Nate
Julián fue el primero en hablar, su voz quebrada por la emoción, como si finalmente el peso de todo lo que nos pasó se asentara entre nosotros.
—Esto no puede ser real. Todo lo que conocíamos... destruido. Elías... Ravenna... Lena... —No pudo continuar, su voz ahogada por el dolor.
Seraphina trató de reconfortarlo, pero su dolor era tan grande que su voz tembló al hablar.
—Lo sé, Julián. Pero tenemos que ser fuertes. Necesitamos encontrar una manera de volver, de arreglar todo esto.
—No sé cómo, pero lo haremos. —Marco asintió, acercándose a Seraphina y envolviendo sus brazos a su alrededor, besó suavemente su cabeza. —Encontraremos una manera de volver a nuestra dimensión y detener a esos demonios. No podemos dejarlos ganar.
Miré a mis compañeros, a mis amigos, y sentí una chispa de esperanza en medio del dolor. Sabía que juntos éramos fuertes, que podríamos encontrar una solución. Pero el dolor de perder a Lena seguía siendo una sombra que nublaba mis pensamientos.
Finalmente, con un suspiro pesado, los miré a todos fijamente antes de hablar.
—Tenemos que descansar, como dijo Jack. Mañana empezaremos a buscar respuestas. No podemos permitirnos más pérdidas.
Todos asintieron, sus rostros marcados por el agotamiento y el dolor, pero también con una chispa de determinación y esperanza de poder cambiar algo.
Habíamos sido arrancados de nuestra realidad y arrojados a esta dimensión desconocida, pero no estábamos dispuestos a rendirnos. Lucharíamos, descubriríamos la verdad y, de alguna manera, encontraríamos un camino a seguir.
Nos movimos como uno solo, casi en automático. Seraphina y Marco buscaban algo para comer en la cocina, abriendo armarios y cajones con movimientos torpes y cansados.
Julián se concentraba en materializar unas mantas para abrigarnos en la sala, su rostro tenso por el esfuerzo y la frustración de usar sus últimos dotes de magia. Las habitaciones estaban completas con los adultos, así que no nos quedaba otra que dormir en la sala, apilando lo que encontráramos para intentar hacer un lugar medianamente cómodo.
La casa, aunque cálida y acogedora, se sentía extraña, ajena. Cada rincón parecía burlarse de nuestra desesperación con su apariencia hogareña. El contraste con lo que habíamos vivido hacía unas horas era casi insoportable. La calidez de la madera, el suave crepitar del fuego en la chimenea, todo parecía fuera de lugar. Me sentía atrapado en una pesadilla de la que no podía despertar.
Necesitaba un momento para mí, lejos de las miradas preocupadas de mis compañeros.
Les dije que iría al baño, mi voz apenas un murmullo, y nadie me detuvo. Caminé por el pasillo, mis pasos resonando suavemente en el silencio de la casa. Al entrar en el baño, cerré la puerta tras de mí y me apoyé contra ella por un momento, respirando hondo.
El baño era pequeño pero acogedor, con azulejos blancos y una ducha que prometía al menos un momento de alivio. Encendí el agua y esperé a que se calentara, observando cómo el vapor comenzaba a llenar el pequeño espacio.
Me desvestí lentamente, cada movimiento un esfuerzo. Cuando finalmente entré en la ducha, el agua caliente golpeó mi piel con una intensidad casi dolorosa, pero bienvenida. Era como si el calor intentara derretir la frialdad que se había asentado en mi interior.
Apoyé las manos en la pared de la ducha, dejando que el agua corriera por mi cuerpo, llevándose consigo el polvo y la suciedad, pero incapaz de limpiar el dolor de mi alma. Sentí cómo las lágrimas comenzaban a llenar mis ojos, mezclándose con el agua de la ducha. Cerré los ojos con fuerza, tratando de contenerlas, pero era inútil. Todo el peso de lo que había pasado, de lo que había perdido, me golpeó de una vez.
Dejé que mi espalda se deslizara por la fría pared de azulejos, hasta que me encontré sentado en el suelo de la ducha, abrazando mis rodillas. El agua seguía cayendo sobre mí, pero no ofrecía consuelo, solo un recordatorio de mi impotencia. Las lágrimas corrían libremente por mi rostro ahora, mezclándose con el agua. Sollozos silenciosos sacudían mi cuerpo, cada uno arrancando un pedazo de mi alma.
Me sentía destrozado, vacío. El dolor de perder a Lena, de verla morir en mis brazos, era una herida que no podía sanar. Su imagen me atormentaba, su último susurro, su mirada de desesperación y amor. Mi pecho se apretaba con una fuerza casi insoportable, como si mi corazón quisiera dejar de latir de puro dolor.
No sabía cuánto tiempo pasé allí, llorando en el suelo de la ducha. Minutos, horas, no importaba. Todo lo que sabía era que el dolor abrumador era mi nuevo compañero, y que no podía escapar de él. Finalmente, el agua comenzó a enfriarse, dándome un motivo para levantarme y enfrentar la realidad que me esperaba fuera de ese pequeño refugio.
Me obligué a moverme, mis músculos protestando por el esfuerzo. Cerré el grifo y me quedé allí por un momento, dejando que el frío me devolviera un poco de claridad. Me sequé con una toalla, mis movimientos lentos y automáticos. Cuando finalmente me vestí y salí del baño, sentí que había dejado una parte de mí en ese suelo de azulejos.
Regresé a la sala, donde mis amigos habían hecho lo mejor que pudieron para crear un lugar decente para descansar.
Nos acomodamos en la sala, usando las mantas que Julián había materializado. El suelo duro no era lo ideal, pero después de lo que habíamos pasado, cualquier lugar seguro era un lujo. El fuego de la chimenea emitía un suave calor, pero su luz parecía no llegar a nuestros corazones. Nos acostamos en silencio, cada uno perdido en sus pensamientos.
Pasaron unos minutos antes de que Seraphina rompiera el silencio, su voz suave aunque llena de dolor.
—Es raro no sentir el poder de mi Arcano —murmuró, su mirada perdida en el techo.
Pude sentir el temor en su voz, como si estuviera incompleta sin esa conexión mágica que siempre había conocido.
Marco se giró hacia ella, su expresión cansada y con cierta desilusión, pero llena de amor hacia su pareja.
—Imagínate cómo se siente Nate, teniendo más de uno... —el dolor y la traición en su voz eran claros, sus palabras resonaban en la habitación como un eco.
Sentí un nudo en la garganta. Sabía que había llegado el momento de explicarles la verdad, de confrontarlos, aunque no quería enfrentarlo. Me incorporé un poco, apoyándome en un codo, y los miré a los ojos.
—Lo siento, chicos. —Mi voz se quebró al principio, pero me obligué a continuar. —No podíamos contarle a nadie sobre nuestros vínculos. Habría sido peligroso para todos nosotros. No quería ponerlos en riesgo.
Julián se sentó, la incredulidad marcada en sus rasgos.
—No lo puedo creer... Lena, Ravenna y tú, con más de un Arcano. ¿Cómo es posible? —El asombro en su voz se mezclaba con una pizca de resentimiento, como si se sintiera traicionado por haber sido mantenido en la oscuridad.
—Era un secreto que debíamos guardar a toda costa —expliqué, la culpa pesando sobre mí como una losa. —Si los demonios o cualquier otra entidad poderosa se hubiera enterado, habrían venido tras nosotros, tras todos ustedes. Pensamos que así estarían a salvo.
Marco soltó un suspiro largo y cansado, pasándose una mano por el cabello.
—No sé si puedo perdonarte, Nate. —La dureza en sus palabras me golpeó como un puñetazo, pero no podía culparlo. —Nos dejaste fuera, nos expusiste sin que siquiera lo supiéramos.
Seraphina se quedó en silencio, su expresión reflejando una mezcla de tristeza y comprensión.
—Supongo que lo hiciste por las razones correctas, pero eso no hace que duela menos.
Me dejé caer de nuevo en la manta, mirando el techo con ojos cansados.
—Lo sé. —Un susurro apenas audible. —Lo siento tanto. Solo queríamos protegerlos.
Sabía que no podía hacer mucho para arreglar lo que había roto, pero también sabía que teníamos que encontrar una manera de seguir adelante juntos, de alguna forma.
Cerré los ojos, intentando encontrar un poco de paz en el caos de mis pensamientos, la verdad es que tenía miedo, miedo a lo que me esperaba en el momento que quedara dormido.