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Los años pasaron, los niños crecimos y comenzamos a salir del barrio al formar nuestras propias familias. Como yo no me casé y me quedé en casa de mis padres viviendo junto a ellos, Juanita y Raquel, seguí frecuentando a los vecinos de siempre y enterándome de cada hecho que sucedía en esas familias. Así fue como me enteré que un día el Señor Oscar nunca más volvió a la casa que con mucho esfuerzo compró para su familia porque un delincuente acabó con su vida. En uno de tantos viajes que hacía, un grupo de malhechores quisieron asaltarlo y en el forcejeo un arma se disparó, atravesando la bala el corazón de tan amable y trabajador hombre.
Esa fue la primera y única vez que vi llorar a La Arpía. Imagino que ella amaba a su esposo, y el saber que se lo arrebataron sorpresivamente la af
