Capítulo I: Esposa Obligada

1506 Words
Estaba sentada sobre una silla de metal, con los ojos cubiertos, atada de manos y pies, pegados a su piel tenía unos cables, estaba herida, su cuerpo cubierto por moretones, estaba temblorosa, adolorida, dos hombres vestidos con perfectos trajes elegantes, estaban a unos pasos de ella, el anciano la miraba con tal odio y aborrecimiento, mientras que el otro hombre que era un joven de treinta años, solo la miraba con ojos firmes. El anciano hizo una señal y dos hombres con una máquina hicieron un movimiento, la electricidad atravesó a la joven, quien se retorció de un dolor terrible, gritó con horror, suplicando, gimiendo, y sollozando, eran casi cuatrocientos diez voltios los que golpeaban su cuerpo. —¡Ay, mamá! —sollozó la joven, como un último grito desesperado El hombre joven no resistió más, no era que fuese alguien devoto, o mucho menos compasivo, pero las palabras que brotaron por la boca de esa mujer, de pronto calaron en su alma —¡Ya basta! —exclamó y el anciano a su lado abrió ojos enormes, y arrugó el gesto furioso —¿Qué has dicho? —¡He dicho que basta! —sentenció con una voz que sonó como el gruñido de un león feroz que les hizo detenerse y temblar con miedo, el anciano arrugó el gesto, pero el hombre dio la vuelta y tuvo que seguirlo, con la incredulidad aun cubriendo su rostro. El anciano siguió a su nieto, y lo tomó del brazo al salir de la cárcel —¡¿Qué es lo que acabas de hacer?! —recriminó furioso —Ya ha tenido suficiente castigo, deja a esa mujer en paz. —¿En paz? —exclamó irresoluto—. Ella mató a Inna, ¡Mató a tu hermana! —Media hermana, y te recuerdo que nunca la conocí, gracias a ti —dijo rabioso El abuelo Mariano le miró con rabia —¡La familia es lo único que importa, Ariel! Has ofendido la memoria de tu hermana, quiero que esa mujer pague, y ahora lo has detenido. —Escucha, abuelo, ya pagará. —Siete años en prisión no será suficiente, pero te juro que todos sus días serán aquí un infierno, y también hallaré la forma de hacer que pague con dolor el daño que me hizo. —Entonces, piénsalo, cuando sepas como hacerla pagar, avísame, quizás la muerte sea poco para ella. Esas palabras fueron como una esperanza para su abuelo, y decidió ir a casa, pagó mucho dinero para hacer sufrir a esa mujer llamada Meissa. Las manos de Meissa fueron liberadas, y fue casi arrastrada hasta su celda, cuando su compañera la vio se quedó pasmada, la ayudó tanto como pudo, le daba lástima, era solo una joven de veintitrés años, aunque en prisión todos la detestaban por haber matado a Inna Rochester. Todos decían que ella condujo drogada, el día de su graduación de universidad, y a propósito atropelló a la señorita Inna Rochester causando su muerte instantánea, sus únicos testigos, Nuria Limmer y Chad Santos la acusaron de que ella les dijo que quería matar a Inna. Ahora estaba presa, condenada a siete años de prisión. Cuando Meissa abrió los ojos, enderezó su postura, sentía tanto dolor, las lágrimas brotaron por su rostro, pero comenzó a reír, la gente decía que estaba enloquecida, ella misma lo sentía, pero su risa provenía de lo irónico y trágico de su situación; se llamaba Meissa Alcázar, tenía un futuro brillante, era la primera de su generación de la carrera de contaduría, aspiraba a ser una gran profesional, tenía buenas ofertas laborales, en la vida solo sé tenía a ella misma y a su hermana Lindsey, solo dos años menor que ella, se criaron con su tía, hasta que murió cuando eran adolescentes, entonces Meissa consiguió que su pequeña hermana consiguiera una beca en un internado lujoso, y ella siguió la escuela púbica consiguiendo luego una beca completa en la mejor universidad del país, pese a su vida escabrosa, había conseguido dar un gran salto a la esfera social noble de Ciudad Firuze, tenía amigos poderosos, pero nunca creyó que su vida se fuera al infierno en un solo instante. Los meses avanzaron con rapidez, cada día Meissa soportó maltratos e injusticias, su amiga Sara salió pronto de la cárcel, pero ella tuvo que soportar tres meses más, poco a poco se acostumbró al dolor, había resistido mucho, y sintió que ya nada podría quebrarla, se convirtió en una especie de metal que incluso fundiéndose, podría volver a su forma original, una y otra vez; resiliente, fue la mejor palabra que encontró al mirarse en el espejo, su altura era buena, por lo menos ciento setenta y un centímetros, su peso era terrible ahora, solo cincuenta kilogramos, observó su rostro, cada vez más pálido, ojeroso, su cabello se caía con facilidad, una mujer entró y la miró con lascivia, ella se vistió con rapidez, no quería estar ahí y que algo malo sucediera, siempre se bañaba con rapidez temiendo lo peor, pero sintió como la mujer la tomó de los cabellos con una fuerza descomunal, una que ella no tenía, estampó su cuerpo contra la pared, y cayó al suelo, se enderezó y cuando la mujer estaba por golpearla, ella mordió su pierna con tal intensidad que la sangre brotó de aquella sucia piel, la mujer liberó un gritó atroz, y comenzó a pegarle con puños enormes, pronto llegaron las celadoras y separaron a las mujeres, Meissa fue llevada a la celda, y la celadora la veía con furia —¡Apresúrate! Tienes una visita. Meissa se quedó perpleja, ¿Quién podría verla? Nadie había venido, solo tenía a Lindsey, pero estaba convencida de que era lo suficiente cobarde para jamás visitarla —¿Quién es? —exclamó —¡¿Y yo qué sé?! Mejor muévete o te llevaré desnuda —aseveró la celadora Meissa se vistió a toda prisa, fue con la celadora hasta la sala de visitas, aún con el cabello húmedo, Meissa tuvo un mal presentimiento de esa visita, después de todo, debía ser de noche, y nadie podía venir a esa hora, sus manos temblaron y también su cuerpo, pensando en que podría tratarse de nuevo de los Rochester, ella conoció ya su poder y crueldad, no quería enfrentarlos de nuevo, pero supo que la muerte de Inna sería como un tatuaje que la marcaría de por vida. Cuando llegó a esa sala, miró a un hombre con traje n***o, de mirada fría e indiferente, ella se sentó frente a él —¿Qué quiere? —exclamó con rabia —Señorita Meissa Alcázar, tengo una propuesta para hacerle de la familia Rochester —cuando escuchó ese apellido, Meissa sintió un miedo atroz —¿Qué quieren ahora? ¿Acaso quieren que elija un nuevo método de tortura? Una sonrisa divertida e irónica enmarcó los labios del viejo, ella le miró con frustración, el hombre puso sobre la mesa y frente a sus ojos un contrato y un bolígrafo —Firme está acta de matrimonio, se casará con Ariel Rochester, jefe de la familia Rochester y la empresa tabacalera Rochester. Meissa nunca sintió que su corazón latió más rápido, incluso a pesar de vivir muchos miedos, sus ojos fueron enormes —¡¿Qué ha dicho?! ¡Es una broma! —gritó, no era posible que un Rochester la tomara como esposa, ella fue condenada como la asesina de la integrante menor de esa familia, ¿Por qué la querían para esposa? Supo que, de aceptar, su vida sería el peor de los calvarios, aún peor de lo que ya era. —No es ninguna broma, ahora firma. Ella observó el acta, sí, era una autentica acta de matrimonio —¿Y si me niego? —dijo con voz titubeante, el hombre solo sacó su móvil y entonces le mostró varias fotos, ella las miró con terror, en todas ellas estaba su hermana Lindsey —El señor Ariel Rochester me pidió que te dijera que, si te negabas a firmar el acta de matrimonio, entonces, tu hermana sería torturada como tú, y asesinada de inmediato. El rostro de Meissa se volvió como piedra, sus grandes ojos verdes se llenaron de lágrimas amargas, no soportaría que por su culpa su hermana muriera, su vida ya estaba destruida, sabía quien era Ariel Rochester, uno de los hombres más poderosos del país, se decía que tenía tratos con la mafia latina, que tenía mucho dinero, mencionaban que era peligroso, cruel, arrogante y una sola palabra suya hacía temblar a sus enemigos, a quienes podría destruir con solo proponérselo, tragó saliva para controlarse, tuvo claro entonces, que solo sería su esposa porque querían sacarla de ahí, y seguramente seguir torturándola de miles de formas crueles —¿Va a firmar, o no? —dijo el hombre —No tengo opción, señor, debo firmar, debo ser la esposa de Ariel Rochester; su esposa obligada —dijo y su firma fue dibujada sobre el acta de matrimonio.
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