Un cambio de vuelo hizo variar completamente los planes de Candy Weber. No sabía cómo ella había terminado en otro vuelo, cómo o cuál fue la causa y nadie le sabía explicar en la agencia, menos su secretaria que fue la que organizó todo, pero era incomprensible cómo era que el boleto de su reciente esposo seguía intacto y solo el suyo sufrió variación cuando fueron comprados al mismo tiempo, era su luna de miel y ella estaba a punto de perderse eso.
Su esposo abordó el vuelo sin ella, alegando que no se podían perder las reservaciones de hotel y los restaurantes, que no habría problemas si ella llegaba después.
Candy creía que su mundo se derrumbaba al no poder llegar a su luna de miel, comenzó a hacer llamadas, llegó a creer que no llegaría pero gracias a un amigo de su mejor amiga, llamado Asher Brennan, ella pudo cambiar el vuelo y colocarse en uno que solo tenía una hora de diferencia.
Su esposo llegaría primero, pero ella lo haría después.
Él creía que ella iba a llegar un día después, y ella no le confirmó el cambio, quería darle una sorpresa. Dejándolo creer que ella llegaría al siguiente día.
Era una buena sorpresa para los recién casados.
¿Cómo iba a perderse de su luna de miel?
Su reciente esposo, Rick Johnson, era el hijo menor de una importante familia en el sur de California, directamente de San Diego, su increíble bronceado y aquella cabellera rubia lo convertía en un Dios Griego, así como a sus fuertes músculos tallados con precisión. Tenía treinta años y una cuestionable reputación con respecto a su debilidad por las mujeres.
Pero la joven Candy, de tan solo veinticinco años había quedado flechada ante sus encantos, dos años de noviazgo y ya estaban casados.
A su lado iba Alaric Jackson, con el mismo destino de ella y por quien ella consiguió el boleto de avión, pues Asher Brennan lo convenció de que hiciera lo posible por subirla en su mismo vuelo.
—¿Negocios dices?—habían estado hablando un poco durante el viaje.
—Sí, voy a cerrar un contrato.
—Me gustan los contratos.—dijo ella.—¿De qué parte eres?
—Vivo en San Francisco.
—Yo en San Diego.
—Estás muy poco bronceada para ser de San Diego.—notó.
—Viajo mucho al extranjero. Tu tampoco tienes cara de ser de San Francisco, Alaric.
—Ya tengo un par de años viviendo allí.
No hablaron de nada personal, ella se quedó dormida en muy poco tiempo, porque estaba muy nerviosa.
Alaric tocó su hombro cuando había aterrizado el avión.
Se fueron en taxis diferentes, sorprendidos de haber llegado al mismo lugar. El hotel era el mismo.
Candy comenzó a pensar que él no estaba allí por cuestiones de trabajo, más bien parecía algo personal debido al lugar y hotel en el que se hospedó.
El clima era húmedo, pero agradable, su esposo había llegado una hora antes y eran las once de la noche cuando Candy registró su llegada en el hotel.
—Esta es su llave, ya su compañero tiene una.
—Mi esposo.—dijo muy emocionada.—Es mi esposo, esta es mi luna de miel.
La empleada puso una expresión de disgusto, sabiendo que el hombre que llegó antes tenía una compañera a su lado y estaban en aquel preciso momento en la habitación.
—¿Quiere que le brinde un trago? ¿Desea conocer el lugar?—intentó distraerla para alejarla de allí y que su compañera pudiera avisarle al señor Johnson que su esposa había llegado, pero Candy no deseaba ver el lugar hasta haberle dado la sorpresa a su esposo.
—No hace falta.—rechazó con amabilidad.
A su lado Alaric Jackson hacía su ingreso, quedándose en una planta menos que ella, en la habitación S456.
Candy tomó sus maletas y fue directo al ascensor, deteniéndolo para que Alaric entrara.
Subieron en silencio y él bajó primero, ella se había quedado admirando sus hermosos ojos verdes y mirada cautivadora.
Se despidieron solo con una sonrisa.
Frente a Candy, el largo pasillo de habitaciones se lucía ante ella, fue viendo los números de las puertas hasta dar con el suyo.
Tomó la tarjeta llave y abrió la puerta.
La habitación estaba a oscuras, dejó la maleta en la entrada y fue encendiendo luces porque no sabía cómo era el lugar o hacia donde se dirigía.
Vio la puerta de la habitación y la abrió silenciosamente, puede que su esposo estuviera cansado y se habría acostado temprano, pues estaba solo allí, ¿cómo iba a disfrutar de los lujos del hotel si ella no estaba con él?
Encendió la luz de la habitación, levantó sus manos y exclamó:
—¡Sorpresa! ¡Ya estoy aquí!—Efectivamente, su esposo estaba en la cama, debajo de esas sábanas, pero eran dos pares de pies los que salían de allí y un par de era una mujer.—Rick…—su expresión cambió, el hombre cubrió el rostro de la mujer sin que Candy pudiera verlo, pero la ira la hizo actual de una manera en la que Candy jamás podría, excepto por la decepción y el dolor que en aquel momento sentía. Saltó a la cama y tiró de las sábanas, pero Rick también lo hacía y aquel hombre tenía mucho más fuerzas que ella, Candy cayó hacia atrás, haciéndose daño en su espalda. Pero a su lado habían unos tacones dorados, marca Gucci que ella reconocería en cualquier lugar, número seis. El bolso n***o de mano, marca Luis Vuitton con el lazo dorado, daba indicios de quien era la mujer con la que estaba su esposo, aunque su corazón no lo aceptaba y ella tuvo que hurgar en el bolso para aceptar que la mujer que estaba en la cama con su esposo era su hermana.
Lexi Weber.
Sintió que todo le daba vueltas y las cosas comenzaron a encajar.
El cambio en su boleto, las expresiones de su hermana durante la boda, los secretos de Rick y aquellas ausencias que ambos hacían al mismo tiempo.
Pero…era su hermana. ¿Cómo podía hacerle eso?
Y él era su esposo.
—¿En mi luna de miel?—su voz a penas salió, pero hizo la pregunta.—¡¿No tuvieron los cojones de hacerlo antes?! ¡¿Por qué me dejaste casarme con él si te metes en su cama?! ¡¿Por qué?!—se puso de pie.—Lexi, sé que estás debajo de las malditas sábanas.—arrojó el bolso hacia ella.
Rick buscó su calzoncillo y se acercó a su mujer, dejando una cachetada en su cara.
Candy no podía creer lo que le estaba pasando y encima la golpeaba.
—¿Por qué demonios no me avisaste que ibas a venir? Es tu culpa haber encontrado este escenario. ¿Cómo se te ocurre presentarse aquí, cuando tenías que llegar un día después? ¿Cómo crees que nos sentimos tu hermana y yo? ¡¿Estás loca?! ¡Esas sorpresas no se dan! ¿Y ahora qué hacemos, Candy?
—Locos están ustedes.—secó sus lágrimas y se dirigió hacia la puerta.—Espero que disfruten del hotel. A tu regreso encontrarás los papales del divorcio. Imagino que será el matrimonio más corto de toda la historia.
—¿Crees que me vas a dejar?—la voz del hombre la detuvo.—¡Esto solo es un error! Candy, eres la mujer que amo. ¡Díselo, Lexi!
—Me dijo que solo me ama a mí y que te eligió a ti porque quiere una mujer que le de hijos hermosos y con los ojos azules, Candy. Crees que serás una buena ama de casa y criadora de sus hijo.—dijo la hermana, por primera vez descubriendo su cara.—Nos estamos viendo desde hace ocho meses y estoy enamorada de él. Si te divorcias, ten por seguro que yo seré quien le de hijos hermosos y de ojos azules, Candy. ¡Soy mejor que tú!
—No eres mala opción, Lexi.—admitió Rick.—También eres hermosa, más elegante, resaltas más y tus ojos son más llamativos. Candy se viste como una señora y no luce el atractivo cuerpo que tiene, en cambio tú, Lexi, realmente tienes todo lo que a Candy le falta y encima eres más joven, también más dócil.
—¡¿Es en serio?! ¡¿Estás valorando casarte con mi hermana?!
—No te lo había dicho, pero como regalo de bodas mi padre al fin me integra a la empresa. Tendré un buen puesto y de aquí a dos años quedaré a cargo de ella, necesito a alguien que me represente como el presidente que seré, alguien a la altura de mí, Candy. Y hay que admitir que Lexi lo haría mejor que tú. Ella es mejor que tú, incluso en la cama, bebé.
No solo le era infiel, sino que le acababa de dar su lugar a su hermana, como si fuera un objeto que sustituye con toda facilidad.
¿Dónde quedaron los dos años de relación? ¿Dónde estaba ese hombre del que Candy se enamoró?
Allí no había más que decepción.
Rendida, salió de allí con su maleta y la poco dignidad que aún le quedaba.
Tomó el primer taxi al aeropuerto e intentó cambiar su vuelo.
No salía uno hasta el medio día del día siguiente.
Comenzó a buscar hoteles donde alojarse, pero la temporada era alta y todo era con reservaciones.
A las dos de la madrugada todavía seguía en aquel bar que encontró, había tomado tantas cervezas que ya había perdido la cuenta, su cabeza estaba recostada a la barra, pero quería tomar más, hasta olvidarse incluso de quién era y ya faltaba poco para eso.
A lo lejos, vio esos hermosos ojos verdes que la miraban y sonrió.
Intentó caminar hacia él, pero se cayó a medio camino.
El hombre corrió hacia ella y la ayudó a levantarse.
—Bebe conmigo.—le pidió, sujetada a sus brazos.—Bebe conmigo, Alaric Jackson. O lo haré con el primer desconocido que pase. Necesito olvidarlo todo, no recordar nada.