Caminaba por la acera esquivando a la muchedumbre. Sonreí a mi pesar, no era mi festividad favorita, pero tenía que admitir que el ambiente este año era mas alegre de lo habitual, o por lo menos así lo sentía yo; niños y adultos saltaban y bailoteaban en las calles al son de la música y la algarabía que provenía del Theresienwiese¹. Podría jugar que, sin importar cuánto me alejara, podía sentir las vibraciones de la música, las risas y cantos de las personas... Como si aún estuviese entre ellos. Era como si de algún mágico modo, cada persona presente en el radio de un kilómetro a la redonda de aquel espacio que cobraba vida una vez al año, fuese como una especie de conector transmisor para esas vibraciones, y se contagiaban unos a otros, y a otros... A cualquiera que estuviese cerca de el