ya mínimo no fue con un mesero porque estoy segura de que, si mi padre se llega a enterar de lo que hice, sé que me matará. Hurgue en los cajones de los muebles que había para saber quien era este dichoso doctor con el que había pasado la noche. Lo único que encontré fue una libreta y una pluma, nada más. Miré las pastillas, eran “Ibuprofeno”, decía en el empaque que eran para el dolor e inflamación. Con esto se me quitaría el dolor punzante de la cabeza. Tomé las pastillas, las pase con agua y escribí un pequeño mensaje en la libreta que encontré, saqué de mi pequeño bolso que por suerte nunca lo solté un billete y lo dejé a un lado.
Salí corriendo del hotel. Tomé un taxi y le pedí que me llevara a mi casa. Cuando le di la dirección, el taxista me vio raro.
—¿Segura que desea que la lleve a esa dirección? —pregunto insistente.
Fruncí el ceño.
—Si, ¿pasa algo? O por que la reacción que ha tenido cuando le he dado la dirección a la que voy.
El taxista sonrío, yo lo observaba fijamente por el espejo retrovisor.
—Se ve que no has visto las noticias verdad, niña —dice y me pasa el periódico que tomo con ambas manos. Veo atónita la noticia de primera plana.
«Gerente de empresa farmacéutica comete fraude con desvío de recursos».
Mi piel se erizo al leer el título. Tuve que tomar fuerzas para seguir leyendo mientras mis manos temblaban con cada palabra que leía.
«Empresario Francisco Vidal Solís. Gerente de la conocida empresa farmacéutica Nubak estuvo realizando diversos desvíos de cuantiosas cantidades de dinero a sus cuentas personales. Ahora mismo la policía lo busca por haber desaparecido desde la noche de ayer. Se ha emitido la ficha roja por parte de la interpol quien se piensa que ahora pudiera estar en algún país del extranjero. Hasta el momento no se sabe nada de él».
“¡No puede ser! ¡Mi padre jamás haría esto!”
—Aumente la velocidad, necesito llegar cuánto antes a mi destino —le pido al taxista que asiente y pisa el acelerador a fondo.
Al llegar al fraccionamiento donde vivíamos me doy cuenta de que toda nuestra calle esta custodiada por policías y patrullas. Veo a lo lejos como sacan muebles y muebles de nuestra casa. Las lágrimas comienzan a salir de mis ojos sin poderlo evitar. Justo cuando tengo la intención de acercarme escucho la voz de una de las empleadas de la casa que me llama.
—¡Señorita Katy!
Corro para abrazarla.
—¿Qué paso? —le pregunto histérica.
Ella también está llorando.
—Ayer el señor llego con mucha prisa, hizo una maleta y se fue de la casa, yo estaba despierta, le pregunte si se iría de viaje y el sólo me dijo que te entregara esta carta —pone un sobre en mis manos.
—¿Todo es verdad? —pregunto entrecortando la voz.
—Sólo él lo sabe mi niña, por algo huyo, debes irte, que nadie te vea ahí muchos reporteros, y medios, no debes exponerte, ocúltate hasta que pase la tormenta —mis ojos están llenos de lágrimas, siento que entraré en estado de shock, pero entiendo lo que dice, necesito ocultarme pronto.
—¡Me tengo que ir, gracias! —la abrazo por última vez y le pido al taxista que está esperando que le pague que me lleve a una nueva dirección.
—¡Cuídate, Katy! —escucho su voz a lo lejos, le dirijo una última mirada antes de abrir la carta que mi padre dejo para mí.
«Kat, mi Kat, para cuando leas esta carta yo ya estaré muy lejos. Es necesario para los dos, tú tienes una vida que continuar, la mía ya no tiene valor, jamás volverá a ser normal, tú aún tienes la posibilidad de cumplir tus sueños. Hazlo, hija. Recuerda que donde quiera que estés tu padre estará rezando porque te encuentres bien. Perdóname por haberme ido sin ti».
Arrugo la carta, con coraje comienzo a romperla en pedazos. Mientras lloro de tristeza. “¿Por qué papá se fue sin mí?” No lo entiendo. Tal vez Carlos sepa algo de lo que sucedió, ayer todo estaba bien, no entiendo que paso. Papá no sería capaz de cometer un delito así.