Capítulo II: El descubrimiento

1383 Words
Desde hace días había comenzado el solsticio de invierno, donde se celebraba en muchos países el nacimiento del redentor; sin embargo, esta festividad se convirtió a lo largo de los años en algo más banal y emocional, tal es el caso de la Navidad. Las ventanas yacen abiertas a pesar de la baja temperatura que hace en el exterior, lo cual hace que la habitación deje de ser soportable; pero así lo prefiere el hombre sentado en su escritorio con dos pilas de papeles y un montón de trabajo por delante. El individuo alza la mirada del documento bajo su bolígrafo cuando percibe la presencia de su consigliere con nuevos documentos, desliza su vista hacia los zapatos del recién llegado, que están cubiertos de nieve y se derretía dejando marcas en el piso. —Per favore, Adriano —murmura, tiritando del frío. Le dedica una mirada de desconcierto a su jefe, porque no se nota afectado por el inminente clima de la ciudad de Copenhague. Adriano es el hombre por el cual muchas mujeres suspiran, al quedar impregnadas por sus rasgos varoniles, a pesar de tener un fuerte temperamento. Aquel hombre lo mira dedicándole un gesto intimidante a través de sus ojos ámbar, esperando que el otro le comente algo más. El Consigliere prefiere quedarse sumido en silencio, sólo coloca los documentos en un espacio libre del escritorio, llevándose consigo los que están listo para ser entregados. Adriano se aclara la garganta, esperando con ansias lo que aquella persona de cabello castaño oscuro tenía que decirle; puesto que lo conocía como la palma de su mano. —Hay un asunto que tratar. —Rompe el incómodo silencio, quedándose de pie cerca de los asientos por alguna orden. —Ve al grano —exige, concentrándose en los documentos. —Los Kiev han solicitado una reunión urgente contigo —comenta, sintiéndose incómodo al imaginar la reacción de su jefe—. Tus padres han formalizado un encuentro prematrimonial con una de las hijas de esa familia, específicamente con Nathalie, la hija mayor de éstos. —No me sorprende —dice, sin una pizca de emociones. —Eso no es todo —continúa—. Con respecto a la carga que llegaría hoy, ocurrió un imprevisto. —Dannazione! ¿Qué ha ocurrido? —impone, apretando el bolígrafo con furia. El Consigliere expande los ojos, teniendo por su vida que se rompa o lo use de dardo contra él. —El señor Máximo y su grupo lo habían estado esperando. Cada palabra escuchada aumenta la furia en decibeles a Adriano, era inminente que alguien los había traicionado, y debía pagar por lo que hizo. —Espero que lo resuelvan pronto —amenaza, golpeando la mesa con el puño—, o de lo contrario me veré en la obligación de encargarme personalmente. —La temperatura ya empieza a hacer efectos—. ¿Algo más qué quieras decirme Nial? Porque déjame decirte que no tengo todo el puro tiempo para tratar contigo, así que habla o te largas. —¡Qué aburrido! Pareces un viejo amargado que le corta la inspiración a cualquier —bromea, calmando el ambiente tenso al mismo tiempo que se acomoda en la silla de cuero italiano—. Existen teorías, aunque solo espero los resultados de una exhaustiva investigación sobre la supervivencia de “ella”. Los atisbos de Adriano resplandecen, lo que significa ser una antelación de peligro para mucho, porque despierta a la bestia que se prepara para atacar a su presa. —Todo está saliendo a la perfección —dice con una sonrisa encantadora, cargada de veneno. La persona que lo conoce, pensará que es alguien amigable, pero no, sus emociones son de un depredador ansioso por tener entre sus fauces a su presa. Preparándose para el festín. —Puedes irte —le ordena, y el Consigliere no lo piensa dos veces, llevándose los documentos que necesitaba. Este es el momento que ha estado esperando por tanto tiempo, la aparición de esa niña sólo hacia mover los engranes que por tanto tiempo ha estado esperando por cumplir su trabajo. *** —El señor Di Marco está aquí—avisa Nial a los guardias de seguridad del hotel, donde se llevará a cabo la cita de negocios con la hija mayor de la familia Kiev. Acomodo mi saco de vestir quitándome por fin los lentes oscuros mientras me adentro en el hotel. Uno de los empleados me guía hasta una de las habitaciones privadas dónde al abrir la puerta se encuentra una dama de veinte y cuatro años de cabello pelirrojo atado en un moño elegante, un vestido rosa pálido acentúa sus caderas y sus grandes pechos. —Señor Di Marco —saluda extendiendo su mano hacia la mía quien sin dudarlo la acepto depositando un beso en sus nudillos, su perfume floral invade mis fosas nasales de manera desagradable —Señorita Nathalie, un placer conocerla —esgrimo con una sonrisa galante deslizando por mis labios, las pupilas de sus ojos se dilatan. —El agrado es enteramente mío, señor Di Marco —acepta. —Permítame —solicito acomodando su silla. —Muchas gracias— acomoda discretamente su cabello, inclinando su pecho apenas lo suficiente hacia adelante. No puedo negar que la vista es de lo más agradable —Entiendo que nuestras familias han acordado una reunión cordial para que nos conozcamos mejor y así podamos unir alianzas de ser requerido. —¿Pero?— la animo a seguir, ella desliza sus manos debajo de su mentón con aquel brillo que tan bien conozco. —¿Qué prefiere el plato fuerte o el postre? —inquiere, me inclino hacia el frente dando un ambiente de intimidad —Por supuesto que el postre es mi favorito —pronuncio imponiendo en mis palabras el deseo que busco. —No perdamos más el tiempo, entonces —estoy de acuerdo con ella, la ayudo a levantarse y juntos salimos del lugar para dirigirnos hacia una de las habitaciones. Apenas cruzamos la puerta, sus labios ya están sobre los míos, sus manos se deslizan por mis hombros quitándome el saco, mientras que las mías vagan hasta su espalda, encontrando el cierre del vestido, bajándolo lentamente mientras seguimos devorando nuestras bocas, la lujuria siendo el único sentimiento que guía nuestros cuerpos hasta la cama. Nathalie se despertó cuando me bajaba de la cama. Ella me observa sensualmente, como si deseara algo más. Me levanté para buscar la ropa esparcida por la habitación. Ella se sienta en el borde la cama. Era obvio que solo había sido un simple capricho, del cual no me arrepentía. Pero no tenía sentimientos encontrados hacia Nathalie, parece demasiado caótica como para querer perder el tiempo en lidiar con ella y sus sentimientos tediosos. Le había dejado claro que solo por placer, dejando a un lado toda clase de emociones. —Espero que se vuelva a repetir —murmura, pero él no le presta importancia—. ¿Cuándo volveremos a repetirlo? Él ríe mentalmente. En tus sueños, querida. He estado con mujeres mucho mejores que tú. —No lo sé —me limitó, encogiendome de hombros—. Pero debo irme, tengo asuntos pendientes que resolver. —Te entiendo. —Hace pucheros—. Espero que lo hayas disfrutado. —Lo disfruté como no te imaginas —mentí, fingiendo una sonrisa—. Nos vemos pronto, cariño. Me aliste lo más rápido que pude, salí del dormitorio, cerrando la puerta con un ligero portazo. Mientras caminaba hacia el elevador encendí un cigarrillo inhalado hondo dejando que el efecto de la nicotina surta sus efectos dentro de mi sistema, logrando así relajarme. *** Criatura perfecta. Arma letal diseñada para odiar y arrasar contra todo aquello que te impida avanzar Pero dime algo ¿De dónde aprendiste amar si te enseñaron que eras un ser de oscuridad? ¿De dónde salió la luz si apagaron todas las velas? Dime. —Que magnífica coincidencia encontrarnos al fin, Ksenia —esgrimo con una sonrisa de suficiencia observando con deleite como lucha unos segundos contra las cuerdas que la sujetan contra la silla, el miedo palpable. "Exquisito" Oh, querido lector, te daré un consejo si eres muy sensible no te sumerjas en estos recuerdos plasmados en sangre y lágrimas. Sin embargo si te quedas prepárate.
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