Lena
—Levántate, bastarda, tenemos mucho que hacer.
La voz áspera de Ravenna me despertó bruscamente, sacándome del sueño en el que, por un momento, había vuelto a estar con Nate.
A regañadientes, abrí los ojos y me encontré con la tenue luz de la madrugada filtrándose a través de la entrada de la cueva.
El fuego que habíamos logrado mantener vivo durante la noche aún nos daba un poco de calor que contrastaba fuertemente con el frío aire exterior. Me senté frente a él, acercando mis manos a las llamas en un intento de borrar el helor que se había instalado en mis huesos.
—Debemos encontrar nuestros cuerpos, aunque no entiendo qué significa eso exactamente, pero tenemos que empezar a movernos, —le dije, intentando sonar decidida, aunque una parte de mí deseaba poder volver al mundo de mis sueños donde Nate estaba a salvo y a mi lado.
—Es peligroso salir sin rumbo, —respondió ella con un suspiro pesado, su rostro reflejando la misma preocupación que sentía yo. —Pero no tenemos otra opción.
Nos levantamos y nuestras miradas se movieron hacia la entrada de la cueva.
El cielo afuera no había cambiado desde que habíamos entrado en este refugio; era de un violeta profundo, marcado por rasgaduras visibles a través de las cuales se podían ver destellos de otros planos; un entrelazado caótico de realidad y pesadilla.
La desolación fuera era visiblemente terrorífico; el terreno árido, cubierto de escombros y salpicado por la errática presencia de criaturas que vagaban sin restricción alguna.
Esas entidades, libres ahora de las limitaciones de sus respectivos planos, se movían con una volatilidad que hacía el aire mismo parecer denso y peligroso.
Ravenna y yo intercambiamos una mirada de entendimiento mutuo. Si bien no estábamos seguras de nuestros siguientes pasos, ambas sabíamos que quedarnos quietas no era una opción.
Con una respiración profunda para fortalecernos, dimos nuestros primeros pasos hacia la incertidumbre del paisaje fracturado, llevando con nosotras una mezcla de cautela y determinación.
Nos movíamos con un cuidado meticuloso, utilizando cada roca y cada grieta como cobertura.
La atmósfera estaba impregnada de una quietud engañosa, rota ocasionalmente por el crujido de la tierra o el susurro del viento que llevaba consigo ecos de movimientos distantes.
Cada sonido nos hacía detenernos, agudizar nuestros sentidos y escanear el horizonte en busca de cualquier señal de criaturas indeseadas.
En varias ocasiones, el sonido sutil pero distintivo de pisadas o el roce de las escamas contra el suelo nos alertaba de la presencia de que algo estaba cerca.
El proceso de avanzar se convirtió en el juego del gato y el ratón con los demonios, dónde nosotras eramos la presa.
—No tenemos magia, ni armas, si uno de esos demonios nos ataca estaremos acabadas... —susurró Ravenna, su voz baja mezclándose con el silbido del viento mientras nos escondíamos detrás de una roca grande, esperando que un demonio con forma de oso pasara de largo.
Con la espalda presionada contra la fría piedra, eché un vistazo alrededor, buscando alguna forma de escapar o algo que nos diera una ventaja.
Fue entonces cuando vi algo que me dejó helada, algo inesperado que no tenía sentido en este momento.
Ravenna estaba intentando despegar mi mano de su brazo, claramente molesta por mi insistencia en agitarla, pero la urgencia de lo que acababa de ver me hizo insistir.
—Mira, —le susurré, señalando hacia adelante a través de un pequeño espacio entre las rocas. —¿Son personas?
Allí, delante de nosotros, como si estuvieran paseando tranquilamente a través de un bosque, un grupo de figuras avanzaba con pasos lentos y descuidados, completamente ajenos al peligro que los rodeaba.
—¿Qué hacen? Los van a matar si siguen haciendo tanto ruido, —se quejó ella, su voz teñida de frustración.
Observé con más detenimiento. Era extraño: ni ellos parecían conscientes de las criaturas y demonios que merodeaban alrededor, ni éstos parecían notar a las personas.
Entonces, un destello de cabello rubio capturó mi atención, destacándose entre la multitud gris.
—¡Es Elias! —exclamé, casi sin voz, mientras golpeaba el brazo de Ravenna con una mezcla de shock y emoción.
Sin pensarlo, salimos disparadas de nuestro escondite hacia él. Al movernos, el paisaje cambió drásticamente.
De repente, nos encontramos en el mismo bosque por el que el grupo de personas caminaba. Miré hacia atrás, confundida; era como si hubiéramos cruzado un portal invisible...
—¡Elias! —gritó Ravenna, corriendo hacia él con la esperanza de alcanzarlo.
Pero Elias no nos prestó atención. Su mirada estaba perdida en el horizonte, como si estuviera ciego y sordo al mundo que lo rodeaba. La desconexión en sus ojos era profunda y desconcertante.
Llegamos a su lado y nos paramos frente a él, intentando bloquear su camino.
Le hablé, llamando su nombre varias veces, pero él no respondía. Ravenna, frustrada y preocupada, lo tomó de los hombros y lo sacudió con fuerza, pero no hubo cambio alguno en su expresión, ni siquiera un parpadeo.
—Elias, ¡reacciona, por favor! —su voz sonaba desesperada. Pero él seguía inmóvil, sus ojos perdidos en algún punto distante que solo él podía ver.
De pronto, en un susurro tan bajo que casi se perdió en el aire, comenzó a hablar. Su voz era un hilo, frágil y débil.
Al principio, no entendía nada de lo que decía. Me acerqué más a él, hasta que nuestros rostros casi se tocaban, y me concentré en cada palabra que escapaba de sus labios.
—Lena... Loco... Mago... Ermitaño... Colgado...
Lentamente, la realización me golpeó. Estaba nombrando Arcanos.
Justo cuando estaba pensando en qué podrían significar sus palabras, una criatura saltó sobre nosotras desde la sombra de los árboles.
Con un grito, Ravenna y yo nos defendimos como pudimos, corriendo de la bestia por puro instinto de supervivencia. Saltamos a un lado, esquivando sus garras que cortaban el aire con un silbido amenazante.
Sin tiempo para pensar en un mejor plan, nos dirigimos al árbol más cercano, impulsándonos hacia arriba.
—¡Apúrate, bastarda! —gritó Ravenna, casi escalando el tronco con una agilidad sorprendente.
—Oh, claro, porque subir a un árbol mientras una bestia del infierno nos persigue es justo mi idea de diversión —respondí, intentando encontrar un buen agarre en la rugosa corteza.
—Si te comen, voy a decir que fue porque eras demasiado lenta, y no porque te sacrificaste heroicamente por mí —bromeó Ravenna, alcanzando una rama gruesa y mirándome con una ceja levantada.
—Eso es muy considerado de tu parte, realmente te superas cada día —contesté, finalmente agarrando una rama baja y empezando a subir con menos gracia de la que me hubiera gustado mostrar.
—No todo el mundo tiene el talento natural para el drama que tú, querida bastarda —dijo con voz baja, ayudándome a subir a la rama junto a ella.
—Claro, porque sobrevivir en el purgatorio con una compañera que me llama 'bastarda' a diario es exactamente el entrenamiento que necesitaba para mi carrera de actriz de tragedias —repliqué casi en un susurro, mientras nos acomodábamos en el árbol, vigilando que el demonio no pudiera alcanzarnos.
—Mira, si no te molesta, me alegro. Tienes que admitir que hace que el fin del mundo sea un poco más entretenido —comentó, con una sonrisa torcida mientras miraba hacia abajo para asegurarse de que el demonio nos había perdido de vista.
—Entrenido es una palabra, supongo. ¿Sabes? Podríamos empezar un espectáculo itinerante: 'Ravenna y Lena, evitando la muerte con estilo' —dije, tratando de mantener el humor a pesar de la situación.
Ella soltó una risa, breve pero genuina.
—Me gusta. Asegúrate de que pongas mi nombre primero en los carteles.
Negando con la cabeza, busqué con la mirada a Elias, pero él seguía su marcha, ajeno al peligro que enfrentábamos, sus pasos lentos y torpes avanzando junto a los demás.
En ese momento de caos, un destello de luz surgió de él, un rayo brillante que flotó directamente hacia mí.
Cuando la luz estuvo más cerca de nosotras, me dí cuenta de lo que era en realidad.
La carta de El Colgado, vibrando con una energía que sentí hasta el fondo de mi ser. La atrapé en el aire, sintiendo de inmediato una conexión profunda, un canal de poder que se abría entre la carta y yo.
—Elias —susurré llorando, llevando una mano a mis labios para ocultar los sollozos de comprender su desvinculación con su Arcano.