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El hijo de Hades

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Blurb

Toda tu fe en la humanidad no bastará si subestimas a quién tienes enfrente.

Únete a esta historia de Blaire Morel y Arden Abbot en donde ambos aprenderán del otro sin darse cuenta hasta que sea demasiado tarde como para evitarlo.

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Arden Abbot y Blaire Morrel no se conocen, pero tienen en común el hecho de ser demonios, con una gran diferencia entre ambos:

Arden, hijo de Hades, fue criado hasta su madurez en el infierno mientras que Blaire, con un poco de sangre de ángel en sus venas, tuvo la autorización de su padre para ser criada en el mundo mortal, dónde los cuidadores del mismo se encargan de mantener el equilibrio, reconociendo el echo de que varias criaturas sobre naturales pueden convivir siempre y cuando los códigos no sean quebrantados.

Ambos tendrán que pasar más de un largo tiempo juntos llevandolos a una aventura que no tienen ni la menor idea de cómo va a terminar, mientras que Arden le oculta un secreto a Blaire que pretende llevar consigo hasta el fin de los tiempos sin que ella lo sepa.

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Veintiún años antes. —¡Ella es un demonio!— Eloísa se queja echando literalmente fuego por sus manos. —¡Además, de que sabes perfectamente quién es y no necesitas que te lo repita y te lo grite a los cuatro vientos!— Brama con sus ojos cargados de rabia y de llamas. Roath suelta una carcajada ronca que inunda toda la habitación, no pudiendo creer el descaro con que la mujer que tiene enfrente le está hablando. Lamentablemente, para él, esa mujer es el amor de su vida y tampoco puede rechazar cualquier tipo de conexión que tiene para con ella. —¡Te puedo asegurar que puedo verlo con mis propios ojos, pero si no dejas que ella viva en la tierra, van a tomarla para cosas terribles!— Su padre la intenta proteger a toda costa. Dándose cuenta de que Eloísa lo único que quería era más poder a costa de su hija, y es por eso que le convenía tenerla cerca de ella en el infierno, para poder cerciorarse de una manera u otra que podría quitar de su trono a su mismísimo jefe. Siendo, qué para él, el guardián de las almas, era algo verdaderamente desagradable hasta de sólo escucharlo y pensarlo, siendo que no podía con la gente que necesitaba regocijarse de poder a toda costa para obtener mayor satisfacción en base al daño de los demás. Ya eran demonios, y cada uno de ellos ocupaba un puesto en particular específico, y con demasiada carga sobre sus hombros, no pudiendo llegar a comprender cómo es que quería todavía aún más. Y peor aún, qué ese poder fuera a través de un simple bebé que no tenía la culpa de nada. —¡Yo la puedo proteger, y no necesita estar en el estúpido mundo humano para que eso sea una realidad!— Se queja furiosa, viendo cómo se alejan con su hija en brazos y ella es encadenada de manos y piernas. Roath pasa una mano por el puente de su nariz, haciendo un esfuerzo enorme por mantener la calma. Algo que no le sale del todo bien, y que es más que obvio que Eloísa se da cuenta de que está perdiendo los estribos, y por eso mismo se abusa de aquello insistiendo más con lo que quiere lograr. —¡No queres a la niña, Eloisa, desde que te enteraste que estabas embarazada de ella que nunca la quisiste, y ahora no vengas a querer hacerme creer que es todo lo contrario!— Se queja extenuado. —Solo deseas lo que ella lleva corriendo por sus venas.— Escupe y la señala. La mujer sonríe al escuchar tales palabras. —¡¡La niña estando conmigo lo tendrá absolutamente todo!!— Sus ojos se tornan más oscuros por los cambios emocionales que la acarrean ahora mismo. No teniendo ningún inconveniente en demostrarle que puede afilar sus garras y lanzarse contra él en cualquier momento si no cumple con la petición que le está exigiendo. Roath traga saliva y achina sus ojos gracias a las cenizas que comienzan a dar vuelta por toda la habitación. —¡¡Ambos sabemos que es no es más que blasfemia, Eloísa!! Deja que ella tenga una vida digna de un demonio de tal poder cómo lo sos vos y del padre que le ha tocado, ella no tiene la culpa.— Insiste con la angustia carcomiendo cada parte de su piel. Desde que vio a aquella pequeña, supo que la protegería de si mismo, tal así qué si tuviera que pedirle ayuda al mismísimo diablo también lo haría, obteniendo él lo que quisiera a parte de cambio. —¡Su padre no es más que un imbécil, Roath, no me hagas mencionarlo!— Escupe con recelo. Roath la ignora, cómo estuvo haciendo desde que dio a luz a la pequeña niña, niña que se convertiría en la luz de sus ojos. —¡Digas lo que digas se que tus intenciones para con ella no son buenas!— Alza su barbilla plantándose firme ante la situación. Eloisa sólo suelta una carcajada. —¡Será en vano que le ocultes todo su mundo!— Vuelve a reírse y eso incomoda a su padre. Roath niega. —¡Nadie le ocultará nada, sólo la mantendré a salvo de quién deba, y si esa es su propia madre, pues así lo haré!— Demanda intentando poner un punto final a todo aquello. La pequeña de tan sólo horas se encontraba en soledad, al resguardo de una bruja amiga, y su padre lo que más deseaba en estos momentos era tenerla en sus brazos. —¡Es su naturaleza, Roath, no podés ocultar la realidad!— Gruñe y las cadenas se prenden fuego pero las mismas no se rompen. —¡Te repito que nadie le ocultara nada!, ¡Sólo se la mantendrá a salvo de quiénes deseen su sangre para hacer el mal, empezando por vos, siendo qué por eso te encontrás encadenada de esta manera!— Frunce sus labios no pudiendo creer que aquella mujer que una vez amo sea tan fría con su progenitora. —La encontraran por más que hagas lo que hagas. Y yo me ocupare de eso.— Se ríe maliciosa. Roath traga saliva observando su malicia. —Tengo que hacerlo, Eloísa, tengo que protegerla, lo siento mucho.— Alza su mano, agrietando el suelo. —Sabes que no podrás hacerlo, y que tarde o temprano vendrás a mí, buscando clemencia.— Escupe, en su último intento por no desaparecer. El aludido niega con la cabeza. No lo hará, se rebajará ante quien deba, pero no lo hará ante ella. —¡Deja vivir en paz a esa niña, Eloísa! Vas a estar muy ocupada aquí abajo, no podrás siquiera mirarla.— Le recuerda. Se ríe y tira de las cadenas para zafarse, pero sigue sin obtener buenos resultados. —No vas a poder detenerme, ni porque seas el mismos guardián que velará por mí castigo, nadie lo hará, Roath.— Su amenaza es siseante. —Quiero ver qué lo intentes, Eloísa, y verte fracasar una y otra vez, porque protegeré a esa niña de todas las formas posibles.— Alza su barbilla y eleva sus manos sin apartar la mirada de la mujer que una vez llego a amar con todo su podrido corazón y que sabe seguirá haciendo por el resto de su existencia infinita. No obstante, eso no es motivo para hacerle pagar a un bebé aquél precio tan absurdo. Ambos desaparecen en el suelo agrietado, Roath cómo cuidador de almas era el responsable de darle el castigo a Eloísa, la protegería y la mantendría alejada de su hija costará lo que costará. Si bien, no era su labor principal, quería cerciorarse por sus propios medios de que estuviera en el fondo, que no hubiera escapatoria para ella, y que todos los días se le recordara él porque estaba allí. Cuándo las tierras del inframundo los reciben, Roath encamina a quién fue la única mujer que amo a dónde será su zona de castigo permanente para luego dirigirse hacia uno de sus jefes, en el que más el confiaba para poder pedir aquel favor que probablemente debería de pagar caro. Se siente incómodo de tener que hacer tal petición, pero era lo que ya habían pactado, y eso le quitaba un peso de encima al no tener que dar tantas explicaciones del porque estaba allí. Para cuándo quiere darse cuenta, ya se encuentra en la habitación dónde su jefe lo recibe con una sonrisa jugosa en su rostro. —¿Ya ha nacido?— Sonríe esperando su respuesta. Él suspira y baja la cabeza asintiendo. —Si, señor,— Traga saliva y coloca sus manos detrás de su espalda entrelazadas. —Eso es muy interesante.— Sus ojos brillan. Pero Roath entiende la fascinación que mostró su jefe desde el primer día al ver que aquella niña nacería. —Si, señor.— Suspira. —Y supongo que el hecho de que estés acá significa que vas a necesitar hacerme una petición especial.— Canturrea. Roath asiente apretando sus labios. —Así es, señor, no se equivoca.— Suspira aún con su cabeza semi agachada. —Nunca lo hago.— Admite aún sonriendo. —Lo sé, señor... Quisiera saber que es lo que usted solicita a cambio de brindarme su ayuda y de dejar que mí hija crezca en el mundo mundano desde el inicio.— Vuelve a tragar saliva y alza un poco la vista. Mira a su jefe, quién se pone más cómodo en su elegante sillón. —¿Le permitirás a ella saber de su especie, querido Roath?— Cuestiona interesado. —Por supuesto, señor, ella lo sabrá absolutamente todo.— Alza su barbilla decidido en que es la mejor de las opciones. Ocultar las cosas no sirven de nada. —¿Algunas vez has escuchado del apocalipsis, querido Roath?— Sisea curioso y divertido. El nombrado asiente. —Si, señor.— Carraspea al responderle. No quiere ser lo suficientemente obvio cómo para demostrarle que no está a gusto hablando frente a él sabiendo cada uno de los secretos de los dos, y que de todos modos, tiene que tratarlo cómo lo que es, el diablo, y su superior. —En sentido figurado, un apocalipsis puede ser un evento catastrófico o un cataclismo como estoy seguro que sabes.— Murmura fingiendo estar desinteresado, al mismo tiempo que coloca sus ojos en blanco. Roath vuelve a asentir. —Si, señor.— Responde. El jefe sonríe con sus comisuras levemente elevadas. —¿Escuchaste alguna vez porque se podría generar?— Arquea sus cejas con gran diversión. Roath infla su pecho. —No estoy del todo seguro, señor.— Admite. —Puede generarse por una guerra entre dos mundos, dos mundos sobrenaturales, dos mundos que son el poder y control de todo lo que humanos llaman vida, querido Roath, pero eso no es lo importante aquí lo importante es que yo puedo perder aquella batalla, cómo la puede perder también ella.— Sonríe fisgón señalando el techo. —Señor... Con todo respeto. No entiendo a lo que usted se refiere y que tiene que ver esto con mí hija.— Carraspea. El diablo sonríe encantando de su sinceridad. —Tengo un heredero al trono, mí más preciado demonio, él se ocupará de tu problema.— Explica. Roath abre sus ojos, por demás. —¿Arden Abbot, señor?— Pregunta sorprendido y halagado a la vez. Todos conocen quién es, pero que sea quien él jefe tiene en su grimorio para ser su sustituto eso si que es una novedad, cómo así también que vaya a ser él quién cuide a su hija. —Es a la única persona que yo le puedo confiar una tarea de este estilo, Roath.— Comenta pensativo. —Realmente estaré eternamente en falta con usted, señor.— Traga saliva aterrado, pero hará lo que sea por mantenerla a salvo. —Ella es la hija de nuestro cuidador de almas, no podemos permitir que caiga en las manos equivocadas y tampoco puedo permitir que mí apocalipsis se haga oficial si alguien usa a Blaire en mí contra.— Explica cínico moviendo sus manos ágilmente. —¿Qué puedo ofrecerle a cambio, señor?— Aprieta sus labios. —Por el momento nada, querido Roath, que sigas asiendo tu trabajo como hasta el momento.— Le guiña un ojo. Él se sorprende pero asiente. —Gracias... Gracias, señor.— Agacha su cabeza en una reverencia. —Arden vigilara a la niña desde lejos, más llegada de fecha de su adultez será un seguimiento más perfilado, luego iremos viendo cómo van avanzando las situaciones.— Demanda. —Se lo agradezco mucho, señor.— Vuelve a mover su cabeza hacia adelante. —¿La dejaras con la madre de la druida?— Pregunta curioso. —La bruja trabajó para nuestra familia por años señor, creo que es la mejor opción, no le quedan muchos años de vida pero mantendrá a salvo a mí hija mientras su vida se consuma por completo.— Explica recordando cómo estuvo horas y días enteros atando todos los cabos para poder dejar a su hija con alguien cuando el no pudiera estar presente. —Ella no puede bajar, Roath.— Le recuerda. —Lo sé, señor.— Aprieta sus labios y vuelve a bajar su mirada al suelo. —¿Estarás en contacto con ella?— Cuestiona curioso de saber la respuesta. El guardian traga saliva completamente incómodo. —En mis viajes iré a visitarla, será suficiente.— Se intenta convencer a si mismo también. —Es una facilidad para mí que tengas las cosas tan claras, ahora sí no te molesta tengo que ocuparme de unos asuntos y si mal no entiendo tenés una invitada que recibir.— Señala la puerta y Roath vuelve al recuerdo de Eloísa. —Gracias por su tiempo, señor.— Infla su pecho y sonríe alejándose de la oficina. —Roath.— Lo llama. El aludido se gira cuando escucha su nombre. —¿Señor?— Traga saliva temeroso. —Has tomado una excelente decisión al pedirme este favor a mí y no a ella.— Le guiña un ojo y el asiente cabizbajo. —Con permiso, señor.— Aprieta sus labios retirándose por completo, ahora sí, de la habitación.

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