El sábado, en el medio día, Millie se encontraba en un pequeño café en la ciudad junto con sus amigas, Emma y Sophie. Ambas, con sus risas y chismes, eran el refugio perfecto de Millie ante el torbellino de cambios que habían invadido su hogar. El aroma a café y pastelitos llenaba el aire mientras el trío se acomodaba en un rincón acogedor del lugar. Acompañándolas estaba la madre de Emma, Clara, una mujer de mirada amable que siempre trataba a Millie con afecto. Aunque estuviera ocupada en su teléfono o charlando por momentos con otras madres presentes, Clara tenía un oído atento para las conversaciones de las chicas. —Entonces, ¿qué pasa en tu casa, Millie? Pareces preocupada desde que llegamos— preguntó Sophie, mordisqueando una galleta—. Sucede algo, ¿no? No pareces estar bien. Ca