—Así que tuviste otras de tus fantasías —comentó en gesto burlón Manuel, mientras yo servía hielo a un par de vasos y él preparaba una mezcla.
—Ajá... Mientras me daba su sermón por haber llegado tarde.
—¿Y estás segura que no se dio cuenta? —tuve que hacer un gran esfuerzo para entender lo que decía, pues entre sus carcajadas y la música de fondo, casi no podía oír nada.
—Para nada, ya te lo dije... Él solo cree que soy impuntual y muy despistada.
Manuel volvió a reír, él era el único ahí que estaba al tanto de mis fantasías con Franz, había tenido que confesárselo cuando una vez me encontró mirándolo como tonta; había asumido que estaba enamorada del jefe y me quiso dar una charla sobre lo complicado que podía ser eso; en aquel entonces Franz estaba saliendo con alguien y pensó que terminaría con el corazón roto, así que tuve que dejarle claro que lo mío con el jefe era solo atracción meramente física, pero que tampoco buscaba nada con él, cosa que era cierta.
Franz era jodidamente guapo, me encendía con solo verlo... Como seguramente le pasaba a todas; y sí, me permitía imaginármelo tomándome contra la pared de su oficina un par de veces a la semana; en ocasiones hasta pensaba en él mientras me tocaba, cosa de la que no me enorgullecía, pero no sentía nada más allá de eso por él. Éramos buenos amigos y le tenía mucho aprecio, eso era todo. Así que cada vez que tenía alguna de mis acaloradas fantasías, me divertía haciendo bromas con Manuel, que era mi mejor amigo y confidente.
—¡Hey! Muñeca hermosa, dame tres cervezas más —pidió un hombre a la izquierda de la barra. Apreté los labios con disgusto al escuchar el adjetivo con el que me etiquetó, pero al girarme le dediqué una sonrisa, como había hecho todas las otras veces que me tocó atenderle.
—¿Ligera, Jagger, oscura...? —le pregunté tomando el primer tarro y señalando hacia los barriles.
—¿Vas a decirme que no recuerdas cuál es la que me gusta? —me dedicó una sonrisa y me guiñó un ojo mientras se inclinaba más de la cuenta sobre la barra.
Apreté nuevamente los labios pero procuré mantener la sonrisa, como hacía siempre que me tocaba atender a un tipejo de esos que creían que por trabajar en un bar era una cualquiera. Era la tercera vez que el sujeto se acercaba a la barra para hacer su pedido, y había aprovechado cada oportunidad para hacer algún estúpido comentario que, en su mente nublada por el alcohol, pretendía ser seductora.
Odiaba a esos imbéciles, hombres que prácticamente no podían oler el tarro de cerveza porque les dejaba de funcionar la materia gris. Si en algo tenía razón mi madre era en que noche tras noche tenía que verme expuesta a ellos. «Y la mujer estaría encantada si le diera la razón» pensé con sarcasmo antes de responder.
—Lo siento amigo, he atendido a muchos hombres hoy... Reservo en mi memoria solo pedidos especiales —la arruga que apareció en su frente en ese momento me indicó que no le había gustado mi respuesta.
Por suerte darle la razón a la señora Hamilton perdía sentido cuando yo me había hecho toda una experta en batear y sacudirme a todos esos tipejos y sus insinuaciones descaradas, así que no había nada de qué preocuparse, pero de pronto un ligero movimiento llamó mi atención a la derecha.
Bastian se había acercado hacia la barra, deteniéndose a dos metros de esta. Me miró fijamente arqueando un poco una de sus cejas... No necesité explicaciones. Había visto el comportamiento recurrente del cliente frente a mí y se había acercado por si necesitaba ayuda, tenía la orden de asistirnos si llegábamos a requerirlo, y el hombre tenía un ojo de halcón, por eso era el encargado de la seguridad interna.
Con un gesto de mi mano le indiqué que tenía todo bajo control, y con uno ligero asentimiento se dio la vuelta y regresó a su puesto.
—Necesitamos un par de mojitos para la zona VIP, Allie —escuché decir a Manuel a mi espalda, probablemente luego de ser testigo de la intervención de Bastian; supe que solo estaba intentando ayudarme a librarle del tipo, pues él era perfectamente capaz de encargarse de ese pedido.
—En seguida, le sirvo al amigo sus cervezas y me hago cargo. —miré nuevamente al hombre, alzando mis cejas con impaciencia para que entendiera que ahí no había cabida para sus torpes tácticas.
—Tres oscuras... Por favor. —respondió de mala gana.
Le serví su pedido y tras colocar los tarros frente a él, tomé la tarjeta que había puesto sobre la barra. Conteniendo el impulso de cobrarle un par de cervezas más, hice la factura y finalmente me deshice del hombre. Volví a la zona central y me apresuré a preparar los mojitos que había pedido Manuel.
Era viernes por la noche y, como era usual, estábamos teniendo una jornada bastante movida, tanto que a duras penas había podido tener un segundo de descanso. Pero claro, eso no se debía únicamente a que el bar estuviese hasta el tope de su capacidad esa noche, recordé al escuchar el estruendo de cristales chocando entre sí. Entorné los ojos con fastidio y me giré para ver a Bárbara incorporándose rápidamente luego de haberse estampado contra la barra trasera al intentar dejar una bandeja con vasos vacíos.
—Vamos Bárbara... ¿Cuántas veces vas chocar contra la barra? A este ritmo nos dejarás sin vasos. —se quejó Manuel a modo de broma.
—Lo siento, lo siento... Es que siempre resbalo al cruzar aquí, no sé qué pasa. —se apresuró a recoger los vasos caídos.
—Lo que pasa es que tus botas son muy bonitas, pero no tienen suela anti-resbalante, debes escoger mejor tu calzado la próxima vez. —Manuel me lanzó una mirada desaprobatoria al oírme.
—Vale, de acuerdo —se apresuró a decir ella asintiendo apenada —, la próxima vez traeré zapatos más seguros.
—Será lo mejor, ahora lleva estos mojitos a la mesa cuatro en la zona VIP. —le ordenó mi compañero, acercándose a mí para tomar los vasos que había preparado, y dedicarme otra mirada de reproche.
Puse los ojos en blanco, sabía que estaba siendo un poco mala con la chica, pero ya me estaba haciendo perder la paciencia.
—Ten cuidado al subir las escaleras —exclamé mientras se alejaba, en un intento de suavizar mi comentario anterior.
—¿No te parece que es muy cruel de tu parte tratarla así?
—Vamos, hombre... No hagas como que no te molesta a ti también —sacudí mis manos en su dirección mientras hablaba —. No podría ser más torpe ni aunque lo intentara, y no ha parado de preguntar tonterías en toda la noche.
—Es su primer día, Allie. Y tuvo la mala suerte de iniciar un viernes... Tenle un poco de paciencia a la chica. Además, te recuerdo que tú tampoco sabías cómo funcionaba una máquina de gaseosas cuando comenzaste aquí.
Torcí los labios ante su comentario mientras él me daba la espalda y seguía con lo suyo. Sabía que tenía razón, era la primera noche de la chica y estaba siendo una noche pesada para todos, y si bien sus constantes preguntas y torpes acciones nos retrasaban e hicieron enfadar a un par de clientes, no podíamos culparla realmente por eso, había que reconocerle que lo seguía intentando.
Empecé a sentirme mal por tratarla de malas desde que abrió el bar, no era culpa de ella que me hubiesen castigado haciéndome su entrenadora ahí, y las palabras de Franz sobre ser el ejemplo para las demás estaban empezando a pesar sobre mí. Medité durante un buen rato sobre si tenía que disculparme al final de la noche o si simplemente debía limitarme a cambiar mi actitud con ella al día siguiente, cuando volvieron a llamar a mi izquierda.
—Tres cervezas oscuras, muñeca hermosa. —el pesado estaba de vuelta, y por como hablaba todo parecía indicar que estaba mucho más ebrio que la última vez que había estado ahí.
—Termino este pedido y lo atiendo, amigo. —respondí mientras servía un par de mimosas a dos chicas en la barra central.
—Apresúrate, que queremos seguir la fiesta. —el hombre dio un torpe golpe sobre la barra mientras hablaba. Las chicas a las que le tendía las copas lo miraron con disgusto y me dedicaron una mirada apenada mientras me daban las gracias.
—Escucha, amigo... Debes esperar tu turno con paciencia, ¿de acuerdo? —lo miré con firmeza y él alzó sus manos, haciendo un ridículo gesto de disculpas.
—Vale, vale... No se le puede apresurar a la chica de los pedidos especiales.
Puse los ojos en blanco mientras me giraba para servirle las benditas cervezas, parecía que esa noche querían poner mi paciencia a prueba.
—¿Todo en orden, Allie? —escuché la penetrante voz de Bastian a mi espalda, lo cual me hizo sobresaltar y derramar una de las cervezas.
—¡Maldicion! Me diste un susto tremendo, hombre. —me sacudí el líquido que había caído sobre mis manos y tomé un paño para empezar a secar la barra.
—Le hiciste derramar la cerveza, hermano... Seguramente te la cobrarán al final de la noche. —empezó a balbucear torpemente el pesado, girándose hacia mi compañero, y al hacerlo sus ojos se abrieron de par en par, y se quedó de piedra.
Bastian Hoffman, no era un hombre tan imponente como lo era Viktor, pero sin duda lucía mucho más peligroso. Había prestado servicio militar durante un par de años hasta que un accidente le había dejado un par de lesiones en la columna que le ameritaron una baja inmediata de las fuerzas armadas. Era menos corpulento que su compañero, pero igual de alto, y las facciones de su rostro en conjunto con la gran cicatriz que atravesaba su mejilla derecha le daban un aire fiero. Mientras que Viktor parecía ser el apropiado para darle una paliza a cualquiera... Bastian parecía ser quien los aniquilaba.
Mi amigo le dedicó una implacable mirada al ebrio que tenía en frente y luego me miró.
—¿Necesitas apoyo? —repitió en tono grave, por lo visto tenía en la mira a mi molesto cliente, y estaba ansioso por sacarlo de ahí.
—No, tranquilo... Lo tengo todo bajo control —repetí con calma, pues aunque yo tampoco disfrutara del comportamiento del sujeto, el hombre no había hecho nada fuera de lo ordinario, así como él había muchos ebrios en el lugar, de seguro Laura y Karla también estaban teniendo una noche complicada... Quizás incluso más que yo, aquello no era nada que yo no supiera manejar.
—Hazme saber cuando cambies de opinión —fue la respuesta que me dio antes de mirar nuevamente al cliente. —. Con permiso.
Se despidió y se fue, pero algo en su tono me dio mala espina.
—En un minuto le entrego sus cervezas para que continúe con su celebración, amigo. —le indiqué al hombre sin dejar de mirar a Bastian mientras se alejaba y regresaba a su lugar en la puerta.
Empecé a servir la cerveza que faltaba y cuando me giré para entregarlas noté otra vez esa sonrisa coqueta, porque eso es lo que intentaba ser, en el hombre; que se encimó aún más sobre la barra para intentar acercarse a mí.
—¿Acaso no quieres ir a celebrar con nosotros? —alzó las cejas varias veces y volvió a sonreír, tuve que reprimir el gesto de asco que amenazaba con cruzar mis rostro por su comentario.
En ese momento escuché el teléfono sonar y un segundo después la voz de Manuel.
—Allie... —me volteé hacia él, agradeciendo la interrupción hasta que vi su expresión de advertencia mientras me tendía el teléfono —Franz.
Tan solo con oír aquello supe que había metido la pata. Tomé el teléfono y lentamente me lo llevé a la oreja.
—¿Bueno? —respondí con un hilo de voz.
—Como vuelvas a despachar a alguno de los muchachos haré que tú sola te encargues de barrer el bar por lo que resta de año. —siseó con furia al otro lado de la línea, dejándome helada en el lugar.
—Vale, lo siento. —cerré los ojos y me pasé los dedos por la frente... Ciertamente había metido la pata. Tenía que haber sabido que la actitud intensa de Bastian en el asunto se debía a la insistencia de Franz.
—¿Me puedes explicar por qué demonios no dejaste que Bastian se hiciera cargo? —miré hacia la puerta al escuchar aquello, Bastian estaba mirándome con condecendencia, sabía lo que me estaba diciendo Franz al teléfono.
—Creí que... no era tan grave. El hombre no ha...
—¿El hombre no ha hecho qué? —ladró nuevamente interrumpiéndome —¿Acaso necesitas que se lance sobre la barra para entenderlo?
—No, claro que no. Sé lo que ocurre, es solo que... Puedo manejarlo —respondí tratando de aparentar estar relajada, cosa que distaba de la realidad. Aun así miré hacia la cámara por la que sabía que me estaba viendo antes de volver a hablar. —. En verdad puedo hacerlo.
Hubo un tenso silencio antes que se dignara a hablar.
—Tienes cinco minutos para deshacerte de ese imbécil o yo mismo bajaré a resolverlo.
No tuve tiempo de responder nada antes que se cortara la comunicación... Estaba furioso conmigo. Tragué en seco mientras dejaba el teléfono en su sitio y me giraba hacia el causante de mi problema, queriendo de pronto darle un puñetazo y romperle la nariz. Por su culpa había roto otra de las reglas de Franz.
Aparte de llegar a tiempo, y estar presente en todas las reuniones, era obligatorio para todos, pero en especial para las chicas, que acudiéramos a los de seguridad cuando algún cliente se ponía en plan pesado. Era una regla principalmente para nosotras, en realidad; Franz era muy cuidadoso con eso, nos protegía muchísimo y tanto Viktor como Bastian tenían la orden de interceder si notaban alguna situación potencialmente problemática, como al parecer lo era el sujeto frente a mí, que para mi desgracia... Seguía mirándome aunque ya tenía sus cervezas.
—¿Ocurre algo, amigo? ¿Hay algo mal con su pedido? —pregunté forzando un sonrisa amable. Él me sonrió en respuesta y se inclinó más sobre la barra, casi subiéndose a esta.
«¡¿Acaso quieres morir, estúpido?!» pensé alarmada, alzando una mano para indicarle que se detuviera.
—No, haces un trabajo sstuppendo —balbuceó enredándose con la última palabra —. Pero sigo esperando tu respuesta... ¿No quieres ir a celebrar con nosotros?... Conmigo.
Me dio una mirada lasciva de pies a cabeza que me hizo estremecer del asco.
—Ehm... No. Me temo que debo declinar. Le aconsejo que vuelva a su mesa, amigo.
—¡Oh, vamos! Te aseguro que te vas a divertir. —empezó a quejarse el hombre, inclinándose más sobre la barra y estirando un brazo hacia mí.
Entonces supe que ya no había otra opción, probablemente me quedaba solo un minuto antes que Franz bajara a quebrarle el cuello de lo furioso que debía estar viendo todo por las cámaras. Miré a Bastian, pero este estaba haciendo su ronda visual y no se dio cuenta, así que tuve que pulsar el botón bajo la barra para que se activara el intercomunicador en su cinturón. Al oír el pitar del aparato miró en mi dirección, asentí levemente con la cabeza y él se apresuró a acercarse a la barra.
—Señor... Aléjese de la señorita y acompáñeme a la salida. —le indicó al hombre, que al oírlo se sobresaltó, derramando otra de las cervezas, igual que había hecho yo.
—Pero... ¿Qué pasa? ¿Acaso uno no puede hacer amigos acá? —argumentó el hombre.
«Grave error» pensé apretando los labios, el sujeto debía ser en serio estúpido.
Si un tipo como Bastian te dice "Súbete a la baranda y lánzate del puente" Uno se sube a la baranda y se lanza del puente sin rechistar... El instinto de supervivencia te hacía no llevarle la contraria, por muy contradictorio que eso sonara.
—Dije que me acompañe a la salida, señor... No pienso repetirlo. —respondió mi compañero con voz fiera. Haciendo que tanto el hombre como yo nos estremeciéramos.
En el primer acto inteligente que le vi al sujeto en toda la noche, este asintió con actitud de derrota y empezó a caminar acompañado de Bastian.
—¿Al menos puedo avisarle a mis amigos? —escuché que le preguntaba mientras se alejaban.
—Estás frita —le escuché decir a Manuel a mi espalda.
Había estado presenciando toda la escena, y no necesitó mucho contexto para suponer de qué había ido mi conversación con Franz hace un rato, asentí sin dejar de mirar hacia la puerta, en donde ya estaban despachando al pesado que me había molestado toda la noche. Debí suponer que los dos intentos fallidos de intervenir de Bastian alertarían a Franz, aquel era de los peores errores que podía cometer ahí y lo hacía el mismo día que recibía un llamado de atención antes de abrir... Mi viernes había tenido un buen inicio, pero ciertamente el final no sería igual, sabía que no saldría de ahí sin otro sermón de mi jefe, y dudaba que esta vez fuese tan amable.