“Me habría gustado poder guardar ese beso en una botella y tomarlo en pequeñas dosis cada hora o cada día”
Nicole Williams
Zoe esperaba impacientemente, recostada de su moto de reparto; veía la hora en su móvil a cada minuto. Media hora esperando por recibir la orden de su primer pedido era una eternidad para ella que no estaba acostumbrada a esperar por nada, ni por nadie. ¿Había tomado la decisión correcta? ¿Qué tan segura estaba de soportar todo aquello innecesariamente?
De pronto, sintió un golpe leve en su brazo, era su compañero de trabajo quien la golpeaba con el codo para llamar su atención:
—¡Hey! despierta. —le dijo el chico que estaba detrás de ella, esperando su turno.— El jefe te está llamando, si no tenéis ganas de trabajar deja que otros que sí queremos, lo hagamos.
Ella lo miró con enojo. Se acercó a la ventanilla del local de comida rápida y tomó la caja con el recibo, en el cual se especificaba la dirección donde ella debía hacer su primera telentrega.
Zoe estaba nerviosa, aquel no sólo era su primer pedido, sino el primer día que trabajaba en todos sus veinte años de vida. Puso la caja del pedido dentro de su morral, luego lo colocó en su espalda y subió a su moto mientras se repetía una y otra vez la misma frase de automotivación “Vamos Zoe, tú puedes, sí puedes”.
Colocó en su móvil la dirección indicada para que el GPS le mostrara la ruta correcta y la llevara a esa zona pudiente de Madrid. Podía sentir la brisa de la noche en su rostro, eso la hizo relajarse un poco, necesitaba estar calmada, dejar de sentir miedo y sobre todo estar segura de cada paso que estaba dando. Los autos a alta velocidad pasaban a su lado por el carril de alta velocidad. Algunas bocinas de los autos y algunos conductores al ver su trasero en la moto, le gritaban al pasar cerca de ella:
—Esa mamita, te espero en mi casa.
Al otro lado de la ciudad, la sensual rubia se quita el vestido rojo y desfila completamente desnuda frente a su primer cliente de la noche.
—¿Te gusta lo que ves? —preguntó con seguridad al mostrar sus atributos más fuertes, las voluptuosas 38-D en las que había invertido un buen dinero.
—Quizás si te acercas puedo verlas mejor —dijó él, sonriendo mientras movía su copa de vino. Ella caminó hacia él, Marcos dejó la copa a un lado y se dispuso a tomar ambos senos con sus grandes y fuertes manos. Ella gimió al roce.
—Pero no puedes tocarlas mucho. —advirtió, él le sonrió y exhaló un suspiro.
—Realmente las prefiero naturales, así puedo apretarlas, moderlas y manosearlas cada vez que desee. —la miró de arriba a abajo— Dame lo mejor que tengas. —le ordenó, mienttas soltaba el nudo suave de su bata de baño y le mostraba su perfecto y musculoso cuerpo.
La rubia sonrió, se arrodilló frente a él y saboreó su sexo como toda una experta, Marcos disfrutó de aquel instante, hasta que el timbre lo sacó de su estado de excitación.
—¿Esperas a alguien? —preguntó ella, mientras sostenía el falo erecto de su cliente.
—Sí, olvidaba que pedí pizza para cenar —se anudó el cordón de la bata, tomó la copa de vino que acababa de dejar sobre la cómoda— Ya regreso, prepara tu mejor arsenal –dijo en un tono de voz seductor y perverso.
Marcos salió de la habitación y bajó las escaleras, tarareando una melodía. Abrió la puerta, la chica se quitó el casco y sus miradas se encontraron.
—Vaya, esto si es un excelente servicio —humedeció sus labios con su lengua.
—Buenas noches señor Farré, su pedido —dijo entregando la caja de pizza. Él sonrió y al tomar la caja, deslizó sus dedos sobre los de ella.
Zoe sintió un fuego encenderle las mejillas. Él destapó la caja para verificar que era su pizza favorita, peperoni y aceitunas. Ella se quedó esperando su confirmación, pero él le pidió esperar un segundo.
—Aguarda aquí, muñeca —ella lo miró con desagrado.
Marcos entró, dejó la caja y la copa de vino sobre el mesón de mármol, tomó su billetera, regresó hasta donde estaba la chica del delivery, sacó un billete de 1 dólar y se lo entregó.
—Toma, esto es por tu excelente servicio. —Zoe tomó el billete y por segunda vez, él acarició sus dedos; ella lo guardó dentro de la chaqueta identificada con el logo de la empresa Foodexpress, “su entrega al instante”
—No era necesario, señor. —digo ella, mientras se disponía a colocarse la mochila; estaba nerviosa, mucho más que al comienzo, por lo que sus manos temblaban. Aquel hombre la perturbaba.
—¿Nerviosa? —preguntó en tono burlón.
—No —respondió parcamente.
Zoe sintió el brazo rodearle la cintura y asirla a su cuerpo, pudo experimentar la dureza de su falo presionado contra su pelvis.
—¿Te gustaría pasar un momento y divertirte conmigo? —preguntó con voz incitadora.
—¡Suélteme! ¿Qué hace? —intentó separarse de él pero no pudo decir nada más, los labios carnosos de aquel apuesto pero arrogante hombre, la hicieron callar.
Un beso, un beso inesperado, cargado de pasión y deseo, con cierto sabor adulcorado, Zoe se resistió en el primer segundo, después no pudo oponer resistencia, era como si un huracán la envolviera sin ella poder contenerse. Repentinamente reaccionó cuando él creyó tenerla convencida y lo empujó con fuerza.
—Es usted un imbécil y un salvaje —gritó indignada.
—Vamos muñeca, podemos pasarla bien, te daré una muy buena propina.
—Se equivoca si cree que soy una de esas mujercitas que sólo por ver su dinero se rinde ante sus pies. —Zoe estaba enardecida, no podía creer que aquel imbécil quisiera propasarse con ella.
Marcos dejó escapar una carcajada, sacó de su bolsillo su billetera y le entregó una tarjeta.
—Búscame, si decides cambiar de opinión —colocó la tarjeta en el bolsillo de la chaqueta de ella.
—Amor, te estoy esperando —gritó desde adentro la ansiosa amante ocasional.
Zoe escuchó la voz femenina que provenía desde la parte alta de la lujosa mansión. Aquello pareció indignarla aún más, él estaba con una mujer y aún así intentaba seducirla.
—Vaya, su amante lo espera —dijo, subiendo a su moto, y abrochando su casco.
—¡Jajaja! No seas celosa, tengo para todas. —rió a carcajadas.
—Es usted un imbécil. —terminó de subir a su moto y salió de aquel lugar.
Zoe sentía su corazón latiendo a mil, tenía ganas de llorar de la rabia y a la vez, de sonreír por aquel beso. ¡Qué beso!. Se detuvo unos metros después para hacer la próxima entrega, mas no lograba sacarse a aquel hombre de la cabeza.
Marcos en tanto, subió hasta la habitación, comenzó a acariciar el cuerpo perfecto de su amante casual, pero en su mente sólo podía recordar la suavidad de aquellos labios y su dulzor, que como un extraño elixir, parecía haberlo embrujado.
Un beso de telentrega, eso era. Si aquella linda mujer se propusiera hacer entrega de besos a domicilio, podría tener mucho éxito, de seguro.
La rubia se percató de su falta de interés hacia ella.
—¿Te pasa algo? —dijo, colocando sus senos frente al rostro de su cliente.
—Creo que es mejor que te vayas —dijo él.
—¿Cómo? ¿No pensarás dejarme así y sin pagarme?
—No te preocupes —sacó la billetera del bolsillo, tomó un par de billetes y le dio su pago.— Puedes irte.
Ella lo miró con repulsión, se colocó el pequeño vestido de algodón rojo, y salió de la habitación. Marcos bajó detrás de ella, le abrió la puerta y se despidió con una sonrisa burlona. Cerró la puerta y fue hasta la cocina.
¿Qué rayos le había pasado? ¿Desde cuando rechazaba a una mujer como aquella?
Aquella chica del delivery lo había dejado perturbado, no podía dejar de pensar en ella. Tomó la caja de pizza y se sentó en el sofá; mientras mordía cada pedazo de su pizza favorita, recordaba aquel beso la sensación que le produjo sentir su cuerpo cerca del suyo, el aroma de su pelo. Suspiró y pensó.
—Debo volver a verla, debo encontrarla a como de lugar.
Repentinamente tuvo una idea, pedir otra pizza. Realizó el pedido, cuando escuchó el timbre se apresuró a abrir la puerta. El repartidor era un joven de tez morena y bastante conversador.
—Gracias —le entregó la propina.— ¿Conoces a una chica delgada, tez blanca, cabello oscuro?
—No, tengo meses trabajando aquí y de verdad no conozco a ninguna chica con esas características. Si la conociera, ya hasta habría salido con ella —dijo haciendo un gesto jactancioso.
Marcos le cerró la puerta en la cara, colocó la caja de pizza sobre el mesón e hizo un tercer, un cuarto, un quinto pedido, esa noche, recibió uno a uno sus pedidos pero ninguno de los repartidores era ella.
Desistió de esa idea, tendría que buscar otra manera de encontrarla o esperar que ella fuese quien lo llamara. Quiso tranquilizarse pensando en esa posibilidad, creyendo que como siempre había pasado con el resto de las mujeres que había conocido, ella también vendría detrás de él.