Lena
—¿De verdad tenemos que ir allí? —preguntó Ravenna, inclinándose sobre la piedra que nos habíamos ocultado para evaluar la entrada del valle.
Después del proceso de recuperación en el lago, nos habíamos adentrado más en el purgatorio, siguiendo a unas almas perdidas que deambulaban por el bosque.
Todos se movían en sincronía y hacia la misma dirección, avanzando con ese caminar torpe y sus miradas fijas en el horizonte.
A medida que avanzábamos, el bosque se había abierto a un valle extenso, rodeado por elevaciones rocosas que eran aterradoras, pero lo más desconcertante fue como ese valle terminaba con dos hojas que formaban una enorme puerta de bronce medio abierta frente de nosotras.
Delante de la entrada había algo aún más escalofriante: un cerbero enorme, custodiando el paso.
Sus tres cabezas, cada una de ellas mostrando sus fauces que podrían tragar a un hombre entero, no me daba buena espina.
La bestia no tenía pelaje sobre su piel, mostrando músculos y venas gruesas que parecían brillar bajo una luz extraña, como si el cerbero no solo estuviera ahí para asustar, sino que también se alimentara del lugar que protegía.
—No es que "tenemos" que hacerlo, pero si queremos encontrar nuestros cuerpos tenemos que pasar esas puertas, —respondí, intentando sonar más confiada de lo que en realidad me sentía.
Soltó un suspiro y se pasó la mano por el cabello, claramente molesta pero sabiendo que no teníamos muchas opciones.
—Esto es una mierda, —murmuró, ya sin energía para protestar como antes.
—Sí, —suspiré, sintiendo cómo el peso de la realidad nos aplastaba un poco más, —una gran mierda que podría acabar con nosotros... Hablando de eso, ¿qué pasaría si morimos en este lugar?
Mi pregunta pareció invocar una respuesta inmediata, porque en ese momento uno de los Arcanos se materializó ante nosotros.
"Dejarían de existir, su escencia se perdería para ser parte de esa puerta que ven allí, y nada ni nadie las podrá sacar jamás... ni siquiera nosotros," dijo la Muerte con su voz profunda y sarcástica, cortando el aire con su frialdad.
De todos los Arcanos, tenía que ser él quien apareciera para dar esa respuesta, pensé poniendo los ojos en blanco, su actitud siempre me dejaba descolocada.
El Mago me había explicado, antes de dejar el lago, que no podían mantenerse mucho tiempo en su forma humana en esta dimensión. Con los planos rotos y mezclados, la energía fluía de manera impredecible, lo que les causaba un desgaste rápido.
No llegué a entender del todo, pero antes de que pudiera pedir una explicación más detallada, él solo me regaló una sonrisa triste, acariciando mi cabello. Con un gesto tierno besó mi mejilla, deteniendo sus labios allí más tiempo de lo necesario.
Aunque ahora, el corazón me saltó en el pecho al escuchar la respuesta de la Muerte, tan directa y sin rodeos. Sus palabras me dejaron un vacío en el estómago.
Ravenna me miró, sus ojos reflejando la misma preocupación que sentía yo.
—Genial, justo lo que necesitábamos, más buenas noticias, —dijo con un tono irónico que no lograba ocultar su nerviosismo.
Observé al enorme cerbero que custodiaba la entrada del valle, ver su cuerpo sin pelos y las venas latiendo era de lo más perturbador que había visto en toda mi vida.
Aunque se movía despacio, con cada paso que daba el suelo temblaba y el ruido de sus garras arañando la tierra hacía eco en el valle. Este cerbero no era un simple perro guardián; era una pesadilla viviente, una criatura de fuerza salvaje y oscura que defendía su territorio sin piedad.
—¿Tienes algún plan, bastarda? Porque sinceramente, entrar ahí no me parece la mejor de las ideas, —comentó Ravenna, mirando alternativamente al cerbero y a las puertas que prometían, quizás, nuestras respuestas.
—Vamos a necesitar algo más que valentía para pasar por esas puertas, —admití, escudriñando el área en busca de alguna otra ruta o quizás, algo en el entorno que pudiéramos usar a nuestro favor.
El cerbero era una barrera formidable, y sin saber exactamente qué capacidad tenía para percibirnos o atacarnos, cada paso hacia adelante era un riesgo potencial.
Miré a Ravenna, y luego a las puertas una vez más, sintiendo como una idea se formaba en mi mente.
—Quizás podamos distraerlo, o encontrar algo que le atraiga más que dos almas perdidas tratando de pasar, —sugerí, aunque no estaba del todo segura de cómo haríamos para llegar allí.
—Tal vez pueda crear una distracción con fuego, algo que capte su atención el tiempo suficiente para que podamos cruzar, —suspiró con pesar. —Pero si eso falla, debemos estar preparadas para correr.
—Correr suena bien como plan B, —respondí, intentando aligerar nuestros nervios con una sonrisa tensa.
—Algo me dice que para esto necesitaremos plan B, plan C, y no nos darían todas las letras del abecedario, —sonrió de vuelta.
Liberando un poco de tensión, nos preparamos, cada una tomando una profunda respiración mientras Ravenna comenzaba a conjurar un pequeño fuego, esperando que nuestra apuesta nos diera la ventaja que necesitábamos.
Mientras ella trabajaba, yo vigilaba al cerbero, listas para actuar en el momento justo.
—Cuando te diga, corre hacia la puerta y después lanzas el fuego, no mires atrás, —dije, dándole a Ravenna una última mirada.
Ella asintió, la llama en su mano crepitando con energía, lista para ser lanzada.
Ambas salimos disparadas en una carrera desesperada hacia las puertas del valle, solo unos segundos antes de que Ravenna enviara su ataque de fuego hacia unas rocas cerca del cerbero.
Aunque el fuego estalló con un destello brillante y las rocas explotaron a su alrededor, el guardián ni siquiera se inmutó, pero claramente nos tenía en su mira. Su atención se centró directamente en nosotras, sus tres cabezas aullando con una intensidad alarmante.
—¡Sigue corriendo! —grité, mi voz casi ahogada por el latido de mi propio corazón.
—¡No necesitas repetirlo! —respondió con un tono sarcástico, sin perder la oportunidad de lanzarme un comentario picante incluso en medio del caos.
Estábamos a punto de llegar a las puertas, tratando de mezclarnos con las almas perdidas que vagaban sin rumbo, una voz ronca y grave cortó el aire, helándonos la sangre.
"Ustedes dos no pueden pasar."
De las sombras alrededor del enorme cerbero, emergieron unas criaturas pequeñas, semejantes a engendros menores, que comenzaron a correr frenéticamente detrás de nosotras. Sus cuerpos eran ágiles y rápidos, y sus ojos brillaban con un rojo intenso y malévolo.
No lo pensamos dos veces; lanzamos nuestras magias en un intento desesperado por atrasarlos.
Ravenna, con sus llamas que enviaban ráfagas de fuego hacia nuestros perseguidores, y yo, convocando chorros de agua que intentaban apagar el fuego para que el vapor nos cubriera y al mismo tiempo creando barreras de hielo para detenerlos.
El camino hasta la puerta se hizo interminable, cada paso una lucha contra el tiempo y las criaturas que nos seguían de cerca.
Ravenna, con una última ráfaga de fuego, logró cruzar el umbral de las puertas, volviéndose para esperarme.
Justo cuando llegaba a unos metros de la puerta, sentí un frío escalofriante recorrer mi columna. Una de las criaturas había lanzado algo, una especie de látigo oscuro que rozó mi tobillo. Tropecé, pero logré mantener el equilibrio.
—¡Lena, cuidado! —gritó Ravenna, dando un paso hacia adelante.
—¡Quédate ahí! —le grité con preocupación, si al menos una de nosotras podía pasar, no teníamos que arriesgarnos las dos.
Conjuré un escudo de agua, intentando repeler los ataques mientras seguía corriendo. Las criaturas estaban casi sobre mí.
Ravenna, en un último esfuerzo, creó una pared de fuego entre los demonios y yo. Las llamas rugieron, y por un momento, pareció que podría escapar.
Pero justo cuando estaba a punto de unirme a ella, algo me detuvo.
Unas manos frías y sólidas como el acero se cerraron alrededor de mi tobillo, haciéndome caer al suelo mientras me arrastraba hacia atrás. Me giré para ver que una de las criaturas había logrado pasar a través del fuego, su cuerpo parcialmente quemado.
El guardián cerbero, aprovechando el caos, se acercó a nosotros, sus cabezas moviéndose en dirección a la puerta, amenazando con cerrar nuestra única vía de escape.
—¡Lena! —gritó Ravenna, extendiendo su mano hacia mí, la desesperación clara en su voz.