~* Capítulo 06: Vida Ordinaria *~

3076 Words
—Dios mío... Parece que me han desvalijado —me dije poniendo los brazos en jarra. Eras las nueve de la mañana y me encontraba de pie en medio de la sala del departamento... Tratando de entender cómo es que un huracán había pasado por ahí sin que yo me diese cuenta. Erika había pasado la noche anterior a recoger algunas cosas que le faltaban, luego de que habíamos estado toda la semana embalando sus pertenencias y metiéndolas en cajas, lo cual había dejado el lugar prácticamente vacío. Todas las repisas de la pared quedaron sin un solo adorno, desaparecieron casi todos los cuadros, y en las estanterías quedaban apenas unos cuantos libros, sin mencionar que la mitad de los muebles se habían ido; solo me quedaron un diván, el pequeño juego de comedor y la estantería con el televisor. Torcí la boca al comprender que en su gran mayoría todas las cosas que daban vida al lugar habían sido de ella, pero eso no era de extrañar, Érika ya había estado rentando ese apartamento dos años antes de proponerme que viviera con ella. Yo había estado buscando un lugar con desesperación y a ella le pareció una idea fantástica que viviéramos juntas; no porque lo necesitara... En absoluto, ella era accionista minoritaria del negocio de sus padres, una importante cadena de restaurantes en el país, cosa que le permitía ciertos privilegios, rentar un apartamento de ochenta metros cuadrados en Bogenhausen siendo una simple estudiante universitaria era tan solo uno de ellos. En una situación normal yo jamás hubiese podido ni pensar en rentar una habitación en esa zona, de hecho... Pagar la mitad del arriendo siempre era un duro golpe para mis finanzas al final del mes. —Y no sé cómo voy a pagar este lugar de ahora en adelante. Erika había sido muy gentil al pagar ese mes por adelantado, gesto que era tan considerado como insultante. Ella se había excusado al decir que todo el asunto de su mudanza había sido tan repentino que le apenaba pensar que yo tuviera que apresurarme a conseguir dinero para la renta, pero en el fondo yo sabía que ella era consciente de que yo no tendría de dónde sacar ese dinero. Silenciosamente las dos sabíamos que yo tendría que abandonar el lugar... Ella solo me dio respiro por un mes. «Del cual solo me quedan tres semanas», me recordé en medio de un suspiro. Mientras caminaba a la cocina en busca de algo para desayunar meditaba mis opciones... Que no eran muchas en realidad; en el bar ya no me podían pagar más de lo que me pagaban, y no estaba mal... Pero no era suficiente para vivir y costear ese lugar; la idea de buscar otro empleo durante el día era complicada si debía pasar toda la noche en el bar... Estar despierta a primera hora del día diariamente terminaría pasándome factura; necesitaba obtener más ingresos de otro modo. Tomé el cartón de leche del refrigerador y serví un poco en el tazón con cereal que tenía en frente mientras contemplaba hacia la mesa del comedor, a lo que había sobre esta, específicamente. Había dejado los carriletes de cuerda de cuero, cordeles gamuzados y cadenas, junto con los pliegos de papel de seda que estaba usando para empaquetar los collares que había creado esa semana por pedido que una profesora. Todo sería mucho más sencillo si pudiera empezar a vender más de mis prendas; los esporádicos euros que me generaban al mes no me estaban ayudando en gran cosa. Llevaba un par de años confeccionando mi propia línea de bisutería, era algo que me apasionaba y mi sueño siempre fue convertirme en una diseñadora reconocida en el área, ser dueña de mi propio negocio y ver a las mujeres usar mis creaciones. Ese sueño lo había logrado a medias, ya que algunas de mis amigas y compañeras de la universidad me habían comprado un par de collares y brazaletes, pero difícilmente iba a poder vivir de eso pues hasta el momento había invertido mucho más de lo que había generado. Ese era el motivo principal por el que me decidí a estudiar administración, entendí que la pasión no lo era todo... Necesitaba tener los conocimientos para poder manejar yo misma un negocio productivo. Y aunque tenía mucha fe en que eventualmente tendría éxito, no estaba igual de convencida de que dicho éxito llegara antes de fin de mes. En lo profundo de mí una voz me decía que mi única opción era empezar a buscar un lugar más barato, pero no quería pensar en eso esa mañana. Tomé el último bocado de cereal y lavé el tazón; me recogí el cabello en un moño rápido y me dispuse a limpiar, había desechos de cordel por todo el piso y podía sentir el polvo revolotear por todo el salón. Eso me ayudaría a olvidarme del hecho de que para cuando el mes acabara me habría quedado sin mejor amiga y sin apartamento, era ponerme a llorar como una magdalena echada en el diván, o ponerme a limpiar... Así que limpiaría como nunca. Sin embargo esto no me tomó más de dos horas, para las diez de la mañana había dejado el apartamento reluciente. Tomé una ducha y me encontraba envuelta en una toalla, de pie frente al armario mientras intentaba decidir si ponerme unos shorts y una camiseta de algodón para ponerme a ver televisión mientras confeccionaba algún collar; o si me ponía unos jeans y alguna blusa bonita para salir a la calle, solo que... ¿A dónde iría? El último año, entre todo el ajetreo de la universidad, mi vida social se había reducido a mis ocasionales salidas con Erika... Y Björn, y mis noches trabajando en el bar con los chicos, aunque tenía ganas de salir... No tenía a dónde, y sin embargo la idea de quedarme viendo televisión no me entusiasmaba. Entonces se me ocurrió que podía ir a visitar a papá, no lo había visto desde hacía dos semanas y me imaginé que estaría ansioso por verme para conversar sobre la universidad, había pasado toda la semana mandándome mensajes preguntando por los resultados de la tesis, así que ir a verlo me pareció una buena idea. —A casa de los Mason será. —me dije tomando una camiseta negra, mis jeans rotos favoritos y mis zapatillas blancas, pensando en lo patético que resultaba que ir a visitar a mi padre era la única actividad interesante que tenía para hacer un sábado por la mañana. Amaba a mi papá... Pero definitivamente necesitaba una vida, y ahora que ya me había librado de las responsabilidades de la universidad tenía que recuperarla. *** —La próxima vez debo planificar mejor estas visitas. —refunfuñé mientras me sacudía por tercera vez la cartera de la mujer que tenía en frente. No queriendo llegar a casa con las manos vacías, había pasado por una pastelería a comprar las galletas favoritas de mi padre, pero cuando llegué a la estación ya era prácticamente mediodía, hora pico... Caos total. Odiaba con todas las fuerzas de mi alma usar el transporte público a esas horas, siempre había personas desconsideradas que ponían a prueba mi casi inexistente paciencia, como la doña del bolso gigantesco que rozaba por cuarta vez mi nariz. «Es una señora mayor, podría ser tu madre... Ten calma y respira», me repetía una y otra vez como un mantra, para intentar dejar pasar la situación, pero se me estaba haciendo imposible; en primer lugar porque elegí mal mis palabras... Mi madre jamás usaría un bolso tan horrible como aquel; y en segundo lugar porque la bendita mujer lo hacía intencionalmente, lanzaba su bolso hacia atrás porque frente a ella había un joven que vestía un gorro beani y una holgada camiseta sin mangas que dejaba a la vista de todos la lluvia de tatuajes que cubría su cuerpo; eso, en conjunto con la decena de perforaciones que tenía el muchacho, tenía a la mujer con los nervios de punta. Puse los otros en blanco mientras esquivaba otra vez el bolso, el chico ni siquiera la miraba, estaba relajado escuchando música, desconectado del estridente vagón del metro, pero aquella parecía ser la típica señora que juzgaba a todos por su apariencia, de esas que pensaban que todo el que se tatúa es un maleante, y los que escuchan Heavy Metal hacen rituales satánicos; y entonces sonreí de pronto, porque en medio de mi inconformidad con la situación, mi mente trajo a flote un simpático pensamiento... ¿Qué pensaría esa mujer si viera a Franz con sus coloridos brazos, mientras se dispone a responder su móvil con ese estrepitoso Highway to hell que tiene como tono de llamada? No, ciertamente mi madre jamás usaría ese bolso, pero sí que se llevaría bien con esta desconocida del metro... Ambas sufrirían una subida de tensión por eso. Reí por lo bajo mientras me imaginaba la escena, negando con la cabeza casi sin darme cuenta; Franz era uno de los hombres más listos e intelectuales que conocía, y ni sus tatuajes ni sus gustos musicales influían en eso; mujeres como aquellas vivían con siglos de atraso. Y entonces, como siempre que pensaba en él, una cosa llevó a la otra y mi mente se perdió en imágenes de los sexys y bien definidos brazos de mi jefe, y todo ese mundo de tatuajes que se ocultarían bajo la tela de sus camisas, y así como si nada... mi humor mejoró en segundos. *** Estaba tocando a la puerta de mi papá quince minutos después, tratando de dispersar los pensamientos lujuriosos que minaron mi cabeza como una plaga propagándose sin control, aquello siempre ocurría cuando, por el motivo que fuese, pensaba en Franz... El hombre caldeaba mis sentidos. Pero traté de distraerme mirando los llamativos diseños abstractos que cubrían las paredes de las casas a mi alrededor. Pese a ser un barrio de clase baja, el Olympiadorft era ciertamente un deleite para los ojos; el gobierno había convertido aquellas viejas villas olímpicas en una cómoda zona residencial, y en los últimos años había otorgado el permiso a artistas urbanos locales para darle vida a la arquitectura cuadrada que reinaba ahí. Las calles eran largas y estrechas, y las casas diminutas, pero siempre era un encanto visitar el lugar. —¡Princesita! —exclamó mi padre al abrirse la puerta. Tenía una gran sonrisa adornando su rostro con cada vez más arrugas, mientras se lanzaba sobre mí para cubrirme con sus robustos brazos. —¿Cuántos años debo tener para que dejes de llamarme así? —Pues... No sé, los que tengas cuando llegue el día de mi muerte, porque seguirás siendo mi princesita mientras yo aún respire. Sonreí ante su respuesta. Princesita Allie era el apodo con el que me bautizó él desde pequeña, siempre me decía que aunque yo no había nacido en el palacio, ni en una cuna de oro, yo llegaría a ser una reina. Eso siempre me motivó mientras crecía, pero claro... Yo tenía seis años y vivía en Aberdeen, así que me lo tomaba literal, pensaba que en serio sería reina; la cosa perdió sentido cuando nos mudamos a Múnich, Alemania fue un mundo completamente nuevo para mí y aunque al comienzo pensé que nunca encajaría en este mundo tan moderno y globalizado, sí que lo hice... Ya no quedaba de mí nada de aquella niña británica que soñaba con reinar una nación; pero abrirme a este mundo... Madurar en él, me hizo comprender que si bien nunca llevaría una corona de diamantes, sí podía tener éxito, lujos y gobernar mi propio destino... Cosa que llevaba años intentando hacer; y eso sumado a mi personalidad 'alimonada' hacían que el término princesita no encajara conmigo. —Vale, pero como siempre te digo... Asegúrate que nadie más te escuche. —respondí devolviéndole el abrazo. —Espero que eso no me incluya a mí, porque escucho el Princesita Allie como diez veces por semana. —¿Y estas qué son? —preguntó papá al soltarme, mientras me quitaba de las manos la caja de galletas, al tiempo que yo me giraba para saludar a Nathaly. Nathaly era la nueva esposa de papá; una mujer bajita y regordeta que parecía no conocer el concepto de cabello bien peinado, siempre iba con alguna tiara de tela en la cabeza y una maraña de rizos negros a su alrededor, pero era un encanto de mujer. Mi papá la había conocido un día en la estación del metro, y cinco meses después habían corrido al registro civil a casarse, y aunque no aplaudí el método... Estaba feliz por ellos, desde entonces parecían ser muy felices. —Hola Nat, ¿Acaso huelo unas cebollas asándose en la cocina? —me incliné para abrazarla. —Sí, querida; y unos filetes de ternera en el horno... Es sábado, y ya conoces el menú —me rodeó con sus brazos y torcí los labios con resignación cuando me apretó más de la cuenta, en sus intentos de ser cariñosa conmigo... terminaba siendo muy tosca —. Qué bueno que viniste a almorzar... Así el glotón de tu papá comerá menos. —Nada de glotón, ¡con toda esa tontería del colesterol me tienes comiendo como un conejo, mujer! Un hombre debe poder comerse su Zwiebelrostbraten¹ en paz. —Sí, sí, sí... Mientras almorzamos te puedes quejar todo lo que quieras con Allie sobre cómo te maltrato. Tanto Nat como yo pusimos los ojos en blanco mientras caminábamos hacia el comedor de la casa. Desde que sus niveles de grasa y colesterol habían alcanzado niveles estratosféricos, habíamos hecho un frente unido y llevábamos un riguroso control de la alimentación de papá, cosa con la que él no colaboraba; porque así como yo había cambiado mi perspectiva del mundo al llegar a Alemania, mi padre también lo había hecho... Sólo que él se declinó más por la comida. Ya no habían horas para el té y las galletitas saladas, ahora solo había cerveza, salchichas, densos aderezos y pretzels como confeti. —Iré a servir... Dame ese paquete de galletas, Andrew; las comerás después de almorzar, no antes. —mi padre refunfuñó con disgusto, pero terminó entregando la caja... Sabía que no tenía opción. —Esta casa se ha vuelto un confinamiento militar, estoy a esto de que me alimente con pan y agua —gesticuló con los dedos para darle aire teatral a la queja —. De haber sabido que esto sería así... —¿Qué hubieses tardado tres meses más en hacerla tu esposa? —Quizás... Y hubiese aprovechado cada día para comer delicioso. —Suena como un buen plan, lástima que la idea llega cuatro años tarde. —Lo sé... Una pena —comentó en tono tristón mientras ladeaba la cabeza lentamente. —. Pero en fin, cuéntame princesita... ¿Has sabido algo de la universidad? ¿Aún no publican los resultados de tu trabajo? —De hecho sí. —¿Y...? ¡¿Por qué te quedas callada?! ¿Qué fue lo que dijeron? —Pues... Dijeron... —me quedé en silencio un par de segundos tratando de no reír mientras veía que los ojos de papá se abrían cada vez más y más. —¡Habla de una vez, muchacha! —Dijeron que estoy aprobada. —sonreí al ver la expresión de júbilo en el rostro de papá, que se estaba poniendo de pie en ese momento. —¡Aprobada! ¡Mi princesita fue aprobada en la universidad! ¿Escuchaste eso, Naty? ¡Aprobada! —gritaba y agitaba los brazos en el aire como si se hubiese sacado la lotería... Sabía que no podía perderme esa reacción en persona. —Felicidades, Allie; imagino que estás muy contenta. —me felicitó Nat mientras ponía los platos en la mesa. —Muchísimo, en realidad creo que nunca había estado orgullosa por algo como lo estoy de esto. —Pues nosotros estamos muy orgullosos de ti, cariño —dijo papá tomando asiento otra vez. —. Una licenciada en administración en la familia... ¡Qué maravilla! —¿Y ya se lo contaste a tu madre? Seguramente estará ansiosa por saber. —me encogí un poco al oír aquello, por una parte porque aunque sabía que las intenciones de Nat eran buenas... Siempre era incómodo entre nosotras hablar de mamá, aunque no sabía exactamente por qué. Y por otro lado... Recordé el mal rato que pasé al contárselo. —Sí, de hecho sí... Pero eso no salió nada bien. —¿Acaso no se alegró por ti? —papá frunció el ceño mientras hablaba, ambos conocíamos muy bien al personaje. —Sí lo hizo, pero luego empezó de nuevo con la charla sobre encontrar un trabajo más digno y todo el asunto. —Lo siento tanto, princesa... En el fondo sé que debe estar tan orgullosa como yo. —Supongo que lo decía por todo el asunto del departamento, ¿no crees? —intervino Nat, intentando rescatar lo que todos sabíamos que estaba perdido. —Nos comentaste la última vez que Erika se mudaría... ¿Te quedarás en ese departamento tan lujoso? —No es lujoso, solo está bien ubicado. Pero sí, habíamos cancelado por adelantado un mes de arriendo. —¿Y el sueldo del bar te permite pagar los siguientes? —Si necesitas dinero sólo pídelo, princesa... Te ayudaremos en todo lo que podamos. Asentí lentamente por cortesía, era lindo saber que siempre tenían la intención de ayudarme, pero aquella era la idea más absurda de todas; papá y Nat a duras penas llegaban a fin de mes; él era obrero de construcción y ella era cajera en un supermercado... El dinero no sobraba por ahí. —Tranquilos, tengo unos cuantos ahorros, y doblaré el turno en el bar... Todo irá bien. —Claro que sí, pero en caso que no... Las puertas de esta casa siempre estarán abiertas para ti, princesa. ¿Verdad, Nat? —Por supuesto, bien dicen que donde comen dos... Comen tres. «Sí, pero se come mucho menos», pensé mientras me limitaba a sonreír con amabilidad, dejando pasar el tópico. Bajo ninguna circunstancia quería llegar a ese punto, mudarme a esa diminuta casa con ellos sería casi un hacinamiento, no podríamos respirar los tres ahí, así que era imperativo que encontrara una solución a mi situación, y dado que el fin de mes me estaba pisando los talones... Debía ser rápido.
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