Nate
Mientras la charla entre Jack y la rectora continuaba, Lena me tocó suavemente el brazo.
—¿Podemos hablar? —preguntó mirándome con timidez.
¿Qué diablos estaba ocurriendo?
Asentí, entendiendo que esto podría ser una ventaja para nosotros. Nos excusamos discretamente y nos dirigimos a una habitación contigua, un pequeño estudio que nos daba algo de privacidad.
Una vez dentro, Lena cerró la puerta con suavidad, pero en cuanto se giró hacia mí, su comportamiento cambió drásticamente. Sin decir una palabra, se lanzó sobre mí, sus manos encontrando mi cuello mientras me plantaba un beso que, en lugar de ser dulce, me llenó de sorpresa y desconcierto.
Reaccioné instintivamente, colocando mis manos en sus hombros y apartándola de mí con un firme empujón.
—¡Lena, qué estás haciendo! —exclamé, mirándola con asombro y una creciente molestia.
Ella tropezó hacia atrás, sorprendida por mi rechazo, y luego sus ojos se llenaron de lágrimas. Comenzó a sollozar, cubriéndose el rostro con las manos antes de bajarlas y mirarme con una mezcla de dolor y desesperación.
—Nate, por favor, —sollozó. —Esta es una nueva oportunidad para nosotros. Tu Lena está muerta, y mi Nate también. Podemos empezar de nuevo, juntos.
Sacudí la cabeza, sintiendo una mezcla de frustración y tristeza. Aunque su propuesta me tocaba de alguna manera, sabía que lo que sentía por la Lena que había perdido no podía ser simplemente transferido a otra persona, incluso si compartían el mismo rostro.
—No puedo hacer esto, —dije, tratando de mantener la calma a pesar de la intensidad del momento. —No eres la Lena que yo... que yo amaba. Y yo no soy tu Nate. Lo que teníamos con ellos... son cosas muy diferentes.
Ella me miró, sus ojos brillando con lágrimas y una vulnerabilidad cruda.
—Pero podríamos intentarlo, Nate. Podríamos aprender a amarnos, como ellos lo hicieron, —insistió, la desesperación tiñendo cada palabra.
—No es así como funciona. No podemos forzar nuestros sentimientos solo porque nuestras parejas ya no están. Eso no sería justo para ninguno de los dos, —respondí, mi voz suave pero firme.
Las lágrimas que empezaron como un signo de vulnerabilidad se secaron rápidamente, y su expresión se endureció.
—Entiendo, —dijo Lena con un tono helado, limpiándose los últimos vestigios de lágrimas de sus mejillas. Su postura era rígida, la derrota temporal dando paso a algo más... —Supongo que esperaba demasiado de alguien como tú.
Tomé una respiración profunda, intentando mantener la calma a pesar del cambio abrupto en su actitud.
"Solo intenta hablar," me dije, esperando que pudiera disipar la tensión.
—Mira, no necesitamos hacer algo de lo que ambos podríamos arrepentirnos, —comencé, pero ella me cortó con una risa cortante.
—Oh, Nate, ¿realmente crees que no sé lo que pasó con tu querida Lena? —su voz era venenosa, cada palabra impregnada de desdén. —Ella prefirió morirse antes que pasar un segundo más contigo. ¿No te dice eso algo sobre lo patético que eres?
Sus palabras me golpearon como un puñetazo en el estómago. La acidez de su tono y la crueldad de su implicación hicieron que me costara respirar por un momento.
—Eso no es cierto, —respondí, mi voz apenas un susurro, mientras luchaba por controlar el tumulto de emociones que sus palabras habían desencadenado.
Lena se acercó, su rostro a centímetros del mío, sus ojos brillando con un fuego frío.
—Lo cierto es que estás solo, Nate. Y después de hoy, te aseguro que te quedarás así.
A medida que Lena se alejaba, una última estocada cruel brotó de sus labios, su voz goteando desprecio.
—Quizás es mejor que ella esté muerta. Al menos no tiene que ver en lo que te has convertido.
Esas palabras encendieron algo dentro de mí que no había sentido antes. La rabia comenzó a hervir en mi interior, y un zumbido comenzó a sonar en mis oídos.
La Torre, mi Arcano, despertando ante la invocación de mi ira. Sentí su presencia abrumadora, una fuerza que buscaba justicia y retribución, emergiendo en respuesta a la provocación.
El suelo debajo de nosotros comenzó a temblar levemente, una vibración sutil al principio que rápidamente se intensificó hasta convertirse en un temblor que se podía sentir como tal. Libros y objetos pequeños en las estanterías cercanas empezaron a vibrar y caer, creando un caos sordo alrededor nuestro.
Lena se detuvo y se giró hacia mí, sus ojos brillando no con miedo, sino con una especie de triunfo malévolo.
—¿Eso es todo lo que tienes, Nate? ¿Un poco de temblor? Tu querida Lena estaría avergonzada de verte ahora, temblando de rabia impotente.
Esa provocación solo alimentó más mi furia, y la influencia de la Torre se hizo más fuerte, casi abrumadora. Las paredes empezaron a crujir mientras el temblor crecía en intensidad, pero en lugar de retroceder, Lena avanzó un paso, su desafío claro.
—¿Realmente crees que puedes asustarme con esto? —gritó sobre el rugido creciente del ambiente. —¡Eres un fracaso, Nate! ¡Un patético idiota que lo perdió todo y quiere algo que nunca podrás tener!
No podía creer lo lejos que había llegado, cuán cruelmente se retorcían sus palabras.
La Torre, sintiendo mi creciente desesperación y furia, estaba a punto de desbordarse, y supe que necesitaba controlarlo antes de que causara más daño.
Con cada fibra de mi ser, luché para calmar el temblor, para reprimir la marea de poder destructivo que amenazaba con liberarse.
Finalmente, el temblor comenzó a disminuir, las vibraciones se suavizaron hasta que solo quedó un silencio pesado, cargado con el eco de nuestros conflictos. Respiré hondo, cada inhalación un esfuerzo consciente para restablecer el equilibrio, para no dejar que la ira dictara mis acciones.
Lena me observaba, su rostro una máscara de desprecio y satisfacción por haber provocado tal reacción. Sabía que no podía dejar que sus palabras me afectaran más, que necesitaba alejarme de este veneno que amenazaba con consumirme.
Sin decir una palabra, me di la vuelta y salí de la habitación, dejando atrás a Lena y su cruel discurso de palabras envenenadas.
Necesitaba espacio, aire, algo para limpiar la oscuridad que sus comentarios habían dejado en mi alma. La lucha contra la influencia de la Torre me había dejado exhausto, pero sabía que era importante mantenerme firme, por mí y por los recuerdos de la verdadera Lena que aún guardaba en mi corazón.
Me deslicé lentamente por la pared en el pasillo hasta quedar sentado en el suelo frío y duro, mi respiración entrecortada por la oleada de emociones que me asolaban. Cerré los ojos, buscando en la oscuridad detrás de mis párpados un punto de calma, un lugar donde la ira y la tristeza no pudieran alcanzarme.
En ese momento de quietud forzada, mi mente se abrió a la vasta red de conexiones que formaban mi ser, los lazos visibles que me unían a mis Arcanos. Eran una presencia reconfortante, cada uno de esos hilos dentro de mí fuertes y brillantes como nuestro vínculo.
Y entonces, entre las sombras de mi dolor y confusión, percibí algo extraordinario, algo que había olvidado que tenía.
Un hilo dorado, tenue pero inquebrantable, vibraba débilmente dentro de mí. Era la conexión con mi Lena, la verdadera Lena, aquella cuyo amor había sido la luz de mi vida. ¿Cómo había pasado por alto esto? ¿Cómo había permitido que la desesperación no me hubiera permitido verlo antes?
El hilo dorado, aunque frágil, era una prueba de que ella aún formaba parte de mí, que de alguna manera, a pesar de la distancia insuperable que nos separaba, seguía viva dentro de mi corazón.
Inhalé profundamente, dejando que la energía del hilo dorado se expandiera a través de mi ser, calmando la tormenta emocional que me había consumido. Cada respiración parecía fortalecer la conexión, cada latido del corazón reafirmaba el vínculo que nos había unido alguna vez.
Con los ojos aún cerrados, hice una promesa silenciosa a esa parte de Lena que aún vivía en mí. No importaba lo que otros dijeran, no importaba las provocaciones de esa otra Lena, que sólo buscaba herir.
Finalmente, me puse de pie, apoyándome en la pared mientras mi mente se aclaraba y mi corazón se asentaba en una nueva paz. Con el hilo dorado guiándome, estaba listo para enfrentar el mundo nuevamente, para luchar por lo que era justo y para proteger a aquellos que quería, llevando conmigo la certeza de que Lena, mi Lena, aún estaba conmigo, al menos en espíritu.