Capítulo 2: La nueva esposa

1161 Words
Capítulo 2: La nueva esposa —Felicidades, cariño. Forman una bonita pareja Damian y tú. ¿No te parece, Mario? —Sin esperar respuesta, mi madrastra Hilary me abrazó, envolviéndolas a las dos en una nube de perfume intenso. Hilary simulaba sentir un cariño sincero por mí; la hija ilegítima de su marido, y aunque yo era consciente de los verdaderos sentimientos de mi madrastra, reconocía su mérito guardando las apariencias. No debía de ser fácil para ella enfrentarse a la prueba viviente del único acto irresponsable que mi padre había cometido en su vida, incluso aunque hubiera sido veintiséis años antes. Sí así es, yo fui echar fuera de su matrimonio pero al menos fui reconocida por el descarado de mi padre. —No sé por qué has insistido en ponerte ese vestido, querida. Sería perfecto para una fiesta, pero no para una boda. —La mirada crítica de Hilary evaluó con severidad mi caro vestido dorado, con muchos encajes que resaltaban las curvas de mi cuerpo, que acababa rozando unos quince centímetros por encima de la rodilla. —Es casi blanco. —repliqué, pero la verdad hice mucho usando un vestido dorado y no uno rojo. —El dorado no es blanco, querida. Y es demasiado corto. —La chaqueta es muy discreta —inventé aunque me quedaba al ras con el corte del vestido. —Una cosa no tiene nada que ver con la otra. ¿No podías haber seguido la tradición y ponerte algo blanco? ¿O haber escogido al menos algo más conservador? Por favor, es que esto ni siquiera lo tomaba como un matrimonio de verdad, si hubiera sido de verdad alguien se hubiera ocupado en maquillarme, vestirme y hacer todo un banquete, hubiera conocido al novio y me sentiría de lo más dichosa de casarme enamorada, y esto hubiera sido sagrado; un acto pulcro. Sabía que Hilary tampoco aprobaba mis altos zapatos dorados. Per para mí eran terriblemente incómodos, y combinaban bien con el vestido. —El novio no parece feliz —susurró Hilary. —No me sorprende porque somos dos desconocidos atrapados en un acto medieval —dije—. ¿Por qué no tratas de evitar decir alguna otra tontería por ahora? Y te lo digo en serio, haz algo con respecto a esa molesta costumbre que tienes de decir lo que piensas. Hilary frunció el ceño, pero ya me tenía harta hablando sin parar y criticando todo lo que podía. Tal vez eso era lo único que sus padres tenían en común. Dirigí una mirada a mi nuevo marido y me pregunté cuánto le habría pagado mi padre para que se casara conmigo. La parte más irreverente de mí se moría por saber cómo se había efectuado la transacción. ¿Dinero en efectivo? ¿Un cheque? Damían miró a su costoso reloj pareciendo ya harto de estar en este lugar respirando el mismo aire que nosotros. De repente el sirviente que pasaba con la bandeja de bebidas se paró a un lado de mí robando mi atención, él me sonrió. —¿Algún vino? Alguien tan hermosa como usted debe sonreir, la hace ver más hermosa. Sonreí, vaya al menos alguien me decía algo bonito el día de la boda, a pesar de que eso fuera un poco fuera de lugar; estabas coqueteando con la recien casada. Me tomé el trago de un solo sorbo, sería una noche larga. DAMÍAN Solo unos minutos más y ya podría irme de aquí. Miré a la que era mi nueva esposa. Contemplé sus piernas, expuestas ante todo el mundo gracias a eso que ella llamaba vestido de novia. Eran delgadas y bien proporcionadas, era bonita, pero claro que debía de ser también una mimada, tipica niña rica. Pero ni siquiera el cuerpo de una sirena me compensaría de tener que casarse a la fuerza. La última conversación que tuve con Mario fue de negocios. —Es maleducada, atrevida e irresponsable —había dicho él, el padre de Marta; Mario—. Su madre fue una mala influencia para ella. No creo que Marta sepa hacer algo útil. Por supuesto, no es todo culpa suya. Marta estuvo pegada a las faldas de su madre hasta que murió. Es un milagro que no estuviera a bordo del barco la noche que se incendió. Tienes que tener mano dura con mi hija, Damian, o te volverá loco. Ganas de actuar como su padre no me daban. Solo eran negocios, solo era dinero. Lo poco que había visto de ella hasta ahora no me habían hecho dudar de las palabras de Mario. La madre de ella, había sido una modelo británica famosa hacía treinta años Greta. Como los polos opuestos se atraen, Mario y Greta habían tenido una aventura amorosa cuando él comenzaba a destacar como politico; Marta era el resultado. Mario me había asegurado que le propuso matrimonio a Greta —aun estando casado— cuando ésta se quedó embarazada inesperadamente, pero ella se había negado a sentar cabeza rompiendo un matrimonio. No obstante, Mario había insistido en que siempre había cumplido con su deber de padre hacia su hija ilegítima. Sin embargo, todo indicaba lo contrario. Cuando la carrera de Greta había comenzado a desvanecerse, se había convertido en una loca alcoholizada de las fiestas. Y donde quiera que Greta fuera, Marta la acompañaba. Al menos Greta había tenido una profesión, pero Marta no parecía haber hecho nada útil en la vida. Mientras miraba a mi nueva esposa con más atención, observé algún parecido con Greta. Tenían el mismo color de pelo, oscuro, y sólo las mujeres que no salían de casa podían tener esa tez tan pálida. Sus ojos eran de un azul muy intrigante. Pero Marta era más menuda —también parecía más frágil— y no tenía los rasgos tan marcados, pequeña nariz respingona y en aquella boca absurdamente dulce. Según Mario, Marta tenía un carácter fuerte, pero según él era bruta, otra cualidad que la pequeña cabeza hueca con la que se había casado parecía haber heredado. A mi parecer no era exactamente la típica chica bonita y tonta —era demasiado culta para eso—pero a no me costaba imaginarla como el caro juguete sex.al de un hombre rico. Siempre había elegido con cuidado a sus compañeras de cama, y aunque le atraía ese pequeño cuerpo, prefería otro tipo de mujer, una que fuera algo más que un buen par de piernas. Le gustaban las mujeres que fueran inteligentes, ambiciosas e independientes y que no se guardaran nada para sí mismas. Podía respetar a una mujer que lo mandara a la mierda, pero no tenía paciencia con lloriqueos y pataletas. Vaya que ahora me tocaba soportarla. Al menos tenerla bajo control no sería un problema. Miré a mi nueva esposa. Vaya que si me tocaba comportarme como su padre estricto lo haría con tal de que no me molestara. Ella no sabía en lo que se había acabado de meter.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD