El día ha trascurrido en un silencio absurdo, pero necesario. Después de aquella conversación en la playa, creo que los dos necesitábamos pensar, o al menos analizar en la situación que nos estamos metiendo. La cocina ahora se vuelve mi aliada en esta especie de muro que hemos levantado los dos, pero al parecer ella se ha aburrido de la situación y se acerca a mí. Apoya sus manos sobre la encimera del desayunador, y se sienta en el taburete que esta del otro lado de donde estoy yo y me mira fijamente —Me gustan las rosas blancas— Habla de repente y la miro confundido. —¿Perdona?— Pregunto y sonríe. —Si vamos a hacer esto tenemos que conocer los gustos del otro ¿no?— Explica y rio. —Ya… dime más entonces— Le pido. Ella muerde su labio inferior mientras que yo sigo cocinando —Uhmmm… me