Candy no tuvo más remedio que sentarse a almorzar en pijama, porque Alaric había empacado toda su ropa para llevarla hasta la otra habitación. Una cosa que Candy no sabía era si él se iba a cambiar a la otra habitación, aunque sospechaba que eso no era lo que Alaric pretendía. El almuerzo fue en silencio, aunque una cosa cambió. En vez de él sentarse al otro lado de la mesa, lo hizo a su lado y una vez que Candy soltó el tenedor, las manos de Alaric abordaron su vientre sin un aviso precio. —¡Alaric…!—no se había asustado, pero sí se llevó una pequeña impresión cuando sintió sus manos de repente. —Dijiste que después de comer se movían—le recordó. —¿Y…? —Y yo dije que quiero que mis manos estén aquí cada vez que pase.—Su sonrisa era divina, demasiado reluciente. —Pero avisa, A