Lena
Perdí toda la noción de tiempo y espacio.
El mundo exterior se desmoronó, dejándome flotando en un vacío que era a la vez inmenso y asfixiante. No había arriba ni abajo, ni adelante ni atrás. Solo estaba yo, y el fluir de energía que Zirael canalizaba en mí, buscando sanar, fortalecer lo que se había perdido.
La primera vez que experimenté esto, me sentí abrumada, como si no pudiera comprender la magnitud de lo que estaba sucediendo. Pero ahora, aunque la intensidad era la misma, había un elemento de familiaridad, casi de bienvenida, en el proceso. Era como volver a casa después de un largo viaje, donde todo se intensificaba.
Las sensaciones que atravesaban mi cuerpo eran indescriptibles; era una mezcla de frío y calor, de entumecimiento y sensibilidad extrema, como si cada fibra de mi ser estuviera siendo despertada, reconfigurada y realineada.
Poco a poco, a medida que Zirael continuaba su trabajo, sentí cómo los vínculos con mis Arcanos se fortalecían. Era una sensación de reencuentro, de piezas de un rompecabezas que encajaban perfectamente, restaurando la imagen completa que había estado fracturada y dispersa.
Sentí cómo la energía de cada Arcano volvía a mí, cada uno con su característica distintiva, su fuerza y su apoyo.
A medida que cada conexión se hacía más fuerte, me sentía más completa, más entera. Era como si cada parte de mi ser hubiera estado dormida o silenciada y ahora cantara en armonía con el universo.
La intensidad del momento alcanzó su clímax, y entonces, tan suavemente como había comenzado, el flujo de energía comenzó a disminuir.
La Nuria aflojó su agarre, y gradualmente, las sensaciones abrumadoras dieron paso a un estado de ser más tranquilo y centrado. Me sentí revitalizada, renovada, casi renacida.
Cuando finalmente abrí los ojos, el mundo que me rodeaba parecía más brillante, más vivo. Zirael me sonrió, su expresión era una mezcla de satisfacción y benevolencia.
—Has sido restaurada, pequeña Lena, —dijo suavemente antes de girarse hacía Ravenna. —Ahora es tu turno, pequeña diabla.
Ella retrocedió un paso, levantando una mano como para detener cualquier avance.
—Oh, no, no es necesario, realmente, yo paso —dijo con un tono cargado de sarcasmo, sus ojos recorriendo el lago con una mezcla de miedo y cautela.
Salí del agua, sintiendo la energía fluyendo a través de mí, renovada y poderosa. Me acerqué a Ravenna, escurriendo agua a cada paso, y traté de convencerla con la voz más persuasiva que pude.
—Esto es importante. No es solo sobre recuperar la magia, es sobre restaurar todo lo que somos. No puedes simplemente pasar de esto.
Ella cruzó los brazos, su postura desafiante.
—Bastarda, aprecio tu renovado entusiasmo por todo lo mágico y místico, pero prefiero mantener mi alma donde está, sin que la zarandeen viejas criaturas mágicas en un estanque.
—No es solo un estanque. Es un lugar de poder. Y Zirael puede ayudarte. —Insistí, pero ella no mostraba signos de ceder.
Viendo que las palabras no iban a convencerla, una idea traviesa me cruzó la mente.
Me concentré, sintiendo el viento que soplaba suavemente a nuestro alrededor. Con un suspiro, reuní una pequeña ráfaga de viento bajo mis dedos, la energía danzando inquieta, esperando mi dirección.
—Si no entras por tí misma... —murmuré, y con un movimiento rápido, liberé la ráfaga de viento a espaldas de Ravenna.
La fuerza del viento la tomó por sorpresa, y con un grito ahogado y una serie de maldiciones que solo ella podía conjurar, fue lanzada hacia el agua.
Cayó con un gran chapoteo, emergiendo segundos después, empapada y fulminándome con la mirada.
—¡Bastarda! ¡Eso no ha estado bien! —exclamó, escupiendo un poco de agua, su cabello pegado a su cara de formas cómicas.
—Tal vez no, pero fue efectivo, —respondí con una sonrisa, ofreciéndole una mano para ayudarla a salir o a adentrarse más en el lago, dependiendo de su elección.
Ravenna gruñó, mirándome con una mezcla de irritación y resignación antes de aceptar darse la vuelta hacia el lago.
—Esto mejor valga la pena, o te juro que convertiré tu vida en un infierno personalizado.
Con esa amenaza algo cariñosa, Zirael se acercó, sus ojos brillando con diversión y sabiduría.
—Vamos, pequeña diabla, veamos qué podemos hacer por ti.
Ravenna, a regañadientes, se sumergió en las aguas profundas del lago, guiada por la Nuria.
Observé desde una roca cercana, sintiendo todas las emociones mientras mis Arcanos se manifestaban frente a mí, más nítidos y presentes que nunca: El Mago, la Templanza, la Fuerza, el Ermitaño, la Muerte, y ahora también el Colgado. Cada uno con una aura que reflejaba su esencia única y poderosa.
El Mago se acercó primero, su semblante lleno de amor.
"Mi pequeña," susurró con voz cálida, envolviéndome en un abrazo que parecía querer reparar todas las fisuras de mi alma.
El contacto fue eléctrico, lleno de amor y seguridad, y por un momento, me permití simplemente recibir ese cariño, dejando que calmara las tempestades internas que había enfrentado.
Apenas Ravenna comenzó a flotar bajo la atenta guía de la Nuria, la Muerte habló con un toque de sarcasmo que ya le era característico.
"En cuanto tu amiga termine ahí, tienen que ir a buscar sus cuerpos..."
Confundida y aún envuelta en el abrazo reconfortante del Mago, fruncí el ceño.
—Bueno eso es un tanto confuso, ¿les importa explicarse? —mis palabras se tiñeron de confusión y urgencia por entender lo que teníamos que hacer.
El Mago, sin soltarme, se movió para abrazarme desde atrás, ofreciendo un soporte silencioso mientras la Templanza tomaba la palabra.
"El equilibrio ha sido destrozado," explicó con serenidad, su voz tranquila contrastando con la gravedad de sus palabras. "Luego del ritual, solo tuvimos fuerza para separar su alma de su cuerpo para poder curar el daño que recibieron..."
Mi mente se precipitó a la única pregunta que se formó al escucharlo, una que pesaba sobre mi corazón.
—¿Y Elías? —mis ojos se desviaron hacia el suelo, incapaz de sostener la mirada de mis Arcanos mientras enfrentaba la posibilidad de una noticia desgarradora.
El Colgado respondió, y la tristeza fundiéndose en su voz, tiñendo el aire de melancolía.
"No tuve ni tiempo ni fuerza para hacer lo mismo," dijo, y cada palabra parecía un lamento. "Él ahora vaga por el purgatorio hasta que logremos reparar los planos. Solo en ese momento su alma podrá descansar."
Las lágrimas cayeron libremente por mis mejillas. El pecho me dolía, un dolor punzante y constante, al pensar en mi amigo, vagando solo y sin descanso.
—¿No podemos hacer nada por él? —murmuré, apoyándome en el Mago mientras observaba a Ravenna, esperando que su proceso terminara pronto.
“Lo siento,” susurró, su voz un suave susurro detrás de mí, sus labios rozando mi cabeza en un gesto de consuelo.
—¿Dónde encontraremos nuestro cuerpo? ¿Cómo llegaremos a Nate y a los demás? —Las emociones me hicieron sentir inquieta y necesitaba enfocar mi mente en otra cosa.
Ya tendría tiempo para llorar.
Noté cómo los brazos del Mago se tensaban a mi alrededor, no sé si fue por mis palabras o por el cambio abrupto de tema.
“Sus cuerpos están en las puertas de la redención,” dijo la Muerte, y aunque sus palabras sonaban a broma, la gravedad de su expresión me dijo que no había nada de qué reír. "Y los demás no están en esta dimensión."
—¿Qué? —La sorpresa me hizo dar un paso adelante, separándome del reconfortante abrazo del Mago. —¿Dónde están? ¿Están bien?
Miramos hacia Ravenna, quien finalmente comenzaba a mostrar signos de volver de su proceso de sanación, de seguro su fuerza regresando lentamente junto a ella.
“Ellos están en otra dimensión, buscando la forma de volver aquí y reparar el desastre que creen que han hecho,” explicó la Fuerza con un tono serio pero no acusatorio.
Miré hacia donde Ravenna se ponía de pie, diciéndole algo a la Nuria antes de girarse y comenzar a salir del agua. Se acercaba, sus ojos fijos en mi, caminando con pasos firmes y decididos a pesar de la fatiga que sabía debería sentir.
—Entonces, preparemos su bienvenida, —dijo ella, con una sonrisa arrogante en su rostro.