Capítulo I: Envidia

1766 Words
—[Copenhague, Dinamarca]— El invierno se hace presente en Copenhague, reluciendo un cielo gris con un aire frío y húmedo. La ciudad se encuentra envuelta en una densa neblina y el horizonte ni siquiera se puede apreciar. Los faroles de las calles emiten una débil luz amarillenta, parecida a las que tienen las casas. Las personas caminan a pasos rápidos, tratando de esquivar el inminente frío y los copos de nieve que danzan en el aire. El agua del canal se ha convertido en una pista de patinaje, porque a la orilla se puede apreciar las huellas enmarcadas de los patines. Los cafés tienen una atmósfera acogedora y el aroma a café recién hecho invade las fosas nasales de quienes pasan a su alrededor. Sin embargo, para Annika estas cosas dejaron de importarles hace bastante tiempo, puesto que algunos días le ha provocado cambiar la rutina por diversión; pero por más que lo ha intentado le resulta imposible. Y sus esperanzas se resumen a cero de que algún día pueda lograrlo, a no ser que ocurra un milagro navideño. Ella suspira, echando la cabeza hacia atrás, mientras se arropa de forma cómoda en su sábana, no le apetece levantarse de su cálida cama. Freya: ¡Feliz cumpleaños amiga! Lamento haberme perdido un evento importante en tu vida, pero te mando muchas felicitaciones y espero que todo salga bien. Ha sido un largo viaje a Brasil, y estoy exhausta, pero lo importante es que ya llegué. Supongo que mi trasero se ha quedado en el avión… PD: Espero que invites a Erik a tu fiesta, y no sabes cuanto he rezado porque al fin dejes claro tus sentimientos hacia él… Erik ha sido su enamorado desde que empezó la secundaria, pero por temor a ser rechazada, no ha podido ni siquiera hablarle. Annika: Haré lo que pueda, pero no te aseguro absolutamente nada, sabes que los temas amorosos no son mi fuerte… Freya ni siquiera se molesta en leer el mensaje, porque tal indica que se ha quedado dormida por el exhaustivo viaje, generando que Annika guarde su teléfono en el bolsillo de su abrigo. Sus ojos cafés se enfocan en una silueta que está frente a ella. —¿Cómo amaneció la cumpleañera más hermosa de la ciudad? —corea Henrik, su hermano mayor—. La persona que más admiro en todo el mundo. Sus mejillas se sonrojan, al mismo tiempo que suelta una carcajada. Ella lo observa con suspicacia detallando con suma delicadeza cada nimiedades de él, desde su cabello claro, piel de porcelana, ojos azul hielo y sus rasgos faciales finos y atractivos. Henrik se caracteriza por ser amable, relajado y amigable. Lo contrario a ella. Muchas veces en su ensimismamiento ha sido invadido por miles de incógnitas, por tener diferentes rasgos físicos y un fuerte carácter, pareciera que no perteneciera a esa familia. No obstante, ella no se atreve a preguntarle a sus padres si realmente es adoptada, porque teme a recibir un sermón o una mala respuesta. —¡Annika! ¿Estás allí? —El rubio chasquea los dedos frente a ella. Ella sacude la cabeza, retornando a la realidad. —Oh… ah… uhm… —balbucea, buscando las palabras adecuadas—. Muchas gracias hermano, pero recuerda que eso es nuestro pequeño secreto. —bromeo, dedicándole una cálida sonrisa—. No quiero que Kristine sienta celos de nosotros. Frunce los labios, al mismo tiempo que pasa una manos por su cabello para despeinarlo. —Me importa un comino la opinión de Kris —expresa, encogiéndose de hombros—. Peroz quizás tengas razón. Ella cuando se enoja es un completo fastidio. Ann le propicia un codazo en las costillas. Él se queja, para luego abalanzarse a hacerle cosquillas. De repente, estrepitosamente se abre la puerta de su habitación, siendo sorprendidos por Kristine, que lleva puesto un abrigo enorme que la hace verse de forma extraña, sus mejillas lucen coloradas. Los observa con el ceño fruncido. Ambos se separan rápidamente. —¡Feliz cumpleaños número dieciocho! —homenajea, apretando las mejillas de Ann—. Ya te estás envejeciendo. —Finge limpiarse una lágrima, y luego se carcajea. Su hermano sacude la cabeza, mordiéndose el interior de su mejilla, intentando ocultar la risa. —¡Qué graciosa, Kris! —Rueda los ojos, soltando un resoplido—. Supongo que tú vivirás la eterna juventud. La pelinegra recuesta la cabeza en el hombro de Ann, frotándose las manos para calentarse. —Al parecer alguien se ha levantado con el pie izquierdo —ironiza ella, mirando al techo—. Ni siquiera en su cumpleaños muestra una pizca de felicidad. Annie es pariente lejana del Grinch. —Hace una mueca—. Deberías consumir más azúcar. Le dedica una mirada fulminante. —No quiero sufrir de diabetes a temprana edad, tampoco quisiera convertirme en una empalagosa —comenta, enroscando un mechón de cabello en su dedo—. Además, esto es temporal, cuando deguste algún delicioso bocado desaparecerá como por arte de magia. —Rezaré para que el chófer llegue pronto, no quiero seguir aguantando tu humor de perros —exhorta, rascándose la nuca—. Y debería hablar con nuestros padres para que te compren una medicina para tus cambios de humor. Ann mira hacia todos lados, en busca de algún objeto que lanzarle a su hermana. Así que lentamente alcanza una almohada, arrojándosela, dándole justo en la cabeza. Su hermano se sacude de la risa, al observar a Kris estática por el golpe que le propició. —Gracias a tus insultos, allí tienes tú merecido. —Sonríe satisfecha, mientras ella la observa fingiendo estar indignada. —¡Oh por Dios! ¡Sólo esto nos faltaba! —exclama, poniendo los brazos en su cintura—. Ahora tenemos una asesina serial. ¿Cuántas personalidades tienes? —¡Ahora soy una psicópata! ¡Esto es el colmo del descaro! —Le da otro almohadazo. Henrik intercede ante nosotras, pero también recibe unos cuantos almohadazos. Por lo que termina alejándose de ellas. Para Annika su cumpleaños debería ser importante, pues ya es momento de que empiece a tomar decisiones por su cuenta. Convirtiéndose en una mujer empoderada, que empezará una nueva vida alejada de su familia, para estudiar medicina en la universidad que siempre ha anhelado. Porque algún día espera devolverles el sacrificio que han hecho sus padres por darles lo que merecen. Sin embargo, Annika siente que no es necesario haber realizado varias reservaciones para cumplirles los caprichos a su hija. O eso es lo que se ha repetido desde que accidentalmente escuchó una conversación de sus padres, donde al parecer le realizarían una fiesta de cumpleaños sorpresa en algún lugar de la ciudad, disfrutando de unas merecidas vacaciones de invierno en su acogedor hogar. La puerta se abre por tercera vez, maldice para sus adentros cuando Ann se topa con la mirada asesina del mellizo de Henrik, Harald. A diferencia de su hermano, éste tiene un fuerte temperamento y con el cual sus relaciones familiares no son muy placenteras. Harald la detesta a muerte. Nunca le ha brindado una mano, Ann puede estar en las peores condiciones y él ni siquiera se molesta en ayudarla, sólo lo hace delante de sus padres por capricho. —¿Qué tanto hacen? —reprocha soltando un resoplido—. El chófer tiene horas esperando por ustedes, deberían darse prisa, ineptos. Su actitud es arrogante, ignora completamente a Annika, porque no la felicita por su cumpleaños. —¿Cuál es la prisa? —inquiere su mellizo, mientras lo desafía con la mirada—. ¿Acaso no olvidas algo? —Señala a Ann. Harald ignora las señales de su hermano. —¡No piensas felicitar a Anni! —espeta Henrik, sujetándolo por el abrigo—. No entiendo cuál es tú repulsión hacia ella. Es nuestra hermana. —¡Basta! —interviene Kristine, colocándose en medio de los dos—. Ni siquiera te molestes en gastar aliento. Él nunca entenderá, además la violencia no resuelve los problemas. Hoy es un día especial para Anni, por favor no lo arruinen. —Es cierto —afirma Henrik, acomodándose el abrigo mientras pasa por un lado de su hermano. Annika desliza la cobija hacia un lado, levantándose de la cama con ayuda de su hermana. —Debemos irnos nos espera un largo viaje —comenta la pelinegra. Sus hermanos salen de la habitación, dejando a Annika y Harald juntos. En los ojos azules de él se puede notar la impotencia y rabia hacia su hermana. ¿Por qué ese odio a ella? ¿Qué le hizo? Ella desea saber la verdadera razón para que haya tanto sentimientos negativos en Harald. —¿Cuándo será el día que desaparezcas de nuestras vidas, maldito escollo? —espeta entre dientes—. Tú has acaparado toda la atención de nuestros padres, y sospecho que no eres hija de ellos. Quizás te han acogido por lástima, adoptada. Los ojos de ella se aguaron, desatando una furia dentro de sí misma, al propinarle una cachetada. No permitiría que la siguiesen humillando. ¿Quién se creía ese hombre? Ya había aguantando suficiente, debía hacer algo al respecto. Su mano le arde, pero no se arrepintió de lo que acaba de hacer, sale echa añicos de la habitación, cerrando la puerta de un golpe en la cara de su hermano. Sus hermanos se encuentra en la escalera platicando, cuando repentinamente desvían la mirada hacia ella. Les dedica una falsa sonrisa, caminando delante de ellos, sin levantar la mirada. Contiene las ganas de llorar, sabe que no puede demostrar debilidad ante nadie. —¿Está todo en orden? —cuestiona Henrik, frunciendo el ceño. —Sí —responde débilmente—. Un fuerte viento hizo que la puerta se cerrara de golpe. —Se excusa, bajando rápido por las escaleras—. Ya es tarde, nuestros padres nos mataránsi seguimos en esto, estamos retrasados. Escucha los murmullos de sus hermanos, maldiciendo para sus adentros, sabiendo que las mentiras no son su fuerte. —¿Estás segura de eso? —interroga él—. ¿Qué ha pasado con Harald? ¿Qué te ha dicho o hecho ese imbécil? ¿Se ha sobrepasado contigo? Se detiene en el penúltimo escalón, girándose sobre sus talones para encarar al rubio. No puede ocultar sus ojos llorosos. —¡No ha sucedido nada! —vocifera, golpeando el escalón con su pie—. ¡Maldita sea! Sólo soy una desgracia para esta familia. Retorna a su posición, alejándose corriendo hasta la salida. ¿Qué le esperará a Annika?
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