Yelena abrió sus ojos escuchando el trinar de los pájaros afuera, se dio la vuelta en la cama y vio un pequeño pajarito parado en la ventana buscando algún insecto que le sirviera como desayuno, vio el pequeño reloj de cuerda que siempre estaba sobre la mesita aún lado de la cama y se dio cuenta de era muy temprano todavía, apenas las seis de la mañana y parecía que no iba a conciliar el sueño nuevamente por tanto estiró los brazos antes de sentarse en la cama, el piso estaba extremadamente frío aún cuando la alfombra separaba sus pies de la madera. Al estar más despabilada notó que su camisón tenía unas manchas de sangre en algunos lugares dispersos y entonces subió la tela viendo como la herida nuevamente se había abierto, las vendas estaban empapadas con su sangre que estaba en parte seca, en definitiva tendría que ir a ver al padre William esa mañana para pedirle ayuda porque no quería recurrir al doctor Pemberton y por su cuenta no iba a poder curarse.
El día aparentaba una completa tranquilidad y que el cielo estaría despejado siendo iluminado por el brillante sol mañanero, William tenía por costumbre levantarse temprano cada mañana y salió al mercado para comprar algunas cosas que necesitaba en la cocina; mantequilla, queso y pan, todo lo necesario para un buen desayuno aunque cuando estaba por sentarse a disfrutarlo escucho la voz de Dominika afuera en la estancia de la iglesia y tuvo que salir para ver qué era lo que la mujer necesitaba. La anciana le llevaba unas cuantas galletas recién horneadas y con unas mermeladas de duraznos frescos, al volver a la habitación de la cocina se llevó la sorpresa de ver a una invitada no esperada, Yelena estaba leyendo un libro que había dejado sobre la mesa mientras mordía una de sus rodajas de pan con un pedazo de queso por encima.
- Con mantequilla te sabría mejor el pan.- comento haciendo que ella se sobresaltara ya que estaba distraída.
- Buenos días.- cerró el libro y vio al hombre esperando un regaño.
- Buenos días...- dejó la cesta sobre la mesa- Toma asiento, te serviré un poco de chocolate y come lo que quieras.- se dio la vuelta y fue a la estufa.
- ¿No me va a gritar por haber robado su pan y entrar sin permiso?- Yelena tomo asiento y untó el pan con mantequilla.
- ¿Tendría que hacerlo?- pregunto William viéndola sobre su hombro- No lo creo, aunque por lo que si debería darte una riña es por haber despreciado la comida de ayer.- dejó la taza frente a ella en la mesa y se sentó.
- Si me quedaba a comer llegaría tarde a la cabaña de mi abuela, es aterrador el camino hacia ella cuando el sol cae.- vio el líquido marrón y sin pensarlo lo probó.
- ¿No fuiste a casa de tus padres?- alzó una ceja viéndola.
- No, después de todo lo que pasó preferí resguardarme en la casa que me heredó mi abuela, me siento más segura en ese lugar aún cuando está en medio del bosque.- terminó el pan y vio que le fue extendido un plato con otras rodajas.
- Espero que hayas tenido una buena noche al menos.- comento William antes de relamer sus labios.
Yelena parecía estar distraída, sin embargo, le estaba observando con mucha atención; la forma de sus labios, las venas que se veían en sus manos gracias a la piel blanca, la gabardina estaba en el perchero y solo usaba la camisa blanca con un chaleco n***o haciendo juego con su pantalón.
- Si, dormí bien a pesar de escuchar los gritos de una cabra perdida la mitad de la noche... la herida volvió a abrirse y se ve muy mal.- consiguió sobre si los ojos azules del hombre.
- Cuando termines de comer la revisaré y pondré algún ungüento en ella para que cicatrice bien.- la vio asentir.
Yelena parecía otra persona en comparación al día anterior, seguía teniendo un aire irreverente y altanero, pero tenía la guardia completamente baja con él y Danes podía notarlo claramente; el chocolate estaba demasiado bueno y se lamentaba no haberlo tomado el día anterior, la idea de pedir un poco más paso por su cabeza, pero la suprimió cuando vio al hombre terminar de comer y recoger sus trastos para llevarlos al lavabo.
- Creo que al final tendré que ir con el doctor Pemberton.- suspiro cojeando un poco cuando se levantó.
- Déjalos ahí y quédate sentada, lo ultimo que quiero es que te lastimes mas de la cuenta.- William se preocupó al verla.
Yelena no estaba realmente consiente de lo que estaba pasando con la herida en su pierna hasta que se puso en pie y un dolor punzante la hizo cojear porque dolía mucho cada vez que apoyaba el pie en el piso, el padre fue por las cosas necesarias y se sentó en el pequeño banco frente a ella, la vio subir la falda del vestido y noto como la enagua tenía unas gotas de sangre al igual que el vendaje, la herida realmente se había abierto, William llegó a pensar que Yelena estaba mintiendo cuando le pidió ayuda a su forma.
- Se ha puesto peor de lo que estaba ayer, creo que se infecto.- Yelena vio como la herida tenía su borde muy enrojecido y otras partes eran blanquecinas.
- Seguramente será a causa de alguna infección, se ve muy mal y yo perdí la pomada...- suspiro observando y pensando en que podría hacer- Espera aquí, iré por algunas hierbas medicinales que crecen cerca de la iglesia.- se levantó y salió deprisa.
Yelena no pensaba irse a ningún lado y menos cuando aquello le dolía tanto, punzaba como si tuviera algún tipo de ponzoña impregnada, malditos lobos que casi la matan y de no ser porque la pequeña se fue siguiendo un fantasma ella no estaría en esa situación, pero no sé arrepentía de ayudarla, vio a William regresar unos minutos después con algunas hojas en su mano y las lavo un poco antes de sentarse de nuevo frente a ella, limpio con mucho cuidado la herida y después frotó las hojas entre sus manos hasta volverlas una pasta, la cual puso sobre el corte.
- ¡Arde!- Yelena chillo al sentir como aquel escozor se expandía por todo su muslo.
- Lo se, pero son excelentes para sanar heridas infectadas.- puso una gasa y después vendas limpias, le dejaría las hiervas por un tiempo.
- ¿Dónde aprendió herbología?- pregunto curiosa.
- Mi madre me enseñó antes de morir, yo fui aprendiendo mucho más por mi cuenta mientras iba creciendo.- guardo las cosas y se puso de pie.
- ¿A que edad se quedó solo?- Yelena bajo la falda y se quedó sentada sintiendo el ardor ya en toda su pierna
- Tenía ocho años cuando murió, o bueno... La asesino mi propio padre.- recogió los platos de ella y los llevo con los demás para lavarlos.
- ¿Por qué hizo algo así?- se sentía demasiado tentada a saber la historia.
- Mi padre era un religioso ortodoxo, que seguía la biblia tal cual y hasta llegó a alterar algunos fragmentos a su propio antojo...- él nunca tuvo problemas en contar su historia- Mi madre era una mujer bondadosa y amante de la naturaleza, creyente en sus bondades y peligros, eso la hacia hereje ante mi padre porque para él el único que sábana era Dios...- desvío su vista al verla pararse a su lado con dificultad y continuo- Esparció el rumor que era una bruja y convenció a la iglesia del pueblo de que debían quemarla... Lo hicieron frente a mi y nadie escucho mis gritos porque no lo hicieran, era un niño que no entendía las señales bíblicas de un retorcido.- dejó escapar un suspiro y giro un poco para tomar una manta.
Mientras secaba sus manos le tomo por sorpresa el que los pequeños brazos de Yelena le rodearán el torso, giro un poco su cabeza y la vio dándole un abrazo. Aquel acto no fue premeditado o algo así, salió espontáneamente a medida que Yelena iba escuchando la historia del pasado de William, sin pensarlo lo abrazo y lo estrecho contra su cuerpo mientras su oreja intentaba escucharle corazón, pero era algo tan tenue que casi parecía no tener corazón, el contacto espontáneo no duró mucho tiempo pues le soltó después de unos segundos.
- Puedo comprender en parte el dolor de perder a un ser que se ama demasiado, a un familiar.- comento con la mirada hacia abajo.
- La muerte es parte de la vida, pero no es fácil aceptarla...- el hombre la tomo y la abrazo- Es un buen consuelo pensar que los seres amados están en un lugar mucho mejor y dónde también son felices a su manera.- susurro contra la oreja izquierda de ella.
Yelena forcejeo para alejarse, no disfrutaba del contacto físico para nada, pero le fue imposible escapar de aquellos fuertes brazos que le rodeaban con posesión y fue así como simplemente se quedó quieta hasta que sus manos se posaron en los costados del padre Danes en un intento por corresponder el abrazo que le estaba dando, subieron por sus costados hasta que lo rodearon completamente y la calidez ajena la hizo sentir que todo en su interior se iba aplacando, la tormenta se disipaba.
- No me gusta el contacto físico.- comento con su voz callada por el pecho ajeno.
- Pero lo necesitabas para sentirte reconfortada, has llevado una pena muy grande tú sola y eso ha provocado que tus ojos se vean siempre tristes, el brillo opaco te delata.- apoyo su barbilla en la cabeza ajena.
- Nadie quiso estar conmigo cuando mi abuela falleció, Jimena estaba por obligación moral al igual que papá y mi madre estuvo tomando el té con sus padres, todos me dejaron sola y desde entonces he vivido sola.- gruñó y apretó el chaleco n***o.
- Si quieres llorar, llora...- la alejó un poco para verla a los ojos- Desahoga tus sentimientos, si dejas de reprimirlos y te liberas puedes llegar a contemplar entonces el perdón para los que te dañaron.- ella solo volvió a pegar la cara contra su pecho.
- No necesito perdonar a nadie y tampoco quiero hacerlo, a los que me hicieron mal los voy a odiar hasta el día en que me muera y por parte de mi familia no puedo hacer nada.- susurro apretando un poco el abrazo.
- Eso solo te seguirá haciendo daño pequeña.- William acaricio el cabello castaño que iba atado en una media coleta.
Le molestaba mucho estar en aquella situación tan vulnerable, el sentirse tan débil y expuesta en los brazos de un hombre que no conocía le era detestable porque se acostumbro a siempre aparentar dureza, pero extrañamente William le estaba transmitiendo el confort necesario para que parte de sus sentimientos de soledad se fueran desvaneciendo como la niebla lo hace con los primeros cálidos rayos del sol, su olor tan peculiar a menta y pinos fue suficiente para que parte de sus murallas se derrumbaran. Logró liberarse de los brazos del padre Danes después de un rato, no lo diría en voz alta jamás, pero era algo que realmente necesitaba y que agradecía haber recibido, ayudo al padre a limpiar la habitación en donde estaban y cuando terminaron de hacerlo la herida ya no era punzante, la hierbas hicieron efecto rápidamente pues no volvió a cojear por dolor.
- ¿Dónde están las escobas?- pregunto dejando el sacudidor en la mesa.
- Tras la puerta...- dijo arreglando las sillas- ¿A donde vas?- le pareció extraño el lugar por el que saldría.
- La iglesia ha estado sin visita por dos meses, afuera debe estar lleno de polvo y no creo que usted sepa hacer limpieza muy bien.- arrugó la nariz y salió.
Su respuesta solo hizo reír al padre, ella tenía razón y todo el lugar donde se ofrecía misa estaba muy sucio por el polvo además las arañas habían extendido sus telas en todo el lugar, iba a ser una ardua labor el limpiar todo, pero no iba a hacerlo sola ya que William salió con otra escoba y un sacudidor en muestra de que podía hacerlo tan bien como ella, sin decir una sola palabra se habían dividido aquel gran espacio y entre ambos comenzaron a limpiar las bancas. Tanto polvo hizo que William abriera las puertas de la iglesia y mientras Yelena barría decidió ir a lavar los trapos que estaban curtidos por la suciedad, un pequeño cerró de polvo fue sacado de la iglesia hacia el patio principal y mientras barría las gradas era atentamente vigilada por un par de ojos oscuros.
Yelena odiaba el polvo y más porque le provocaba constantes estornudos, gruñendo entre dientes volvió adentro ya que debía quitar las telas de araña, los pequeños bichos patones hicieron sus casas aprovechando el repentino abandono del lugar y a ellos no les daba tanta desconfianza el hacerlo sobre las estatuas religiosas que lograban poner nerviosa a Yelena, con sus ojos tan fijos que casi parecían moverse cada vez que caminaba. Tan altas y con sus ojos vigilando todo lo que llegaba a ese lugar, uso un banco para poder alcanzar las estatuas con la escoba, aunque no por completo, ya que era bastante baja de estatura y mientras limpiaba la estatua de San Pedro escucho unos paso tras ella, la idea de que fuera el padre William hizo que no volteara completamente confiada, pero las repentinas manos sobre su cintura bajándola del banco la pusieron en alerta.
- ¿Qué le pasa?- exclamó alejándose del hombre que la había bajado.
- Podría haberse caído y lastimarse.- comento sonriendo de lado.
Era el doctor Elías Pemberton, un hombre no tan alto, de cabello lacio azabache y un bigote espeso que siempre usaba con las puntas hacia arriba, ridículo en opinión de Yelena, los ojos oscuros y la piel marcando sus años le provocaban escalofríos desagradables. Yelena se alejó casi corriendo del hombre y del lugar en el que estaban ya que era un poco escondido, lo último que necesitaba es que alguien los viera y se corriera el chisme de que profanaban un lugar sagrado para todos en el pueblo.
- ¿Se puede saber qué quiere?- frunció el ceño con molestia.
- Te vi barriendo las escaleras y quise verte más de cerca, hace mucho que no bajas al pueblo.- la vio de pies a cabeza.
- No tengo porque bajar.- trataba de buscar una excusa para salir de ahí.
- Creí que pensarías mi propuesta de un paseo o un almuerzo.- comento tomando la mano de Yelena.
- Almuerzo muy bien en casa, no tengo porque aceptar.- se sintió incomoda con el acto del hombre.
- Eres realmente hermosa.- llevo la mano de la chica a sus labios, pero antes que pudiera darles un beso ella la alejó.
- Creo que el padre Danes me llama.- se dio la vuelta, pero Elías no la iba a dejar escapar tan fácilmente.
- Yelena por el amor a Dios ¿Cuándo entenderás que estoy enamorado de ti?- la jalo un poco hacia él aún cuando había resistencia por parte de ella.
- ¿Enamorado? ¡Usted es un hombre que dobla mi edad, eso es absurdo y ridículo a la vez!- se retorció para soltarse.
- La edad no es más que un número inservible, lo que siento por ti es verdadero y quiero darte lo mejor del mundo.- era un hombre muy fuerte y logró halar de Yelena hasta tenerla cerca de su cuerpo.
- ¡Pero yo no siento lo mismo y me suelta viejo perverso o voy a gritar!- le dio un pisotón y se alejó.
El doctor la soltó en reacción al dolor infringido sobre su pie derecho, sin embargo, no estaba dispuesto a desistir y cuando quiso agarrarla de nuevo una voz ronca detuvo sus acciones.
- Doctor Pemberton, que bueno tenerlo aquí.- William camino hacia ellos con un semblante sombrío y molesto.
- Padre Danes...- se hizo el desentendido- Quise venir a ver si necesitaba alguna ayuda con la iglesia.- vio como Yelena se ocultaba tras el padre.
- La señorita Miller ha sido una ayuda muy eficiente y ya hemos limpiado casi todo el lugar, creo que solo falta el lado del confesionario.- vio a Yelena de reojo.
- Estaba limpiando las estatuas, pero soy muy bajita.- tomo el sacudidor de las manos del padre.
- Me encargaré de las estatuas yo.- la vio darse la vuelta y correr.
William había estado muy al pendiente de toda la situación desde que vio entrar al doctor con aquel sigilo sospechoso y esperaba que Yelena supiera cuidarse, pero aunque fuese una chica ruda le sería imposible librarse de tanta insistencia insana y es que pudo comprobar con sus propios ojos que aquel hombre no tenía muy buenas intenciones para con ella, todo ese cuento de darle lo mejor del mundo no eran mas mentiras teñidas con tonos dulces y por suerte Yelena podía verlos con claridad.
- Padre ¿Puedo pedirle ayuda?- el doctor hablo cuando se quedaron solos.
- ¿Qué sucede?- lo vio directo a los ojos.
- Estoy enamorado de Yelena y la deseo como mi esposa, pero es muy testaruda... Podría hablar con ella y aconsejarla que lo mejor que podría hacer es aceptarme.- el hombre seguía manteniendo su rostro de no haber hecho nada malo.
- Ella tendrá sus razones para negarse a su petición.- comento William caminando hacia las estatuas del otro lado.
- Es todo por capricho infantil, su madre me la dio en matrimonio pero su padre se niega y dice que si ella no quiere él no aceptará.- Elías lo siguió.
- ¿Cuántos años tiene doctor?- alzó una ceja viéndole de reojo.
- Treinta y cuatro años... Pero eso no tiene nada que ver, quiero que sea mía.- explicó cruzándose de brazos.
- Ella apenas es una niña, no creo que sea correcto que se case tan joven.- comenzó a limpiar.
- Por eso mismo la quiero, es joven y tiene la energía suficiente para cuidar de la casa, de los hijos y de su marido de forma adecuada como mujer que es.- aquel comentario le calo hasta las entrañas a William y le vio furioso.
- ¡Yelena no es una sirvienta, no es un conejo que va a parir hijos solo para complacerlo... Es una una mujer que debe tratarse con respeto, un ser humano y creación de Dios, su opinión también cuenta!- lo dijo con un tono firme.
- Habla como un hombre enamorado.- Elías lo dijo sin pensarlo mucho y se sintió intimidado por los ojos de William que se clavaron sobre el como puñales.
- ¡Soy un hombre de Dios, si usted tuviera un poco más de razonamiento sabría que es como el creador espera que se trate a la compañera de vida y no como un objeto que sirve a su esposo solamente!- se cruzó de brazos.
- Perdóneme padre, no fue mi intención ofenderlo... Pero la biblia dice que la mujer debe ser sumisa a su esposo.- refutó el doctor.
- Sumisa es muy diferente a esclava, el Vaticano está instituyendo una base del matrimonio y en ella no se dicta que las mujeres deben estar en su casa encerradas, pariendo y cuidando hijos solamente.- aquella conversación se estaba volviendo más acalorada.
- Yo la quiero para mí y no voy a descansar hasta tenerla, como sea nuestra vida ya no será incumbencia de nadie, créame padre que si tengo que pagarle a medio pueblo para que la presionen de casarse conmigo, lo voy a hacer.- Elías se molestó también.
- Entonces no venga solicitando mi consejo y le recomiendo que este domingo confiese sus pecados y cumpla su penitencia por cada uno de ellos.- le dio la espalda y continuo limpiando.
Elías se fue de la iglesia un tanto molesto y en cierto punto avergonzado de sí mismo porque se dio cuenta de que el padre había visto sus actos inapropiados, Elías al estar afuera se quedó meditando por unos segundos y entonces tomo la decisión de encaminarse a casa de la familia Osiel porque necesitaba hablar con ellos.