Capítulo 4

1490 Words
Nate La rectora comenzó a tamborilear sus dedos sobre la mesa, un gesto que parecía ser más un reflejo nervioso que una muestra de impaciencia. —Necesitamos saber con exactitud, —comenzó con una voz firme y clara,— qué ocurrió en su dimensión. El profesor Merrick se aclaró la garganta antes de hablar. —En nuestra dimensión, —empezó con su voz calmada,— y creo que en esta también, existe la magia... —Bien, eso es correcto, —la rectora lo interrumpió, como si quisiera dirigir la conversación hacia un punto específico. —Aquí la magia no fluye entre todos los mortales, solo unos pocos seleccionados son los portadores de la magia celestial. —¿Celestial? Querrá decir de los Arcanos, —pregunté, confundido por la terminología. —¿Arcanos? ¿Los de las cartas? —ella enarcó una ceja, un gesto que no supe si interpretar como sorpresa o desconfianza. —No, no, aquí existen dos tipos de magia: la magia blanca y la negra. Los estudiantes que llegan a esta Academia pasan por el ritual de luz y oscuridad, que determina la... calidad de su magia. El rector Valthor frunció el ceño y colocó ambas manos sobre la mesa, buscando claridad. —No entiendo tanta diferencia entre dos dimensiones, —dijo, su voz era grave y resonaba con la confusión que todos sentíamos. —¿O sea que solo existen dos tipos de magia? —Sí, o eres un mago de luz o uno de oscuridad. Solo los magos de luz pueden permanecer en la Academia. —¿Qué... qué ocurre con los demás? —la pregunta de Jack, que estaba sentado a mi izquierda, vibró con nerviosismo, temblando ligeramente, reflejo de la ansiedad que le causaba la posible suerte de aquellos catalogados bajo la magia oscura. —Van a la grieta, —respondió la rectora con una frialdad que hizo que un escalofrío recorriera mi columna vertebral. —Pero lo importante aquí es entender qué pasó en su dimensión... Justo en ese momento, la puerta se abrió de golpe y Lena entró. Se dirigió directamente a un asiento cerca de su madre. Nuestras miradas se cruzaron, y pude ver en sus ojos un rechazo instantáneo. Recordar que la Lena que estaba delante de mí no era la misma que yo había amado se hacía cada vez más difícil. Cada rasgo suyo, desde la manera en que movía las manos hasta el timbre de su voz, era un eco de ella, pero tenía que recordarme a mí mismo que, aunque su apariencia física era idéntica, ella no era mi Lena. No era la mujer con la risa que me llenaba de calidez, ni eran sus ojos los que se iluminaban de amor al verme. —Bueno, —retomó Jack, con un tono de voz que llevaba el peso de dos décadas de cautiverio, —la mayoría de los que estamos aquí, y en la casa, estuvimos retenidos por casi veinte años. Sabemos que unos demonios cambiaformas ocuparon el lugar de los profesores de la Academia para completar un ritual. Lena se recostó en su asiento, cruzando los brazos con una expresión de desdén tan marcada que se podía casi sentir la frialdad de su desprecio llenando la habitación. —¿Y nadie se dio cuenta de eso? —su tono era cortante, su postura relajada un claro contraste con la tensión que sus palabras generaban. —Pues no, —respondió Merrick con un visible fastidio, mirándola fijamente. —No sabemos qué clase de hechizo usaron para ocultar su esencia. —Por favor, el aura de los demonios es inconfundible... —murmuró Lena entre dientes, su voz cargada de sarcasmo. —Lena... —le advirtió su madre, su voz un intento de imponer algo de moderación en la conversación. —¿Qué? Es cierto, no son más que una mala broma de brujos. Yo digo que los mandemos a la grieta de una vez por todas, será mejor así. —No haremos tal cosa, —replicó su madre, claramente indignada, lanzando una mirada severa a su hija. —No, al menos hasta que pasen el ritual de luz y oscuridad... Me sentí frustrado y confundido. Levanté una ceja y pregunté: —¿Cómo podemos participar en un ritual del que no tenemos esa magia? —mi voz mostraba mi desconcierto. —Somos vinculados con Arcanos, no tenemos eso de luz y oscuridad. La rectora volvió su mirada hacia mí, sus ojos penetrantes intentando leer algo en los míos que yo mismo no podía descifrar. —Todos tienen su parte de luz y oscuridad, señor Callaghan, —respondió con una seriedad que me hizo dudar. —Queda por ver si comparten la misma suerte de sus originales aquí... Sus palabras resonaron con un peso que se sintió como una sentencia, y un escalofrío me recorrió la espalda. La sala se quedó en silencio, cada uno de nosotros contemplando las implicaciones de sus palabras en el frío y pesado aire de la oficina. —¿Qué significa eso? —preguntó Valthor, su voz temblorosa evidenciaba la preocupación que le consumía por dentro. —Ya lo verán, —respondió la rectora con una calma que contrastaba dramáticamente con la ansiedad de Valthor. Una sonrisa felina se esbozó en sus labios, más perturbadora que reconfortante, como si disfrutara del desconcierto que sembraba en nosotros. —No veremos nada, —dije, levantándome bruscamente, sintiendo cómo la tensión acumulada se convertía en una fuerza que tensaba cada músculo de mi cuerpo. —Necesitamos volver a nuestra dimensión para recuperar el control de la situación... La rectora también se puso de pie, sus manos firmes sobre la mesa, y se inclinó ligeramente hacia adelante para hablarme directamente, cerrando la distancia entre nosotros de una manera que se sintió casi invasiva. —Podrán hacer lo que quieran una vez se haga el ritual, señor Callaghan. Mientras tanto, son solo invitados... que no pueden irse a ninguna parte hasta completar el ritual, —su tono era firme, inflexible, y sus ojos no parpadeaban al sostener mi mirada. —Entonces, ¿somos invitados o prisioneros? —pregunté, con la voz cargada de un resentimiento apenas contenido, mis palabras salieron entre dientes como una serpiente silbando en advertencia. —Eso depende de ustedes, —contestó ella con una frialdad calculada, manteniendo su postura dominante.— Por lo que entiendo, no tienen magia ni el apoyo de sus... Arcanos, entonces están desprovistos de cualquier fuerza para la batalla. Harán el ritual y después veremos cómo proceder. Ahora, si me disculpan... —continuó hablando con una frialdad cortante, agitando una mano con desdén para indicarnos que la reunión había terminado,— tengo un ritual que organizar. Los veré en la noche. Con esa declaración, se alejó de la mesa con una elegancia rígida. Lena se puso de pie de repente para seguirla, moviéndose casi como una sombra detrás de la figura dominante de su madre. Pero antes de que pudiera alcanzar la puerta, Jack Lockheart la detuvo con una voz que resonaba con una mezcla de autoridad y súplica. —Lena... Ella se detuvo en seco, girando lentamente para enfrentarnos. Su expresión era dura, sus ojos brillaban con una mezcla de desafío y desdén. —Dejemos algo claro, —comenzó, clavando su mirada primero en Jack y luego en mí. Su voz era fría, cortante como el cristal.— A pesar del parecido con sus originales aquí, tú,— dijo señalando a Jack con un gesto firme,— no eres mi padre. Y tú... —No soy tu pareja, lo sé... —la interrumpí antes de que pudiera terminarlo, sintiendo una punzada aguda en el pecho. Bajé la mirada hacia mis manos apoyadas en la mesa, tratando de ocultar el dolor que sus palabras evocaron. —¿Pareja? —Lena pareció confundida por un momento, como si la palabra le resultara extraña o inapropiada. —Sí, Lena, en mi dimensión, tú y yo somos pareja, —expliqué dando un paso atrás, sintiendo la necesidad de poner algo de distancia física entre nosotros. —Pero tú no, mi Lena, mi original... Decir "mi Lena" en voz alta me hizo sentir un nudo en la garganta. Las palabras resonaron en la sala con más peso del que esperaba. Mierda, cómo duele decir eso. La extraño tanto... Lena me miró con una expresión indescifrable por un momento antes de responder con una firmeza que casi parecía un escudo para protegerse. —Pues aquí, elegimos a nuestra pareja y nos comprometemos de por vida con un vínculo de sangre. Y ya se lo dije al Nate de esta dimensión; no lo elegiría a él, nunca. A pesar de la frialdad de su tono y que realmente no me lo estaba diciendo a mí, no pude evitar sentir una punzada de dolor al pensar en el Nate de esta realidad. Si él la amaba solo un poco de lo que yo amaba a mi Lena...
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