En el laboratorio de genética del área 51 en el desierto de Nevada, Estados Unidos, Jackson Forris, un joven genetista de 35 años de edad, con más doctorados de los que alguien podría tener a su edad, tecleaba en su ordenador para alimentar la base de datos ultra-secreta de la organización, actualizando los últimos resultados del ADN del nuevo alienígena que habían capturado vivo hace un mes, cuya nave reposaba junto a las demás que habían sido derribadas por la fuerza aérea estadounidense. -Creo que tenemos más trabajo, Forris – dijo Brandon, su compañero, entrando a la oficina con una carpeta en mano -. Nos llegó información sobre un nuevo espécimen por analizar. -Creí que el único espécimen que teníamos era a este – dijo, señalando la gran capsula en la que estaba criogenizado el hum