Lucifer estaba sentado en su trono de oro, aquel trono que en realidad no le daba poderío de nada, porque aún seguía exiliado del infierno, solo gobernando su castillo en El Cairo. Mientras una de sus criadas le daba a comer de unas exquisitas uvas de una bandeja de plata, acariciaba a su durmiente pantera negra, la cual descansaba a un lado de su trono. Dicha tranquilidad quedó interrumpida cuando entró su fiel servidor Belial, con cara de susto.
-¿Ahora qué sucede, Belial? – le preguntó el ex rey demonio, sin dejar de acariciar a su mascota.
-Tu hermano Gabriel, mi señor, está aquí. Exige una audiencia contigo.
-Mierda…- farfulló el demonio, levantándose de su trono, y desperezándose ruidosamente - ¿Qué querrá ahora?
-La pregunta, amo, sería ¿qué mensaje traerá ahora? – corrigió Beli
