26 de noviembre de 2002
Su ojos se cruzaron con los de Axel.
Rápidamente desvió la mirada y centró su atención en una mancha que había en la pared, al otro lado del aula, junto a la pizarra y que llamaba tanto la atención como un pollo amarillo chillón en medio de un campo vacío.
No podía mirarlo. Simplemente no se atrevía a mirar aquellos ojos azul verdoso que parecían mirarla con insistencia.
Su cuerpo se tensó cuando, por el rabillo del ojo, vio como Axel se acercaba a ella. Rápidamente se levantó, cogió sus cosas y voló hacia la puerta en busca de Emma. Tenía que escapar de allí.
1 de diciembre de 2002
—El padre de Dan ha muerto.
La voz de Connor era inconfundible al otro lado de la línea y aquella información cayó sobre ella como un valde de agua fría. O, quizá, lo más exacto seria decir que había caído como un regalo del cielo. Un regalo bonito y encantador que venía con un nombre tatuado: Daniel O’Toole.
Apretó su teléfono entre sus manos. Quería saltar y gritar de alegría, pero el recuerdo de que seguía siendo el padre de Daniel, se lo impedía.
Evans y Harry la miraban con curiosidad desde los sillones de la biblioteca. Seguramente porque estaba moviendo mucho las piernas sobre su asiento. Dejó de moverlas e intentó centrarse en la respiración de Connor que parecía querer decirle algo. Aclaró su voz.
—Sí —dijo—. Quiero decir… ¡Vaya! ¿Cómo está Dan? ¿Has hablado con él? ¿Cómo fue?
La imagen de Dan espachurrando a su padre contra el suelo se dibujó en su cabeza. Se sentía muy emocionada, y curiosa. Quería saber qué había pasado con tantas ganas, que apenas le había dado tiempo a su hermano a responder entre pregunta y pregunta. Harry y Evans se miraron entre ellos. Luego, se levantaron y se acercaron a su sillón.
Belinda cerró el libro que tenía sobre el regazo y le hizo un hueco a Harry para que se sentara en el reposabrazos de su sillón. Evans solo enarcó una ceja hacia ella y se quedó de pie frente a ellos.
—Creo que es mejor que vengas, aquí —respondió Connor con una risa ahogada—. Los chicos y yo vamos a reunirnos en el nuevo local de Daimon. Hablaremos mejor allí.
—El nuevo local —asintió—. Lo tengo.
—Pregúntale si puedo ir —susurró Evans.
Ella lo miró mientras hablaba:
—Evans me pregunta si puede venir.
Connor hizo un breve suspiro. Podía oír una voz a la distancia diciendo algo, sin embargo, no lograba comprender las palabras.
—Está bien —respondió al cabo de unos minutos—. Puede venir, pero solo él.
Belinda miró a Harry de reojo quien hizo una mueca que le aseguró que había oído aquello. Se encogió de hombros.
—Lo tengo. Ahora vamos para allá.
—Te espero.
Colgó el teléfono y besó la mejilla de Harry antes de levantarse. El chico se veía disgustado por la idea de quedarse allí, pero comprendió por qué Connor no quería que más gente se enterara de lo ocurrido. Podía ser peligroso.
—Vamos.
Evans la siguió hacia el exterior de la biblioteca y cada uno fue a prepararse para salir. Belinda se sentía emocionada y nerviosa. Pronto todo sería resuelto.
****
El local era bonito.
Ya lo había pensado cuando lo vio desde el exterior, pero por dentro era extraordinario y muy amplio. Cuando entraba por la puerta, un largo pasillo con barandilla se abría con dos escaleras a cada lado para bajar hacia la barra.
Había asientos acolchados y redondos frente a algunas mesas, un suelo de cerámica blanco y algo grisáceo muy bonito y paredes de color n***o. Encima de ellos, el techo estaba lleno de pequeñas luces que, en la oscuridad, con la música y con la gente, debía verse increíble. Un enorme piano la sorprendió junto a la barra y unas enormes estanterías para lo que sería el alcohol y vasos se abrían desde un extremo a otro de la pared, justo detrás de la propia barra.
Estaba sorprendida. También estaba segura de que tenía la boca abierta y la sonrisa arrogante y divertida de Daimon se lo confirmaba. Sus ojos verdes brillaban orgullosos y entonces, comprendió que él no solo disfrutaba con la idea de abrir un local, sino que había encontrado algo que le entusiasmaba mucho más que trabajar para el Ministerio.
No tenía palabras.
Estaba muy contenta por Daimon y estaba segura de que el bar se volvería un lugar del que la gente no podría prescindir. Tenía fe en ello. Belinda respiró hondo y se acercó a su hermano, quien la envolvió en un gran abrazo.
—No sabes lo que me alegro por ti, Daimon.
La risa ronca de su hermano cosquilleó en su oreja.
—Gracias.
Evans miraba a todos lados con evidente curiosidad y con una enorme sonrisa que decoraba su rostro. Alexander resolvió su cabello rubio cuando se acercó a él y el chico rio antes de apartar su mano y darle un abrazo.
Belinda observó a su alrededor. El único que faltaba era Connor o, al menos, eso supuso ella. Aun no tenía claro si solo estarían ellos o si alguien más se reuniría en aquella reunión de última hora. Una vez se separó de los brazos de Daimon, Belinda se sentó en una de las sillas frente a la barra. Era alta, cómoda y negra al igual que las paredes y los sillones.
Su hermano le sonrió y dio la vuelta a la barra. Con cierta picardía y un brillo divertido en los ojos, apoyó las manos encima del mueble e inclinó la cabeza.
—Buenas noches, ¿qué puedo servirle, hermosa dama?
Belinda rio.
—Una coca cola —pareció dudar unos segundos—. ¿Tienes hielo?
Él asintió.
—Entonces, que sea una coca cola con hielo.
—Marchando —dijo. La sonrisa que le dedicó Daimon era increíble mientras se giraba a buscar las cosas.
—Veo que estás disfrutando esto —dijo Alex acercándose para besar su mejilla.
Evans tomó asiento a su lado y apoyó un brazo en la barra. El chico aun parecía mirarlo todo con curiosidad.
—El sitio está muy chulo —dijo sin dejar de sonreír—. ¿Cuándo podremos venir una vez esté abierto?
—Cuando tengas la edad suficiente para conducir —respondió Alex.
—O para entrar en la cárcel —respondió ella.
Alex se rio. Evans frunció el ceño y estrechó los ojos con sus labios apretados en una fina línea.
—No pienso entrar en la cárcel.
Ella sonrió.
—¿Quién dice que no? —preguntó—. Quien sabe, a lo mejor descubres que el vandalismo es tu verdadera vocación —miró a Alex—. Puede que tengamos que empezar a prepararnos para las visitas en la cárcel. ¿Debería aprender como esconder una ganzúa en un bizcocho? Ya sabes, para que pueda abrir la puerta y escapar.
—¡Belinda! —exclamó Evans.
Alex comenzó a reír a carcajadas. Daimon apareció entonces con la bebida de Belinda y miró la situación con una ceja arqueada.
—¿Qué me he perdido?
Evans se cruzó de brazos y gruñó por lo bajo.
—Es solo Belinda creyéndose muy graciosa.
Daimon la miró. Ella simplemente se encogió de hombros y le dedicó una hermosa sonrisa dulce antes de coger su vaso y darle un sorbo. Daimon volvió a mirar a Evans.
—¿Quieres algo de beber, Ev?
El chico negó y volvió a apoyarse sobre la barra.
—No, estoy bien —respondió en un suspiro.
Daimon asintió y miró a Alex. Sonrió.
—A ti ni te pregunto, que tú ya me has dejado sin una botella de Ginebra.
Los ojos de Belinda se abrieron y jadeó mirando a Alex. Él se mordió el labio y le dirigió una mirada con una pena que desde luego no sentía.
—Ya te he dicho que te lo pagaría.
Daimon resopló.
—Más te vale, idiota.
Alex simplemente apoyó los dedos sobre sus labios y le envío un beso a Daimon, quien, con una mueca, se echó hacia atrás e hizo como si lo esquivara.
—¡Que asco, Alex! —exclamo—. No quiero tus besos de borracho.
Alex se rio.
—¡Ya no estoy borracho! Eso pasó anoche —pasó un brazo sobre los hombros de Belinda—Dame un beso, Bel. Que al menos uno de mis hermanos pequeños me quiera.
Belinda besó su mejilla con una sonrisa y Alex la besó en la frente. Miró a Evans.
—¿Tú también me darás un besito, Ev? —preguntó—. ¿Serás de esos hermanos que me quieren?
Evans arrugó la nariz.
—Mejor me quedo como el hermano que te quiere, de lejos.
Alex hizo una mueca, triste.
—Eso ha sido un golpe duro —dijo—. De pequeño siempre me perseguías para que te diera abrazos y besos.
—Sí, con cinco años —contestó—. Resulta que ahora tengo quince.
Alex se rio por lo bajo antes de soltar a Belinda. En ese momento, la puerta que estaba encima del local se abrió y Connor entró seguido de Gabriel, Jackson y Axel.
Belinda no pudo contener la expresión de sorpresa cuando lo vio. Incluso se alegró de haber dejado la bebida sobre la barra segundos antes porque estaba segura de que la habría tirado. Él la miró y de repente, toda esa diversión que había sentido había cambiado a incomodidad.
Sus ojos se veían resaltados por la luz de la habitación, haciendo que el azul verdoso adoptara un nuevo significado para ella. Eran hermosos. Y sacaban a la luz recuerdos que había intentado olvidar con desesperación. La piel de Axel, sus besos, la sensación de tenerlo entre sus brazos, su calor…
Con un movimiento rápido, Belinda cogió el vaso de cristal y lo apoyó contra su mejilla. Suspiró de alivio al sentir lo fresquito que se sentía contra su piel ahora caliente y sonrojada. No había sido una buena idea pensar en ello.
Una lluvia de saludos apareció cuando los chicos se acercaron. Aunque no había contacto físico, las palabras se mezclaban unas con otras mientras ellos sonreían y se gastaban bromas entre ellos. El único que permanecía más rezagado era Axel que parecía un pez sacado del agua entre todos aquellos chicos que prácticamente se conocían de toda la vida.
Cuando se acercó a ella, Belinda no pudo evitar saludarlo con una tímida sonrisa. Quería besarlo. Los ojos de Axel se estrecharon y se oscurecieron, haciéndole ver que no era la única que se sentía así. Él también lo quería.
La voz de Alex llamó su atención cuando se aclaró la garganta y comenzó a hablar. Su voz era calmada, grave y madura mientras ponía al día de los últimos acontecimientos a Axel, Evans, Jackson y Gabriel. De vez en cuando, sus ojos salían disparados hacia Axel y, como si hubiera podido sentirlo, él rápidamente le devolvía las miradas.
—Supongo que ahora todo estará resuelto —ese era Jackson con su voz grave y ronca hablando con los brazos cruzados en el pecho.
Connor suspiró.
—Ojalá fuera el caso, pero todavía tenemos que encontrar a los brujos desaparecidos.
Gabriel lo miró.
—¿No se encargará el Ministerio de eso?
—Ese es el problema —intercedió Daimon—. No estamos seguros de poder confiar en el Ministerio. Ellos se vieron involucrados en la expulsión de la familia Bloom, no han hecho nada sobre el caso de nuestra madre y tampoco han hecho algo con el asunto de Asher y el antiguo Maestro de los vampiros. Prácticamente se han encargado ellos mismos de solucionarlo sin ayuda del Ministerio.
—Bueno, es normal siendo un asunto de licántropos y vampiros —mencionó Jackson.
Daimon le frunció el ceño, pero Jackson ni se inmutó.
—No cuando hay brujos involucrados —respondió—. Yo he trabajado ahí. Annice fue la que me pasó la lista con todos los que estuvieron en la Red la noche en la que murió el licántropo y puedo asegurar que no han hecho nada.
Belinda jadeó.
—¿Tenían una lista con nuestros nombres? —el miedo la atravesó. ¿Significaba eso que su padre lo sabía? Rápidamente lo descartó. De ser así, el propio Cedric Black habría hablado con ella, aunque ya no estaba tan segura de ello. Su padre parecía ocultar algunos secretos.
—Me quedé con la lista, si es lo que te preocupa —la consoló Daimon, su mirada se suavizó—. Y Annice ocultó vuestros nombres para protegeros. Ya de por sí es peligroso que un Black se involucre con gente de ese círculo, ya no decir alguien que supuestamente está exiliado como es el caso de Axel.
Sus ojos viajaron hacia el mencionado. Axel miraba fijamente el suelo mientras apretaba los labios. No parecía cómodo con aquello. Belinda asumió que se sentía avergonzado. Cuando Axel alzó los ojos para mirar a Daimon, sus ojos estaban llenos de ira. Eso la sorprendió.
Sus ojos brillaban en una bonita sombra oscura llena de ira. Incluso así, le gustaba mirarlo. Era un color hermoso de una manera que no podía describir, a veces más claro; otros más oscuro, pero siempre de tonos que terminaba amando.
Estar cerca de él le había traído recuerdos que habría querido dejar de lado. Él la había rechazado y, sin embargo, luego se habían acostado. No sabía qué estaba haciendo. Ni ella misma se entendía y eso que había sido la que lo había comenzado en su casa.
¿Estaba segura de querer algo con él, cuando luego pasaban a ignorarse mutuamente? Bueno, en ese último caso, era ella quien lo había estado ignorando.
Suspiró.
Estaba cansada. Tenía mucho en lo que pensar y un terrible nudo en su cabeza lleno de complicaciones. ¿Por qué no podía simplemente acercarse, tomarse de las manos, abrazarlo y besarlo?
Fácil. Porque luego él la rechazaba. La rechazaba con las peores de las excusas y eso hería su orgullo.
—¿Estás de acuerdo con esto, Bel? —susurró Evans hacia ella.
Lo miró y pestañeó un par de veces.
—¿Con qué?
Su hermano frunció el ceño.
—Con esto —repitió—. Con lo que acaban de decir.
Sus mejillas se calentaron. No había estado atenta a la conversación.
—Yo… Bueno… —aclaró su garganta—. ¿Supongo?
Los ojos de Evans se ampliaron con incredulidad. No parecía muy contento con su respuesta. Belinda se removió incómoda en su asiento, apretando la mano alrededor del vaso. Tenía que estar más atenta.
—No puedes estar de acuerdo con esto —espetó.
—Yo…
—Evans, no sigas insistiendo —era Alexander—. No vamos a seguir discutiéndolo. Haremos lo que hemos hablado.
Su hermano pequeño hizo una mueca antes de refunfuñar; Belinda sonrió ante el gesto. Desde que se enteró de lo que estaba ocurriendo, Evans había intentado aparentar madurez. No obstante, eran esos pequeños gestos los que le recordaba que su hermanito era todavía un adolescente en plena pubertad.
Miró una vez más a Axel. Se veía mucho más calmado que antes, y eso le tranquilizó. No sabía qué era lo que estaba pasando por su cabeza, pero le preocupaba. Sus ojos se cruzaron con los de ella y un escalofrío recorrió su cuerpo; había algo en su mirada que le impedía dejar de mirarlo.
Se sentía hipnotizada.