—No veo nada. —Es que estamos en la parte de atrás… Guillermo señaló una gran enredadera. Al acercarse más Mileva notó que la vegetación cubría toda la pared. El techo era a dos aguas y un arbolito inclinado, de ramificaciones grotescas, crecía en uno de sus extremos. —Debería vestirme. —No creo que a la bruja le moleste verte desnuda —dijo Mauricio—. Por acá es casi como una doctora, ya está acostumbrada a ver gente sin ropa. Basta con explicarle la situación. —Igual, no creo que sea necesario —dijo Guillermo, después de golpear una puerta desvencijada—. Me parece que no hay nadie. —A ver, golpeá otra vez —pidió Mileva. Repitió la acción varias veces. Golpeó fuerte, la casa era muy pequeña, era imposible que su inquilino no escuchara nada. Mauricio miró a través de una ventana de v