Marko
Ella huyo.
Las palabras de mi hombre de confianza seguían resonando en mi cabeza. Mirando el anillo de compromiso que ella había enviado una semana atrás, traté de precisar mis emociones, una potente mezcla de furia y conmoción.
Pero, sobre todo, de shock, incapaz de creer lo que me estaban informando.
Después de más de tres años juntos ni siquiera fue capaz de decirme en la cara que no quería casarse conmigo, había tirado tres años juntos y no tenía idea de porque lo había hecho.
Todo estaba bien, nos queríamos.
La cabeza no dejaba de dolerme, no cuando todos los recuerdos juntos se agolpaban uno tras otro, burlándose, cortándome, destruyéndome.
El anillo, parecía reírse de mí desde la palma de mi mano, quemando por dentro cualquier emoción que pudiera estar experimentando, matando cada mínimo sentido de humanidad que tenía.
Vittoria Salvatore.
La conocía desde que tenía memoria, nuestras familias habían sido enemigas declaradas por generaciones, incluso fue mi abuelo quien asesino al suyo y los obligo a irse de New York. Nada de eso me importo cuando la vi en una fiesta, fue insignificante para mi nuestro enfrentamiento, el hecho de que estaba a punto de suceder a mi padre y que la tradición me prohibiera casarme con una italiana, especialmente esa italiana.
No me importo, porque en cuanto la mire quede deslumbrado por su belleza, la quería para mí y yo, siempre conseguía lo que quería. Habíamos sido por tres años, la pareja ideal antes de comprometernos, todo tenía que transcurrir según la lógica.
Mi familia, mi imperio, era mucho más grande que el de los Salvatore, pero esta alianza nos beneficiaba a ambos, no solo porque el territorio se ampliaría y podríamos controlar a cualquiera que ostentara quedarse con lo nuestro, como los irlandeses que nos venían jodiendo hacía ya demasiado tiempo, sino porque me abría la puerta a nuevas rutas de negocios, pero Vittoria lo había jodido todo.
Ella se había convertido en la figurita difícil que todos querían tener en nuestro circulo, pero había sido yo, el que la había conseguido al final de la noche.
En nuestro mundo los casamientos concertados o las alianzas eran moneda corriente, pero a pesar de ello, había querido por mucho tiempo que sea con ella, después de tres años era el paso lógico.
Nunca fui una persona que pudiera demostrar sus sentimientos o en el mejor de los casos decirlos, sabía que mi temperamento muchas veces asustaba a las personas y era frio y distante la mayor parte del tiempo, pero la quería.
Incluso creo, que la amaba…a mi manera, pero la amaba.
Cuando se fue, cuando me dejo, quise prender fuego y arrasar Washington y con ello a la familia Salvatore, dejarlos reducidos a nada por la humillación que supuso lo que Vittoria había hecho.
No podía pensar.
No podía razonar.
Días después, su padre, Franco Salvatore se reunió conmigo en mi casa para resolver el asunto del vínculo matrimonial roto, todo fue tan sorpresivo que no pudimos hacer nada, su huida había causado una avalancha de rumores, independientemente de lo que decidiéramos.
Era demasiado tarde para el control de daños.
Y demasiado tarde para cualquier atisbo de paciencia o tolerancia de mi parte.
—Te daré a Francesca.
No dudo, no vacilo, ni siquiera pestañeo cuando el maldito me entrego a su hija como si fuera una moneda de cambio. Estaba tan desesperado por los beneficios que esta alianza le traería que entrego a su hija menor sin pensarlo dos veces.
Francesca era prácticamente una niña aun, catorce años más joven que yo.
Nunca le había dedicado una mirada más que para lo socialmente aceptable, habíamos compartido varias reuniones familiares, pero no mucho más que eso. Cuando la conocí, la primera vez que Vittoria me invito a una fiesta por su cumpleaños antes de siquiera pensar en ser novios Francesca tenía quince años, asique no, nunca me intereso su existencia más de lo necesario.
Nunca tuve ojos más que para Vittoria, pero joder, que edad tenia ahora ¿Diecinueve… veinte? Era una maldita cría aún. No podía imaginarme querer a Francesca, no podía imaginarme desearla en absoluto.
Era una cría y no era Vittoria.
Querría decir que tenía la suficiente moral para sentirme asqueado por su proposición, que era una locura en todos los niveles posibles y que el hecho de que su hija mayor me haya dejado, huyendo de la ciudad, no significaba que debía tomar a su otra hija a cambio. Pero no, no la tenía.
No importo.
No a mi orgullo y a mi ego herido.
—No es lo que quiero, pero tendrá que servir—dije—. A cambio quiero el setenta por ciento de las ganancias en las nuevas rutas, entenderás Franco que, el trato ya no es el mismo.
—Es un hecho — gruñó, dando un paso adelante con los ojos entrecerrados—. Pero ten cuidado Marko es de mi hija de la que estás hablando. No es una maldita cosa que aceptes como premio de consolación.
Hipócrita.
Pero, su teatro de padre amoroso no me afectaba, ella era el premio de consolación, él y yo lo sabíamos, sobre todo porque el en particular y mayor medida la había condenado a ese papel, solo por no perder el poder, pero era lo que iba a pasar de todos modos cuando llegara el momento.
Me reí amargamente.
—Tal vez deberías haberlo pensado antes de entregármela a mi como si no valiera nada.
Franco me sostuvo la mirada y con la mandíbula tensa asintió en silencio, podía ser el capo en Washington, el Don de la Cosa Nostra, pero aquí, no era nadie.
—Entonces está decidido —dije—. Tengo que volver a la oficina pronto, podemos arreglar los detalles más tarde.
Salvatore asintió, y con una inclinación de cabeza, salió de mi despacho en la mansión.
Esto era un desastre.
Debería arrepentirme, dar por terminada esta locura, pero una vez más, no pude, demasiado herido para admitirlo, quería lastimar a Vittoria por pisotear mi orgullo, a los Salvatore por lo que habían hecho y acababan de permitir.
A mí mismo por haberlo aceptado.
Francesca no tenía la culpa, era quizás, la única víctima de esta historia, pero este no era un mundo justo y yo ciertamente no era un salvador de nadie.
Todo lo contrario, era el mismísimo diablo.
Su padre la había entregado sin pensarlo dos veces y si eso me servía para demostrar que a mí nadie me pasaba por encima, entonces que así sea.
El infierno no estaba lleno de puritanos al fin de cuentas.
Me sirvo un vaso de wiski sin importar que sean las nueve de la mañana, demasiada mierda con la que lidiar, apretando los dientes, sacudí la cabeza.
Ya no estaba seguro de lo que sentía, joder, no estaba seguro ni de mí mismo, todavía no podía procesar con claridad lo que Vittoria había hecho, seguía rondando mi cabeza sin darme paz.
Hasta hace unos días, había sentido un extraño anhelo esperando que se dé cuenta de su error y vuelva conmigo, ya no estaba seguro de eso.
Con el correr de las horas y de su ausencia, la llama flameante del odio comenzaba a consumirme poco a poco.
No estaba seguro de lo que era Francesca, no la conocía, y tampoco creía poder cambiar eso en un futuro próximo.
O al menos hasta la bendita boda.
Conocer en profundidad a mi prometida no era una prioridad y no era necesario, esto al final no iba a ser por amor, solo un trato que nos beneficiaria a ambos y a mí me permitiría restaurar mi orgullo herido.
Las fantasías de amor no tenían cabida aquí, Vittoria las había matado al marcharse.
Cuando el día se hizo demasiado pesado me dirigí a mi auto, un elegante Maserati n***o. Antes de salir a la luz del sol, ya estaba sacando el móvil de mi chaqueta para llamar a mi mejor amigo, Dominik.
Lo contestó al tercer timbre, mientras el teléfono se conectaba a mi auto después de arrancar el motor; el estruendo que se produjo debajo de mí fue satisfactorio y eléctrico, conduje a uno de los clubes que la familia de Dominik dirigía. Era el mejor lugar de la ciudad si querías pasar un buen rato y tenías los fondos necesarios.
Y yo, los tenia.
La lista de invitados era exclusiva, y sólo podías pasar por la puerta si tu nombre estaba en esa lista, pero este era mi territorio y yo aquí era el rey, pasaba sin decir una palabra.
No quería mucho de esto, sexo y mucho alcohol y aquí iba a encontrar ambas.
Durante mi relación con Vittoria no había estado con ninguna otra mujer, pero a pesar de ello, antes, el sexo por dinero nunca me había atraído, eso iba a cambiar hoy, estaba demasiado vacío para poner cualquier esfuerzo en una posible distracción.
Pero las cosas como eran, lo intente, quise dentro de lo que cabía, ser mejor hombre y no resulto, ahora iba a dejar que mi naturaleza fluya libremente sin importarme a quien me llevaba por delante en el proceso.
Iba a arrasar con todo lo que quería y nadie iba a poder detenerme.
Yo era Marko Petrovich y estaban lejos de conocer los alcances de mi ira si se interponían en mi camino.
No habría más indultos de mi parte.