La casa de Nack estaba tan tranquila que el viento pasaba por ella y se llevaba consigo hasta los grandes sitios contaminados en el bosque las partículas que adoraban el techo, las paredes y sus ventanas dejándola libre y sana. Sin embargo, en el centro de ella, sobre una cama hecha de madera con patas de trozos de caña y lata seca descansaba el curandero de quien hablaban en aquella charla con su hermana Chagary que no se atrevía a decir la verdad. En su interior su alma llora, quería abrir los ojos para ver los rayos del sol y el dolor se lo impedía; quería levantarse y no sentía sus pies; quería hablar y su lengua estaba tan lastimada que apenas y podía mover su nuez en su garganta. De Chicnak-Panea aún vivía y aunque ya faltaba poco para su despertar, lo haría con algo que cargaría por