Después de haber informado a los aldeanos sobre el ataque de los lobos, José David de Cristo se encontraba en su casa igual que el resto colocándole seguridad, con más espeso barro pintaba las paredes y quitaba las ventanas. Mientras lo hacía su esposa lo llamó a desayunar, plato de frutos secos y vegetales frescos lo esperaban en la mesa. —Ya voy amor, deja termino de rellenar las ventanas de barro —le dijo —¿Por dónde respiraremos je, je, je, je —le dijo Esther riendo —Así que estás chistosa, ¿Ya se te pasó el mal genio o aún sigues molesta conmigo? No quiero seguir peleado contigo, me hace sentir mal y quiero seguir abrazándote en las noches cuando anoche —dijo José David cuando llegó hasta la sala y se sentó a desayunar —Bueno, aún sigo molesta y ya tomé una decisión sobre nuestro