Advertencia: Uso de sustancias, asesinato, violencia, y actividades ilícitas.
Nota de la autora: Elegí escribir este capítulo en primera persona porque es la primera vez que REALMENTE estaremos dentro de la cabeza de Derek Walk, todo lo que siente o piensa lo leeremos de primera mano, desde sus propios pensamientos. Me pareció que era la manera ideal de mostrarlo.
¿Listas para entrar en la cabeza del diablo?
—No es suficiente.
Los billetes se mecieron en el aire como una pluma antes de caer suavemente al suelo, las monedas por otro lado cayeron pesadamente al suelo con un golpe sordo, escandaloso y tan doloroso como la cachetada que había recibido
—Trabajo dos turnos y el turno de noche, es todo lo que puedo ganar en 24 horas. No me darán más trabajo mientras siga siendo menor de edad.— respondí, trate de mantener un tono conciliador, de no parecer una amenaza. Me hice pequeño pese a que ya era mas grande que ella.
Más fuerte.
No soy una amenaza, mamá, no soy una amenaza, por favor no soy una amenaza, no soy…
El golpe vino rápido, certero, me envió al suelo en un segundo. Podría ser un adolescente ahora pero seguía sintiéndome como un niño.
Toqué el lugar dónde el sartén golpeó mi cabeza haciéndome ver estrellas desde el suelo. Me quedé en el suelo, quieto, esperando.
No soy una amenazada, por favor no me hagas daño, por favor.
Para mi pequeña fortuna en medio de toda la porquería en la que estaba hundido, tanto literal como metafóricamente, mi madre paso a mi lado sin mirarme otra vez mientras me decía alejándose:
—Recoge eso.
Y lo hice.
Me levanté mientras mi cabeza todavía daba vueltas y me puse a recoger el dinero uno a la vez como si levantara los restos de mi dignidad despedazada.
“No es suficiente”
Siempre era su respuesta.
Y nunca lo era, nunca era suficiente, no para ella, no para ellas.
Escuché las pisada de mis hermanas bajando la escalera y me puse en alerta inmediatamente.
—Otra vez esta en el suelo— dijo una de ellas, ni siquiera me importó cual, un par de gemelas que eran tan repugnantes por dentro y por fuera, eran tan iguales, era como tener el mismo problema multiplicado por dos, sus voces eran parecidas, sus apariencias también, la manera en que me odiaban era tan similar en la intensidad como en la manera de demostrármelo.
Humillación.
Cada maldita vez.
Sus zapatos de charol que usaban para ir a la secundaria, dos grados arriba de mi, fue lo primero que apareció en mi visión y no pude evitar pensar en mis tenis de tela desgastados hasta la mierda, estaba jodidamente seguro de que ese par de botines de charol fueron financiados con el dinero de uno de mis trabajos de mierda.
No importaba.
Daba igual.
—Otra vez hiciste enojar a mamá— preguntó alguna de ellas desde arriba, esos malditos zapatos bien lustrados era lo único que miraba, ni siquiera hice el intento de levantarme, sería enviado al suelo en poco tiempo.
Aguanté el gemido de dolor que amenazó con salir de mi boca al recibir una patada en la entrepierna con esos mismos zapatos de alguna de ellas. Ni siquiera importaba cual.
—Míralo, se retuerce como un maldito guisado— se burlaron.— los chicos de tu edad en la escuela ya consiguieron vello en la cara y un buen paquete de músculos y tu sigues pareciendo una chica.
Sus tintineantes zapatos se alejaron de mi mientras reían, una risa cargada de burla y desprecio. Qué había hecho para ganarme ese nivel de odio de parte de las tres mujeres en mi vida, estaba más allá de mi comprensión.
“Eres el hombre, tienes que hacerte cargo de esta familia” “Tu padre hacía mucho más que eso a tu edad” “Deja de llorar como una maldita mujer” “No es suficiente”
No soy suficiente.
No quería levantarme, no quería mover un maldito músculo, quería quedarme ahí, en el suelo, en medio de la miseria más absoluta, quería que Dios viniera por mi y me sacara de aquí.
Pero no lo hizo, no importa cuando le rogué, no importa cuando le supliqué que acabara conmigo, no lo hizo, solo me miró desde arriba, como todo el maldito mundo y me dejó aquí, me dejó pudrirme en este infierno.
Tal vez Dios no había respondido a mis plegarias pero había un hombre que sin duda lo había hecho, lo más malditamente cercano a un padre que jamás tendría.
Después de limpiarme el polvo, la sangre y las lagrimas me cambie para el trabajo nocturno con una simple gabardina y un par de guantes antideslizantes. Los camiones de carga llegaban a montones en la madrugada, este era por mucho el trabajo que mejor me pagaba y era también el menos legal, de igual modo lo que ganaba seguía siendo equiparable a una limosna.
O eso era lo que mi madre decía cada vez que ponía el sobre en sus manos.
La caja era considerablemente más grande que yo pero con el tiempo había aprendido a cargar cosas realmente pesadas pese a mi miserable estatura y mi cuerpo femenino.
Bajé la caja con demasiada fuerza por el peso en el suelo.
—Cuidado muchacho, hay medio millón de dólares en tus manos.
—Edward.— lo reconocí mientras él me daba un par de palmadas afectuosas en la espalda.
Él me observó en silencio el rostro antes de negar con la cabeza.
—Tu madre hizo otro numerito en tu rostro, ¿verdad muchacho?
—Otro día en el paraíso— respondí levantando la caja con más cuidado esta vez para meterla en el almacén mientras Edward seguía mis pasos con ese gesto desenfadado suyo. Edward era realmente un hombre impresionante y todo lo que desearía ser, era tan alto como un árbol y tan fornido como un roble, soltó el humo de su cigarrillo con una elegancia que solo había visto en televisión, las personas lo respetaban y le temían por igual.
Todo lo que yo no era.
—Sabes lo he estado pensando y creo que podías serme más útil fuera de este almacén— dijo de pronto haciendo que casi soltara de nuevo la caja en mis manos. Me incliné sobre mis rodillas para depositarla en el suelo antes de volverme a él.
—¿Lo dices en serio?
—¿Parezco alguien que habla por hablar, Derek?
Negué frenéticamente con la cabeza.
Eso pareció satisfacerlo porque una sonrisa desenfadada iluminó sus rasgos.
Entonces lo vi rebuscar algo en su bolsillo antes de lanzármelo al pecho.
—Un poco de hierva, para que sobrelleves a tus mujeres de mierda, pero con cuidado, un adicto nunca podría manejar mi mercancía así que no pierdas la cabeza Derek Walk, tengo grandes planes para ti, muchacho.
La emoción y la luz de esperanza inmensa que ese hombre encendió en mi ese día fue probablemente el inicio.
El inicio de mi ruina.
Empezó con un trabajo de escritorio, nombres, llamadas, información, poca información, más información.
DEMASIADA información.
Antes de que me diera cuenta estaba hundido hasta el cuello en tantos secretos que supe sin que Edward me lo dijera que no saldría de aquí caminando si elegía irme.
Pero el problema era que no tenía intención alguna de salir, por primera vez en mi vida era tratado como un ser humano, era mirado como un ser humano, era respetado.
Era alguien.
Él dijo que tenía habilidad con la gente, algo que él llamó: carisma, mi burlesca apariencia femenina y débil para un chico de catorce años pareció ser justo lo que él necesitaba porque me convertí inmediatamente en su mano derecha, quien hablaba con la gente, quien daba el primer paso, quien suavizaba el trato antes de ponerlo sobre la mesa.
Por primera vez vi luz al final de túnel, vi un futuro, posibilidades.
Fue un buen día cuando volvía a casa, entré en mi cuarto, una simple cama y un buró, ambos financiados por mi, comprados con mi maldita sangre y sudor.
Me detuvo de golpe cuando encendí la luz y me recibió una gorda y maloliente mujer que apestaba a hierva cara y cigarrillo.
Hierva…
No.
La vi agitar un enrome fajo de dinero mientras al lado de ella mi colchón viejo mostraba un gran hoyo en el centro.
—Así que esto es lo que has estado haciendo con el jodido dinero niño de mierda.
Vi venir el golpe antes de que sucediera, pero dolió de igual modo, luego vinieron las patadas, muchas, era una mujer robusta más que gorda, y jodidamente fuerte cuando quería serlo.
—Eso es mio.— intenté defenderme sin lograr moverme mientras los golpes seguían lloviendo uno tras otro.
—¡Eres mio!— me gritó— y todo lo que venga contigo. Te tuve en contra de mi voluntad y ahora vas a hacerte cargo de tu mierda, Derek. Vas a hacerte cargo de mi.
—¡Basta mamá, me duele!— grité con la voz rota pero eso pareció lograr el efecto contrario.
—Deja de lloriquear mariquita, se un maldito hombre.
Mas patadas, mas insultos, nada se detuvo, no se cuanto tiempo estuve en el suelo solo se que al despertar estaba solo en la habitación y que me dolía cada maldito centímetro del cuerpo.
Y que se había ido, mi dinero se había ido con esa maldita puta, todo por lo que había trabajado para escapar de este maldito infierno ahora estaba entre sus asquerosas manos llenas de droga que también me robó.
Y así, en un segundo el futuro que lucía brillante frente a mi volvió a apagarse en un instante.
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—Ahora realmente te jodio, niño.
Resoplé mientras me aplicaba a mi mismo el desinfectante con una mano y daba una calada a mi cigarrillo con la otra.
—Se llevó todo mi dinero.
Edward rió como si le hubiese contado una gran broma.
—Bueno, pues te tengo una asombrosa noticia, Derek.
Lo miré en medio de mi rostro hinchado y deformado.
—Me vendría bien una de esas, hombre.— respondí.
—Tengo un trabajo nuevo para ti, es algo pesado, pero si lo logras ganaras lo suficiente para compensar ese dinero perdido.
—¿Si lo logro?
Él se encogió de hombros como si no fuera nada antes de responder.
—Bueno, podrías morir. Gajes del oficio enano.
Se reclinó sobre su elegante sillón n***o y le dió una calada a su propio cigarrillo.
—¿Qué tengo que hacer?— pregunté con recelo. Él sonrió como si hubiese dicho justo lo que él esperaba.
—Trabajo de campo.
Y trabajo de campo significaba ser una jodida carnada.
Lo analice mientras me zambullía en medio de el almacén enemigo. El almacén de los italianos, el mayor dolor en el trasero de Edward.
Al llegar a la puerta principal hice lo que me ordenaron y active intencionalmente las alarmas, la atención se volvió sobre mi he hice lo que mejor sabía hacer.
Correr por mi vida, correr como si nada más importara, correr como si finalmente estuviera escapando lejos de mi jodida, gorda y maloliente madre.
Pero no pude seguir corriendo mucho más cuando algo alcanzó mi rodilla, el tronido fue lo primero que registre antes de dolor que me hizo rodar por el suelo y morderme la boca rompiéndome el labio mientras la bala atravesaba mi pierna.
Me arrastre como el gusano que mis hermanas dijeron que era entre las sombras de la carretera y los árboles hasta el lago y me lancé a él.
No sabia nada, pero morir ahogado era definitivamente mejor que ser atrapado por los italianos.
Afortunadamente el rio no era profundo, desafortunadamente eso hizo que me golpeara mucho más fácilmente con las rocas afiladas debajo y al rededor de mi. Golpes golpes, caída, golpes, agua entrando en mis pulmones, tos, mas golpes, sangre, algo definitivamente roto y entonces n***o.
No se cuanto tiempo pase entre el dolor y la neblina pero cuando volví a abrir los ojos con conciencia y no en medio de la temperatura y el dolor noté que todo a mi alrededor era tan terriblemente oscuro que por un momento dude si realmente había abierto los ojos.
—Bienvenido de vuelta.
Palabras amables, pero ese acento.
Mierda.
—No sabía que Edward contrataba niñitos.
Ese jodido asentó italiano.
Dios, estaba tan muerto.
—¿Cuál era tu papel en la misión de mierda, gusano?
Gusano.
¿También ellos me llamaron así? Tal vez era lo que realmente era, un maldito gusano, desechable. Una molestia.
Grite contra una tela en mi boca cuando uno de ellos me enterró algo afilado y puntiagudo en mi testículo derecho. Grité y grité hasta que el dolor en mi garganta rivalizó el dolor en mis testículos.
Alguien me quitó la venda de la boca.
—Es un bambino.— dijo una voz femenina— un peón, Edward debió enviarlo sabiendo que íbamos a tomarlo, tal vez sea un caballo de troya.
Grité de nuevo cuando el metal afilado que enterraron en mi testículo y que no habían sacado en absoluto, fue agitado en su lugar.
Jodida y gran jodida mierda.
—¡Basta, por favor, no puedo más!— grité a travez de la tela que sabía a mierda en mi boca.
Al igual que mi madre solo escuché risas ante mis suplicas.
—¡El bambino se ha orinado!— se rieron.
Parecía que ese era mi papel de mierda en ese mundo, ser la jodida diversión de los demás.
—Solo le daré un tiro en la cabeza, no creo que obtengamos más de él y no me arriesgaré a meter un caballo de Troya en la base.
—Espera, espera— interrumpió la única voz femenina en la sala.— podemos usar al bambino— dijo ella— dime niño ¿que te ofreció Edward? ¿Poder?— guardó silencio esperando mi reacción, al no tenerla continuó— ¿v*****s?— no respondí pero ella no pareció perder la paciencia al añadir: — ¿Dinero?
Debo haber hecho alguna especie de gesto afirmativo inconsciente porque ella aplaudió al aire como si atrapara una mosca perfecta.
—Dinero, ¿no es así? ¿Cuánto fue?¿Miles?¿Millones? Pues añádele un cero a lo que sea que te haya ofrecido, te daremos el doble o el triple si te conviertes en nuestro propio caballo de Troya.
Considerando que tenía ensartado un metal oxidado en los huevos y una pistola en la nuca, mis opciones no fueron muchas cuando pregunté:
—¿Qué quieren de mi?
La mujer se acercó, pude ver levemente sus rasgos elegantes y finos completamente opuestos a los de mi madre, sus afiladas uñas se clavaron en mi cuello cuando se acercó.
—¿Cuál es tu nombre, lindo bambino?
Temblé al responder.
—Derek Walk.
La mujer soltó algo parecido al sonido que haría una serpiente si pudieran reír en voz alta.
—Derek Walk, veo potencial en ti, veo ira, rabia y fuego. Déjame hacerte una oferta, la vida de Edward a cambio de la tuya.
¿Qué…
—Si lo matas para mi, te pondré en el lugar de él, responderás a mi claro, pero tendrás más poder y dinero de lo que jamás has podido imaginar.
Se que debería haber escuchado la parte del dinero y el poder pero solo pude escuchar sus primeras palabras.
“Matarlo”
Al único hombre que me había mostrado algo de respeto en toda mi vida.
Matarlo.
Quise negar con al cabeza pero la mujer sostuvo mi rostro evitando que me moviera.
—No tienes opción aquí, bambino, es su vida… o la tuya.
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La mía.
Lo decidí en el momento que me dejaron volver a casa, con los pantalones llenos de orín y miedo, con la boca destrozada, con una sutura superficial en el testículo y una pierna completamente disfuncional me las arreglé para arrastrarme hasta mi casa desde el lugar en que me dejaron, pero no entré, me tiré en el patio como un maldito perro callejero y esperé ahí, entrar no era una opción, huir tampoco, ahora no solo tenía a mi madre alrededor mi cuello, los italianos me matarían si no hacía lo último que querría hacer en esta vida.
Pero no lo haría, no iba a matarlo, mi vida ya era una mierda, morir sería un dulce alivio, me suicidaría antes de que los italianos me encontraran, no iba a lastimar a Edward.
No iba lastimar a la única persona que me tendió una mano.
Nunca.
Espere hasta que mis hermanas fueron a la escuela que yo jodidamente pagué y a que mamá saliera por mas hierva para entrar a la casa, me duché como pude, me cambie a ropa limpia aunque vieja y salí en busca de Edward, me despediría de él antes de que acabar con esto de una maldita vez.
Le daría fin a mi infierno.
Yo era un gusano, yo no valía nada, no importaba lo que sucediera conmigo de todas formas.
Con una pierna aún disfuncional pero limpio llegue hasta el almacén, entré por la puerta de atrás como Edward me enseñó para no entretenerme con los guardias, escuché el sonido de las fichas de apuestas al fondo y lo distinguí bajo un foco desgastado que colgaba del techo junto a varios hombres que reconocí vagamente. Abrí la boca para dar a conocer mi presencia cuando la voz de él llegó antes que la mía deteniéndome.
—Ya pasaron veinticuatro horas, ya debe estar más que muerto.
—Los niños de hogares de mierda son los más fáciles.— respondió uno de los hombres viejos junto a él.— paso— añadió molestó dejando sus cartas.
—Pobre mocoso, espero que los italianos no sean muy duros con él.— dijo uno mas.
Entonces Edward dijo algo que jamás olvidaré:
—Seguramente ya esta con los gusanos en alguna fosa común.
Gusano.
Era él único que no me había llamado de ese modo, el único que no me había tratado con inferioridad desde el maldito día en que nací.
Todo era una jodida mentira.
Apreté los puños a mi alrededor luchando por mantener la compostura, por primera vez en mi vida no sentí miedo o dolor, sentí rabia, tanta jodida rabia como un camión llenó de perros de pelea, fue cálido, ardiente y abrazador.
Y me gustó.
Estaba tan furioso que me sentí capaz de comerme el mundo en ese mismo momento.
Retrocedí un paso, dos, y entonces salí corriendo, ese día cambie de planear mi suicidó a planear mi primer asesinato.
El primero de una larga e interminable lista.
Ese día descubrí el poder de la subestimación, cuando volví vivo Edward estaba atónito pero hizo bien el papel con el que me había estado engatusando todos esos años:
—Derek, me alivia tanto verte bien— incluso tuvo el descaro de abrazarme— no sabes lo angustiado que estaba.
—Lo logré— yo también podía jugar mi papel. Puse esa expresión ilusionada y rota que aprendí que a él le gustaba— no te fallé— añadí.
Y jugué mi papel, por treinta días jugué mi papel, y Edward bajó la guardia. Fue en su cumpleaños, con todos drogados hasta la mierda cuando le atravesé la garganta con un desarmador. Él ni siquiera me miró a los ojos, estaba demasiado drogado para ser consciente de que se estaba muriendo hasta que la vida salió de sus ojos. La sensación de la piel siendo traspasada, la sensación del músculo siendo desgarrado y la sangre caliente goteando del desarmador hacía mi mano y bajando por mi brazo manchándolo todo fue algo indescriptible.
Maravilloso.
Me gustó más de lo que podría admitir, me hizo sentir fuerte, poderoso, indestructible, imparable.
Me hizo sentir alguien.
Después de eso todo fue un caos, pero nadie miró en mi dirección al buscar al culpable, ni por un momento.
Yo era un gusano.
¿No?
La maldita mujer serpiente cumplió, al menos parcialmente, no me dió todo el poder del puesto de Edward pero definitivamente me dió el dinero. Ese día volví a mi casa sintiéndome renovado, fuerte, vivo.
Cuando entré mi madre estaba de nuevo en mi cuarto, mi dinero de nuevo en sus mugrientas manos, pero esta vez cuando ella intentó ir hacía mi fui yo el que dió el primer golpe, luego otro, no sabía que era tan fuerte hasta que intenté realmente defenderme, mi madre ni siquiera tuvo oportunidad.
Acabó antes de que empezara.
Escuché los gritos de mis hermanas en medio del mar de sangre, no supe en que momento empecé a reírme, pero me sentía tan pleno, tan feliz, tan inmenso.
Y las cacé.
A ambas.
Las cacé lentamente, dejando que escaparan, que creyeran que tenían oportunidad de vivir, no las maté, hice algo mucho peor, se las entregué a la mujer serpiente y ella me prometió que cuando acabaran con ellas, después de ser usadas por cada hombre de su maldito burdel, ellas mismas acabarían con sus vidas.
Y lo hicieron.
Y no se detuvo, porque necesitaba más, más de esto, más poder, más sangre, más llanto.
Más.
Se volvió una adicción, como la heroina y la coca, como aquello por lo que ganaba más y más dinero cada día.
Una adicción que nunca se detuvo, para la que no había tratamiento o cura. Entre más poder conseguí más quería.
Más.
Más.
Jodidamente más.