Leonardo, el hermano de Monserrat, llegó casi media hora más tarde de lo acordado, yo pensé que no llegaría, Monserrat insistía en que sí. Y llegó. Tarde, pero llegó. Y, a decir verdad, el tipo era simpático, agradable, pero con su hermana no, no era que fuera malo, pero todas sus bromas iban dirigidas a hacerla sentir mal, a molestarla o, mejor dicho, a ridiculizarla.
Al rato, ella fue al baño y quedamos los dos solos.
―¿Por qué te gusta molestarla tanto? ―increpé con enojo―. ¿No te da nada dejarla en ridículo frente a alguien que es un extraño para ti?
―¿Y qué tanto drama, hermano? Son puras bromas, nomás.
―Es que hay problema, Leonardo, ella no merece que tú la trates así, se supone que tú eres su hermano y en tu casa, sin nadie más presente, la puedes molestar, pero enfrente de los demás, tu deber es protegerla.
Leonardo me miró con un gesto que no comprendí, no supe bien si era de culpa, de enfado o simplemente de incomprensión, para él era natural ofender a su hermana.
―¿Tú y mi hermana son pololos? ―me interrogó como volviendo en sí mismo.
―Sí ―mentí―, aunque es algo entre nosotros dos solos, ella no quiere que se sepa todavía, así que no digas nada delante de ella.
―¿Y qué te gusta de ella? No es que sea Miss Universo.
―No lo es, aunque debería, tiene unos ojos muy hermosos y una sonrisa...
―Sí, pero es la mujer más odiosa que pisa el planeta.
―Es tu hermana, jamás la verás como yo ―repliqué algo enojado, no me gustaba su actitud ni la visión que tenía de su hermana.
―Mira, Sebastián, Monserrat no debe ser mujer de ningún hombre. Ten cuidado, puedes salir muy lastimado.
―No te preocupes por eso ―respondí con amargura, sabía que ella no se había fijado en mí y que no era más que un socio, algo así como un trámite, ella no quería enamorarse, ni de mí ni de nadie.
―Ten cuidado ―advirtió otra vez.
―¿Qué le pasó? ―me atreví a preguntar.
―¿Qué le pasó de qué?
―No me digas que no sabes de lo que hablo, ninguna mujer es así de fría porque sí.
―Eso debería decírtelo ella.
―Puede ser, pero te lo pregunto a ti que eres su hermano.
―Tal vez por lo gorda que era antes.
―¿Eso la hizo ser así?
―Puede ser, sus compañeros siempre le hicieron bullying por eso.
―Y eso la hizo ser así hoy día.
―No sé, también siempre fue muy berrinchuda y caprichosa.
―No entiendo.
―Mira, ella siempre fue muy voluble y solitaria, a ninguno nos demostraba cariño, aunque debo admitir que yo era su hermano favorito, de niños fuimos muy amigos, muy cercanos, pero luego ella cambió y se convirtió en lo que hoy es, ya no fuimos más cercanos. La plata la convirtió en lo que es ahora.
Algo no me cuadró en esa descripción. ¿Cómo era posible que, siendo berrinchuda, no se hubiera defendido de sus compañeros? Y si era gorda, ¿qué más daba? Y lo del dinero... No podía comprenderlo, a ella le gustaba el dinero, pero no era ambiciosa desmedida.
―Además, tuvo un novio ―siguió diciendo al ver que yo no hablaba―, ella se burló de él, lo engañaba con uno y con otro, y cuando mi cuñado ya estaba cansado de eso y pensó en cortar la relación, mi hermanita le dijo que esperaba un hijo y cuando él ya se había hecho ilusiones de que todo iría mejor desde ese momento, ella le confesó que todo era mentira, que era para que no se fuera y seguir teniéndolo a sus pies. Así de mala se volvió. Mis papás no la quieren ni ver, Brayan ha sufrido mucho por su culpa. Si ahora no fuera obligación verla... A mí me desagrada estar aquí, al final, ella para lo único que sirve es para el dinero, eso es lo que siempre le gustó, se olvidó de nosotros. De mí ―terminó con amargura.
Me quedé de piedra, ¿cómo era posible que su hermano la tratara de aquella forma? ¿Cómo era posible que hablara tan mal de ella frente a un extraño? Y más aún, ¿cómo era posible que con un hermano así, ella siguiera sonriendo? Con mayor razón quise conquistarla, me di cuenta de que nadie creía en ella y que debió luchar contra su propia familia de la que seguramente buscaba su aprobación, pero con gente así, difícilmente lo lograría y yo quería asegurarle que su mirada era hermosa y su sonrisa me hacía feliz, que era como si me diera las ganas suficientes para seguir adelante a pesar de todo. Incluso de su rechazo. Su sonrisa... Su sonrisa era mi felicidad.
Monserrat volvía. Yo la contemplé mientras avanzaba hacia nosotros, era un poco más baja que yo, no tenía cintura de avispa, pero todo su cuerpo daba la sensación de armonía; por lo general estaba seria, ahora también.
―¿Me extrañaron? ―preguntó irónica, con algo de molestia y un poco a la defensiva.
―Para nada, hermanita ―contestó Leonardo bebiendo un sorbo de su cerveza.
―Yo sí ―admití con sinceridad.
―Gracias, Sebastián. ―Extendió su mano y la puso sobre la mía―. Sé que tú eres el único que me quiere ―dijo en tono de broma.
―El único no creo, el que más, sí ―respondí aliviado porque no me había rechazado.
Nos quedamos mirando un buen rato. Para mí esa mujer era hermosa, su hermano no podía ver la belleza de su ser, por mi parte no la podía imaginar fea, no porque ahora fuera una belleza de 90-60-90 o porque tal vez se hubiera hecho cirugías que renovaran su rostro, no, Monserrat era bonita, tenía lindos rasgos, sus ojos eran de un color cambiante, verdes, marrones, amarillos, grises y todas las tonalidades intermedias, dependiendo de su estado de ánimo. Ahora los tenía amarillos con n***o, pero hacía un rato los tenía grises, quizás no se sentía del todo cómoda con su hermano, ya que ese era el color del rechazo o la molestia. Su sonrisa, aunque poco frecuente, era sincera, y eso de por sí, la embellecía, no era una sonrisa falsa como tantas que se ven por ahí, era una sonrisa que esparcía felicidad.
"Sí, señor, Monserrat Aliaga es hermosa", pensé sin querer apartar la vista de esa mujer, "y será mía, aunque sea lo último que haga", me sentencié a mí mismo.
―Creo que sobro aquí, me voy a mi habitación. Fue un gusto compartir contigo. Hasta luego, Sebastián, nos vemos.
Leonardo se despidió con celeridad y así mismo se fue.
―¿Qué te pareció mi hermano? ―inquirió ella poco después, por un momento me pareció que para apartar su mirada de la mía tuvo que salir de una especie de trance, del mismo en el que entraba yo cada vez que su mirada se cruzaba con la mía.
―¿La verdad? ―pregunté algo incómodo.
―La verdad.
―Simpático, agradable, aunque para ser sincero, no me gustó el modo en el que te trataba, no sé, está bien hacer un par de bromas, todos lo hacemos con nuestros hermanos, pero creo que a él se le pasa la mano y peor todavía, él tiene una visión de ti que pareciera que sintiera rencor por ti.
―¿Tú crees?
―Sí. Piensa, cuando uno está con extraños hay cosas que no se pueden decir, yo jamás se las diría a mi hermana, mucho menos en público. No se me ocurriría hablar mal de una de mis hermanas delante de un extraño, por más que piense que es su pololo o pareja.
―¿Cómo qué?
―Como que es una mujer tonta, “tarada” dijo él ―le recordé una de sus “bromas”, sin querer decirle lo que había hablado conmigo más seriamente.
―Oh. ―Bajó la cara e intentó sacar su mano, pero la retuve entre las mías.
―No eres tonta, Monserrat, mira dónde has llegado a base de esfuerzo, trabajo y mucha inteligencia.
―Sí, pero nada de lo que yo haga hará que me vean de otro modo. No solo él lo piensa así, es toda mi familia.
―No debes creerles.
―Soy una tonta. O lo fui. Y eso no va a cambiar.
―¿Por qué?
―Es una historia larga y triste.
―Por tu expololo que jugó contigo.
Ella alzó los ojos y clavó sus bellas y grises pupilas en mí, con su rostro blanco como el papel.
―Tu hermano me lo contó.
―¿Te dijo que él había jugado conmigo? ―preguntó sorprendida.
―No exactamente, más bien al revés, pero sé que así fue.
―No debió decirte nada.
―Tú no fuiste tonta, él fue un imbécil.
―Yo fui una tonta por creerle.
Sonreí al saber que era como yo pensaba y que la familia de Monserrat estaba equivocada, estaba seguro de que Leonardo había tergiversado los hechos y ahora lo comprobaba.
―Él fue un idiota por jugar con una mujer. Las mujeres no son juguetes y si él no lo entendió así, no es tu culpa, es de él.
―Sebastián... ―La voz se le quebró y entendí exactamente lo que tenía que hacer.
―Vamos, Monserrat, salgamos de aquí.