Unos meses más tarde, nos encontramos con Rodhon solos los dos, sin nadie y, sin miedo, lo abordé. Hasta ese momento, me había hecho el quite, no nos habíamos podido juntar solos. ―Quiero saber toda la verdad, Rodhon, ya me harté de estar buscando respuestas, enterándome de cosas que jamás hice y otras que los demás no hicieron. No quiero seguir así, dime qué has hecho y por qué ―ordené sin miramientos, no como un amigo, como su faraón, pues, aunque no tuviera el poder ni la gloria de Egipto, seguía siendo el único descendiente de los grandes faraones y así debía comportarme. ―Alejandro, todo lo que he hecho, lo he hecho por ti. ―¿Quieres que te crea eso? ―Es la verdad, si me crees o no, es problema tuyo. ―Explícamelo entonces, porque no entiendo. ―Mira, Alejandro, eras tú o tu